jueves, diciembre 03, 2015

DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN LA ADOLESCENCIA
Toda persona necesita recibir consejos acertados y adecuados para orientar su vida y si se quiere subrayar una etapa importante en la que no deben faltar estos consejos, es la adolescencia que empieza con la pubertad.
“La pubertad es la etapa del desarrollo que sigue a la infancia. Los cambios de orden físico más importantes dependen del inicio de las funciones sexuales, y comprenden la aparición de los caracteres sexuales secundarios. Respecto a los cambios psicológicos, que acompañan a los anteriores, el niño, con el crecimiento en fuerza física, crece también en sentimiento de masculinidad, en coraje, valentía, etc.; a la vez aparece una cierta ansiedad e inseguridad por los procesos que está sufriendo, por las posibilidades que le abre el mundo, y una inestabilidad de carácter muy acentuada. En las chicas la pubertad tiene otro tono. La aparición de la menstruación y sus alteraciones psicológicas les provocan con cierta frecuencia reacciones de rechazo, momentos de rebeldía, o estados de depresión, y se hacen más reservadas, vergonzosas, y empiezan a guardar sus «secretos». Habitualmente, esta etapa es fácilmente superada”.
“La pubertad da paso a la adolescencia, que presenta como nota bastante característica la tendencia a extremar las actitudes. Así, por ejemplo, los jóvenes tienen manifestaciones de egoísmo y, a la vez, son capaces de sacrificarse y entregarse por un ideal con una gran fuerza e ilusión, pero también con la falta de madurez y amor profundo que se dan en una persona mayor. Los adolescentes establecen relaciones afectivas ardientes, pero con poca consistencia, que pueden romperse con la misma facilidad con que se iniciaron. Con frecuencia, les resulta difícil adquirir un compromiso para toda la vida y permanecer en él. Se lanzan a la vida de relación, pero conservando un cierto deseo de soledad. Denotan, en ocasiones, detalles que manifiestan intereses materiales pero, a la vez, están abiertos a grandes ideales. Pueden pasar del optimismo más ingenuo a un pesimismo también sin base real.
Muchas cualidades positivas que se encuentran en la gente joven –magnanimidad, desprendimiento, optimismo, capacidad de amar–, se han de poner a prueba con el transcurso del tiempo: a veces, son desprendidos porque no saben lo que cuesta ganar las cosas, o confiados y optimistas porque aún no han sufrido contrariedades de ningún tipo, o esperanzados porque toda la vida se les presenta llena de posibilidades: «La juventud ha tenido siempre una gran capacidad de entusiasmo por todas las cosas grandes, por los ideales elevados, por todo lo que es auténtico»[1].
“El adolescente pretende a veces colocarse como igual entre sus mayores y además se siente en cierto modo diverso de ellos: quiere sorprenderlos y sobrepasarlos transformando el mundo. De ahí que sus planes estén llenos de sentimientos generosos, proyectos altruistas y, a la vez, puedan resultar inquietantes por su megalomanía y su egocentrismo inconscientes. Con frecuencia se descubre una mezcla de abnegación por la humanidad con un egotismo muy marcado.
Por todo lo anterior, no es acertado considerar que la adolescencia se define exclusivamente por el aparecer del instinto sexual, aunque también en este terreno habrá que orientar a los jóvenes. El adolescente descubre asimismo el amor, como capacidad de darse y como sentimiento, pero ese descubrimiento es parte de todo un sistema de ideales amplio.

Enseñarles a decir siempre la verdad
“Hay que inculcarles desde el primer momento un gran amor a la sinceridad, que no tengan vergüenza de manifestar algo que quizá les intranquiliza en algún momento, pero les cuesta hacerlo.
La lucha en materia de pureza debe plantearse de modo positivo y a la vez realístico. Es normal que haya tentaciones, que se quisiera no tener y que a veces producen vergüenza[2], pero la gracia de Dios ayuda siempre a vencerlas, si se ponen los medios convenientes: oración, mortificación para custodiar la vista y para no entretener los pensamientos que puedan presentarse. No es pecado experimentar tentaciones, siempre que no se hayan buscado, sino consentir. De todas formas, hay que estar atentos para que, en el momento oportuno, cuando la dirección espiritual ha adquirido una cierta estabilidad, vean sinceramente si ha habido en el pasado, hechos o situaciones que tratan de relegar al olvido, pero que pueden haber dejado huellas y ser causa de inclinaciones o de tentaciones fuertes.
Durante este período no hay que inquietarse por las aparentes extravagancias y desequilibrios de los adolescentes: el trabajo profesional, una vez superadas las últimas crisis de adaptación, restablece el equilibrio, y marca así definitivamente el acceso a la edad adulta”.

