DIRECCIÓN
ESPIRITUAL EN LA ADOLESCENCIA
Toda persona necesita recibir consejos acertados y
adecuados para orientar su vida y si se quiere subrayar una etapa importante en
la que no deben faltar estos consejos, es la adolescencia que empieza con la pubertad.
“La pubertad
es la etapa del desarrollo que sigue a la infancia. Los cambios de orden físico
más importantes dependen del inicio de las funciones sexuales, y comprenden la
aparición de los caracteres sexuales secundarios. Respecto a los cambios psicológicos,
que acompañan a los anteriores, el niño, con el crecimiento en fuerza física,
crece también en sentimiento de masculinidad, en coraje, valentía, etc.; a la
vez aparece una cierta ansiedad e inseguridad por los procesos que está
sufriendo, por las posibilidades que le abre el mundo, y una inestabilidad de
carácter muy acentuada. En las chicas la pubertad tiene otro tono. La aparición
de la menstruación y sus alteraciones psicológicas les provocan con cierta
frecuencia reacciones de rechazo, momentos de rebeldía, o estados de depresión,
y se hacen más reservadas, vergonzosas, y empiezan a guardar sus «secretos».
Habitualmente, esta etapa es fácilmente superada”.
“La pubertad
da paso a la adolescencia, que presenta como nota bastante característica la
tendencia a extremar las actitudes. Así, por ejemplo, los jóvenes tienen
manifestaciones de egoísmo y, a la vez, son capaces de sacrificarse y
entregarse por un ideal con una gran fuerza e ilusión, pero también con la
falta de madurez y amor profundo que se dan en una persona mayor. Los
adolescentes establecen relaciones afectivas ardientes, pero con poca
consistencia, que pueden romperse con la misma facilidad con que se iniciaron.
Con frecuencia, les resulta difícil adquirir un compromiso para toda la vida y
permanecer en él. Se lanzan a la vida de relación, pero conservando un cierto
deseo de soledad. Denotan, en ocasiones, detalles que manifiestan intereses
materiales pero, a la vez, están abiertos a grandes ideales. Pueden pasar del
optimismo más ingenuo a un pesimismo también sin base real.
Muchas
cualidades positivas que se encuentran en la gente joven –magnanimidad,
desprendimiento, optimismo, capacidad de amar–, se han de poner a prueba con el
transcurso del tiempo: a veces, son desprendidos porque no saben lo que cuesta
ganar las cosas, o confiados y optimistas porque aún no han sufrido
contrariedades de ningún tipo, o esperanzados porque toda la vida se les
presenta llena de posibilidades: «La juventud ha tenido siempre una gran
capacidad de entusiasmo por todas las cosas grandes, por los ideales elevados,
por todo lo que es auténtico»[1].
“El
adolescente pretende a veces colocarse como igual entre sus mayores y además se
siente en cierto modo diverso de ellos: quiere sorprenderlos y sobrepasarlos transformando
el mundo. De ahí que sus planes estén llenos de sentimientos generosos,
proyectos altruistas y, a la vez, puedan resultar inquietantes por su
megalomanía y su egocentrismo inconscientes. Con frecuencia se descubre una
mezcla de abnegación por la humanidad con un egotismo muy marcado.
Por todo lo
anterior, no es acertado considerar que la adolescencia se define
exclusivamente por el aparecer del instinto sexual, aunque también en este
terreno habrá que orientar a los jóvenes. El adolescente descubre asimismo el
amor, como capacidad de darse y como sentimiento, pero ese descubrimiento es
parte de todo un sistema de ideales amplio.
Enseñarles a decir siempre la verdad
“Hay que
inculcarles desde el primer momento un gran amor a la sinceridad, que no tengan
vergüenza de manifestar algo que quizá les intranquiliza en algún momento, pero
les cuesta hacerlo.
La lucha en
materia de pureza debe plantearse de modo positivo y a la vez realístico. Es
normal que haya tentaciones, que se quisiera no tener y que a veces producen
vergüenza[2],
pero la gracia de Dios ayuda siempre a vencerlas, si se ponen los medios
convenientes: oración, mortificación para custodiar la vista y para no
entretener los pensamientos que puedan presentarse. No es pecado experimentar
tentaciones, siempre que no se hayan buscado, sino consentir. De todas formas,
hay que estar atentos para que, en el momento oportuno, cuando la dirección
espiritual ha adquirido una cierta estabilidad, vean sinceramente si ha habido
en el pasado, hechos o situaciones que tratan de relegar al olvido, pero que
pueden haber dejado huellas y ser causa de inclinaciones o de tentaciones
fuertes.
Durante este
período no hay que inquietarse por las aparentes extravagancias y
desequilibrios de los adolescentes: el trabajo profesional, una vez superadas
las últimas crisis de adaptación, restablece el equilibrio, y marca así
definitivamente el acceso a la edad adulta”.
La atención de los papás
“En esta
etapa, los padres deben tratar de comprender muchas de las actitudes de sus
hijos que, en ocasiones, son meramente circunstanciales, sin olvidar nunca que
es perfectamente comprensible y natural que los jóvenes y los mayores vean las
cosas de modo distinto: ha ocurrido siempre. Lo sorprendente sería que un
adolescente pensara de la misma manera que una persona madura. Todos hemos
sentido movimientos de rebeldía hacia nuestros mayores, cuando comenzábamos a
formar con autonomía nuestro criterio. Lo importante es, en cambio, que los
padres presten atención a los problemas de fondo y a la formación de los hijos.
