La
mejor compañía de la vida
DIRECCIÓN
ESPIRITUAL
Todas las personas
necesitan ser educadas y orientadas en las distintas etapas de su vida y en una
variedad de temas que responde más a las épocas y circunstancias específicas de
cada uno.
Los niños y
adolescentes tienen a sus padres,
parientes y maestros que se acercan con la intención de formarlos en los
diversos campos: humano espiritual, social, académico y profesional.
Los conocimientos para
educar proceden, la mayoría, de la
tradición. Son legados de la historia que se transmiten para que sigan teniendo
vigencia en el presente y continúen en el futuro. Sin embargo a lo largo de los
siglos muchos de estos conocimientos han tenido modificaciones, como
consecuencia de las nuevas experiencias que trae el progreso humano.
También es necesario
advertir, que existen conocimientos que no admiten modificaciones y que
perduran íntegros con el paso del tiempo, y que además son esenciales para la
formación de las personas. Buena parte de estos conocimientos proceden de la
Revelación Sobrenatural que Dios dejó en la Iglesia para su custodia y
difusión.
De la Revelación y de
la Tradición procede el concepto de dirección espiritual. La dirección
espiritual personal es la ciencia y el arte de conducir a las personas por el
camino correcto, y se realiza con el acompañamiento y los consejos del guía
espiritual
¿Cómo debe ser el director espiritual?
“El director espiritual debe
ser muy sobrenatural y a la vez muy humano; con deseo de acercar las almas al Señor,
queriéndolas tal como son para estar pendientes de los demás y para conocerlos
bien con el fin de poder ayudarles de verdad.
Del mismo modo que la caridad
es como la forma de todas la virtudes[1], es también la raíz que
alimenta las virtudes necesarias para ejercer la dirección espiritual y el
núcleo sobre el que se desarrollan; se puede decir que bastaría con amar y comprender de verdad a las personas
para poder dirigirlas convenientemente, porque en último término se podría
afirmar que la dirección espiritual es comprensión y caridad. Qué importante es
siempre ponerse en lugar del dirigido para ver si lo que aconsejamos es lo más
apropiado para esa alma y en esas circunstancias”.
“Quienes dirigen son pastores
y a la vez padres que sienten un afecto paterno y materno por las personas que
desean ser dirigidas. El director espiritual se ha de comportar siempre como un
padre con su hijo —con caridad efectiva y afectiva—, de modo que nada pueda
resultarle indiferente; se ha de interesar con sincera preocupación de todo,
desde lo más material a lo espiritual. Este cariño recto y noble no es
sentimentalismo egoísta; quien recibe la dirección espiritual pone el corazón
en el suelo para que se pise blando.
Se ha de conocer a las almas
una a una, y comprenderlas a todas, con sus equivocaciones, con sus flaquezas,
con sus errores y también con sus virtudes, con sus ansias de santidad que
deben orientarse y encauzarse para que sean generosas a lo que Dios les pide en
cada momento. A ese conocimiento profundo —teologal—
de las personas que se atienden se debe añadir la vertiente humana: el modo de ser, los gustos y aficiones, las
virtudes y límites, etc.
Cuando alguien aprecia —vivencialmente— que se le conoce y
comprende y se siente querido, le resulta mucho más fácil tener confianza, ser
sincero, dejarse exigir. De tal manera que la dirección espiritual se dificulta
mucho si faltan esas disposiciones de mutua confianza. La confianza se
perfecciona si el director espiritual se da primero con muestras de comprensión
y de afecto, también humano. Ciertamente la dirección espiritual es algo
sobrenatural, pero aquí como en todo, la base humana es un gran incentivo. Hace
falta una empatía, una sintonía, que las almas se vean acogidas.
El director espiritual ha de comprender a fondo a los demás,
viendo las cosas desde su perspectiva (la
de los demás); entendiendo cómo y cuánto les afectan: asuntos que
objetivamente no tienen relevancia, en un determinado momento pueden llegar a
ser “importantes” para una persona. Es preciso valorar justamente, en la
presencia de Dios, qué puede tener importancia o puede llegar a tenerla aunque
se trate de algo pequeño.
Por
eso, no puede limitarse a oír: debe aprender a preguntar ya a escuchar lo que
dicen los dirigidos y también observarlos en la vida ordinaria (si es posible):
en la vida de relación, en el trabajo, en el modo de vivir la vida espiritual.
Junto
a esto, es preciso no escandalizarse nunca de nada —ni siquiera un gesto de
extrañeza, o una manifestación de asombro—, especialmente si alguien comenta
algo que se salga de lo normal y que precisamente por eso pueda resultar más
difícil, costoso y vergonzoso contar.
La
paciencia, manifestación de caridad, es virtud principal en el director espiritual. Decía San Josemaría que «las almas, como el vino, se mejoran con el
tiempo. Dios Nuestro Señor, si se exceptúan algunos casos a lo Saulo, cuenta
con el tiempo para santificar a los hombres».
En
primer lugar, el director
espiritual ha de ejercitar la paciencia
para no dejarse arrastrar por el desaliento cuando no se ven frutos inmediatos
en las almas y para saber atinar con el momento propicio para pedir más cuando
se ve que es posible o necesario. Hay que saber esperar, porque existen almas
que no responden durante un tiempo más o menos largo. En ese tiempo no debe
entrar la impaciencia de exigir lo que no se puede conseguir. Se debe esperar,
rezando.
Paciencia
y fortaleza, también, para dominar el propio carácter: suavidad en las formas,
amabilidad en el trato, interés sincero por los problemas de los dirigidos. En
ningún momento se ha de mostrar impaciencia, y esto evidentemente no como
táctica, sino como expresión veraz de la presencia de Dios; más aún, si el que
acude a la dirección espiritual se extiende al exponer su estado interior. De hecho
con mucha frecuencia, el mero hecho de encontrar a alguno que escucha con
interés, sin impaciencias, es un hecho definitivo para que esa alma se acerque
a Dios.
Paciencia,
en definitiva, con las fragilidades y limitaciones de los demás Fijarse sólo en
los defectos o dejarse llevar por el pesimismo, son dos tentaciones que es
preciso evitar, porque denotarían falta de fe en los medios sobrenaturales y de
esperanza en el poder de Dios.
En
la dirección espiritual hay que colmarse de esperanza para poder transmitir la
alegría y la paz de Dios ante las posibles caídas o fracasos, con la convicción
de que cuando hay dolor, hay lucha y el Señor puede sacar grandes bienes de
grandes males” (Prf. José Luis Gutierrez, Universidad de la Santa Cruz).
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