La atención de los papás
“En esta etapa, los padres deben tratar de comprender muchas de las actitudes de sus hijos que, en ocasiones, son meramente circunstanciales, sin olvidar nunca que es perfectamente comprensible y natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de modo distinto: ha ocurrido siempre. Lo sorprendente sería que un adolescente pensara de la misma manera que una persona madura. Todos hemos sentido movimientos de rebeldía hacia nuestros mayores, cuando comenzábamos a formar con autonomía nuestro criterio. Lo importante es, en cambio, que los padres presten atención a los problemas de fondo y a la formación de los hijos.
En la dirección espiritual, conviene empezar desde la base, asegurándose de que asimilan bien los principios de la vida espiritual. Paralelamente, es necesario transmitirles la doctrina clara, sencilla y práctica sobre la vida de la gracia, la humildad y la correspondencia al Señor, el pecado, la lucha cristiana, los Mandamientos de la Ley de Dios, los sacramentos –valor, necesidad, condiciones para recibirlos bien–, la vida de oración, la piedad, y los aspectos centrales de la vida cristiana: filiación divina, caridad, sinceridad, trabajo, apostolado.
Se debe proporcionar a los adolescentes, desde el principio, los medios sobrenaturales que les ayuden a vencer en la lucha ascética –oración, frecuencia de sacramentos, etc.– y a cultivar las virtudes sobrenaturales y humanas. Se les debe hablar de trabajo serio, poniendo a Cristo como modelo, ayudándoles a encauzar rectamente su idealismo y afán reformador, y enseñándoles el valor del trabajo y su importancia en la vida cristiana y en la resolución de muchos problemas humanos. Por eso, se ha de inculcar en los jóvenes un gran sentido de responsabilidad, haciéndoles ver la obligación grave que tienen de estudiar o de trabajar, y de santificarse en el cumplimiento de ese deber fundamental. De este modo se fomentan en ellos las virtudes humanas, base necesaria para cultivar las virtudes sobrenaturales.
Conviene hacerles ver que la dirección espiritual se encamina precisamente a adquirir la verdadera libertad, que no se puede encontrar viviendo al margen de Dios.
Hay que mostrarles también la necesidad de profundizar en el conocimiento de la fe –aconsejándoles lecturas adaptadas a sus circunstancias–, a la vez que avanzan en el conocimiento de otras ciencias. Deben adquirir un criterio recto, para que después actúen con verdadera libertad y responsabilidad personal, que no existen al margen de Dios. Además, conviene que el director espiritual les inculque un gran amor a la sinceridad y a la verdad en su vida entera y en sus conversaciones con él: son virtudes por las que se sienten particularmente atraídos, aunque muchas veces no distingan exactamente sus manifestaciones auténticas.
Constantemente hay que tener presente la meta a la que deben tender los esfuerzos de todos los cristianos: conocer y amar al Señor. «He visto con alegría cómo prende en la juventud –en la de hoy como en la de hace cuarenta años– la piedad cristiana, cuando la contemplan hecha vida sincera; cuando entienden que hacer oración es hablar con el Señor como se habla con un padre, con un amigo: sin anonimato, con un trato personal, en una conversación de tú a tú; cuando se procura que resuenen en sus almas aquellas palabras de Jesucristo, que son una invitación al encuentro confiado: “os he llamado amigos” (Jn 15,15); cuando se hace una llamada fuerte a su fe, para que vean que el Señor es el mismo ayer y hoy y siempre (Hb 13,8)»[3].
Asimismo han de comprender el valor sobrenatural de servir a los demás por amor de Dios; así se les ayuda a salir del posible egocentrismo –más o menos inconsciente– que algunos jóvenes pueden tener, y se les muestra el camino auténtico de la solidaridad con los demás, que no se queda únicamente en manifestaciones orales o escritas. San Josemaría afirmaba: «Yo la solidaridad la mido por obras de servicio»[4].
Hay que elevar también al plano sobrenatural los ideales humanos que los chicos tienen, haciéndoles comprender que son instrumentos de Dios y que han de prepararse en su vida interior del mejor modo posible.
Necesitan espíritu de sacrificio para alcanzar la meta sobrenatural que se ha indicado y otros ideales humanos que están siempre en función de aquella meta. Siempre con esperanza y optimismo para saber encontrar a Dios en los distintos caminos que la vida les ofrece. En este sentido, conviene llevarles de lo exterior (el cumplimiento del horario, el estudio, etc.) a lo interior (el amor a Dios, la fraternidad cristiana, etc.), aunque tal proceso quizá no sea explícito para ellos. No obstante, siguiendo metas concretas -a veces con plazos breves- irán madurando en su vida cristiana.
Por tanto, es preciso aprovechar todas las buenas cualidades de la gente joven para infundirles un fuerte ideal sobrenatural y, sobre esta base, hacerles comprender el valor que tienen las realidades humanas como lugar de encuentro con Dios” (profesor José Luis Gutierrez, en el libro “La dirección Espiritual” de CDSCO, dirigido por Manuel Tamayo, Julio de 2015).

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[1] San Josemaría, Conversaciones, n. 101. Lo contrario sucede a veces con personas adultas, que encuentran más dificultades para practicar la magnanimidad, el optimismo, el desprendimiento, etc., precisamente por haberse tenido que enfrentar, a lo largo de su vida, con experiencias poco positivas en ese terreno.
[2] Tal caso se podría dar, por ejemplo, cuando hay una fuerte inclinación del corazón ante una persona del mismo sexo, que en la inmensa mayoría de los casos, no suele indicar nada anormal. En estos casos, se debe tranquilizar al interesado, aclarándole que eso no supone una anomalía y aconsejándole que procure no darle importancia y trate por igual a todos sus compañeros, sin preferencias hacia uno u otro. Lógicamente, si hubiese una clara tendencia desordenada, porque lleva a actos concretos, o porque se producen reacciones desproporcionadas ante estímulos normales, y hubiera manifestaciones de inestabilidad psicológica, habría que aconsejar la consulta de un médico de buen criterio.

[3] San Josemaría, Conversaciones, 102.
[4] San Josemaría, Conversaciones, 75.

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