En la
dirección espiritual, conviene empezar desde la base, asegurándose de que
asimilan bien los principios de la vida espiritual. Paralelamente, es necesario
transmitirles la doctrina clara, sencilla y práctica sobre la vida de la
gracia, la humildad y la correspondencia al Señor, el pecado, la lucha
cristiana, los Mandamientos de la Ley de Dios, los sacramentos –valor,
necesidad, condiciones para recibirlos bien–, la vida de oración, la piedad, y
los aspectos centrales de la vida cristiana: filiación divina, caridad,
sinceridad, trabajo, apostolado.
Se debe
proporcionar a los adolescentes, desde el principio, los medios sobrenaturales
que les ayuden a vencer en la lucha ascética –oración, frecuencia de
sacramentos, etc.– y a cultivar las virtudes sobrenaturales y humanas. Se les
debe hablar de trabajo serio, poniendo a Cristo como modelo, ayudándoles a
encauzar rectamente su idealismo y afán reformador, y enseñándoles el valor del
trabajo y su importancia en la vida cristiana y en la resolución de muchos
problemas humanos. Por eso, se ha de inculcar en los jóvenes un gran sentido de
responsabilidad, haciéndoles ver la obligación grave que tienen de estudiar o
de trabajar, y de santificarse en el cumplimiento de ese deber fundamental. De
este modo se fomentan en ellos las virtudes humanas, base necesaria para
cultivar las virtudes sobrenaturales.
Conviene
hacerles ver que la dirección espiritual se encamina precisamente a adquirir la
verdadera libertad, que no se puede encontrar viviendo al margen de Dios.
Hay que
mostrarles también la necesidad de profundizar en el conocimiento de la fe
–aconsejándoles lecturas adaptadas a sus circunstancias–, a la vez que avanzan
en el conocimiento de otras ciencias. Deben adquirir un criterio recto, para
que después actúen con verdadera libertad y responsabilidad personal, que no
existen al margen de Dios. Además, conviene que el director espiritual les
inculque un gran amor a la sinceridad y a la verdad en su vida entera y en sus
conversaciones con él: son virtudes por las que se sienten particularmente
atraídos, aunque muchas veces no distingan exactamente sus manifestaciones
auténticas.
Constantemente
hay que tener presente la meta a la que deben tender los esfuerzos de todos los
cristianos: conocer y amar al Señor. «He visto con alegría cómo prende en la
juventud –en la de hoy como en la de hace cuarenta años– la piedad cristiana,
cuando la contemplan hecha vida sincera; cuando entienden que hacer oración es
hablar con el Señor como se habla con un padre, con un amigo: sin anonimato,
con un trato personal, en una conversación de tú a tú; cuando se procura que
resuenen en sus almas aquellas palabras de Jesucristo, que son una invitación
al encuentro confiado: “os he llamado
amigos” (Jn 15,15); cuando se
hace una llamada fuerte a su fe, para que vean que el Señor es el mismo ayer y
hoy y siempre (Hb 13,8)»[3].
Asimismo han
de comprender el valor sobrenatural de servir a los demás por amor de Dios; así
se les ayuda a salir del posible egocentrismo –más o menos inconsciente– que
algunos jóvenes pueden tener, y se les muestra el camino auténtico de la
solidaridad con los demás, que no se queda únicamente en manifestaciones orales
o escritas. San Josemaría afirmaba: «Yo la solidaridad la mido por obras de
servicio»[4].
Hay que
elevar también al plano sobrenatural los ideales humanos que los chicos tienen,
haciéndoles comprender que son instrumentos de Dios y que han de prepararse en
su vida interior del mejor modo posible.
Necesitan
espíritu de sacrificio para alcanzar la meta sobrenatural que se ha indicado y
otros ideales humanos que están siempre en función de aquella meta. Siempre con
esperanza y optimismo para saber encontrar a Dios en los distintos caminos que
la vida les ofrece. En este sentido, conviene llevarles de lo exterior (el
cumplimiento del horario, el estudio, etc.) a lo interior (el amor a Dios, la
fraternidad cristiana, etc.), aunque tal proceso quizá no sea explícito para
ellos. No obstante, siguiendo metas concretas -a veces con plazos breves- irán
madurando en su vida cristiana.
Por tanto,
es preciso aprovechar todas las buenas cualidades de la gente joven para
infundirles un fuerte ideal sobrenatural y, sobre esta base, hacerles
comprender el valor que tienen las realidades humanas como lugar de encuentro
con Dios” (profesor José Luis Gutierrez,
en el libro “La dirección Espiritual” de CDSCO, dirigido por Manuel Tamayo, Julio
de 2015).
Agradecemos
sus comentarios
[1] San Josemaría, Conversaciones,
n. 101. Lo contrario sucede a veces con personas adultas, que encuentran más
dificultades para practicar la magnanimidad, el optimismo, el desprendimiento,
etc., precisamente por haberse tenido que enfrentar, a lo largo de su vida, con
experiencias poco positivas en ese terreno.
[2] Tal caso se podría dar, por ejemplo, cuando hay una
fuerte inclinación del corazón ante una persona del mismo sexo, que en la
inmensa mayoría de los casos, no suele indicar nada anormal. En estos casos, se
debe tranquilizar al interesado, aclarándole que eso no supone una anomalía y
aconsejándole que procure no darle importancia y trate por igual a todos sus
compañeros, sin preferencias hacia uno u otro. Lógicamente, si hubiese una
clara tendencia desordenada, porque lleva a actos concretos, o porque se
producen reacciones desproporcionadas ante estímulos normales, y hubiera
manifestaciones de inestabilidad psicológica, habría que aconsejar la consulta
de un médico de buen criterio.
[3] San Josemaría, Conversaciones,
102.
[4] San Josemaría, Conversaciones, 75.
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