sábado, enero 31, 2009

Adaptarse a la tercera edad
ENVEJECER SONRIENDO

Decía el famoso literato hindú R. Tagore que “La vida se nos da y la merecemos dándola” El saber reconocer y valorar todo lo que hemos recibido nos hace tener un sentimiento de gratitud que va creciendo con los años. Es un tesoro interior que nos vuelve optimistas, comprensivos y convierte nuestra vida en un canto de acción de gracias.

El activismo del inverbe
Cuando se es joven es difícil disfrutar bien de las bonanzas de la naturaleza y de las bondades de las personas que están a nuestro lado, sobre todo de nuestra familia. Los entusiasmos y las pasiones juveniles nos hacen pasar veloces sin mayores apreciaciones. El trajinar ansioso nos vuelve ciegos para contemplar y disfrutar lo que tenemos cerca. Cuando pasan los años llegan las nostalgias, quisiéramos volver al pasado tan solo para tratar bien a esas personas cercanas y devolverles el cariño. Es lo que suele ocurrir cuando se ha vivido amando cada día más.

La felicidad de la madurez es una actitud de profunda gratitud por lo recibido y el deseo de bien que nos impulsa a enseñar y a cuidar a las personas con esmero. Qué diferentes eran los atrevimientos y disfuerzos de nuestra conducta de adolescentes cuando creíamos que lo sabíamos todo.

La alegría de la madurez

Cuando se llega a cierta edad se puede descubrir que la felicidad grande es compatible con la conciencia de haber cometido muchos errores y con la valentía de estar frente a situaciones difíciles que exigen esfuerzo y comprensión. Aunque se haya perdido alguna batalla, se continúa en la guerra con el coraje de seguir luchando para que triunfe el bien. Es una experiencia que nos hace optimistas y a la vez realistas. Ya no se trata de los entusiasmos juveniles de cuando éramos imberbes, sino de esa gran alegría, que es consecuencia del amor sacrificado, y que se tiene como una fortuna poderosa para la victoria nuestra y de mucha gente. Nos damos cuenta que podemos transmitir nuestra felicidad a los demás, encontrando en nuestras formas, el arte para comunicarla. Es una expresión que procede del fondo del alma y que trasciende con fuerza para persuadir a los demás a ser mejores.

Los días y los años van pasando y ahora podemos hacer lo que de jóvenes no pudimos, ya no serán las grandes gestas épicas de las imaginaciones juveniles, sino los servicios abnegados, necesarios para que las personas sean buenas y mejores que nosotros. Eso es lo que nos da verdadera satisfacción, aunque haya que pasar por mil dificultades: incomprensiones, insolencias, faltas de respeto, desaires, indiferencias, olvidos; o las que son consecuencia de la escasez de tiempo y de los propios achaques, que llegan sin avisar.

El estímulo del anciano ejemplar
Frente a los imponderables que nunca faltan, nos estimula el ejemplo de personas ancianas que pudiéndose quejar de lo que padecen no lo hacen y sonríen con una enorme paz. Son esas personas que se han esforzado durante la vida para ser comprensivas y serviciales: enseñan con paciencia y dedicación, poseen un lenguaje lleno de afecto y ternura, señalan siempre los aspectos positivos, no suelen levantar la voz, se alegran al ver los éxitos de los demás y confían en que los más jóvenes pueden sustituirlos con ventaja. Da mucha alegría encontrarse con esas personas que no han sido capturadas por el pesimismo y el desaliento y que su vida es para todos y para ellos mismos un canto de acción de gracias. Los que envejecen sonriendo son el modelo ideal de la mayoría de edad.

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