viernes, marzo 19, 2010

Edulcorantes del relativismo

ECLETICISMO CULTURAL

La nueva sensibilidad de la mentalidad contemporánea es consecuencia del influjo de un relativismo banal que se presenta con una cara bonita para que sea aceptado hasta por el medianamente pensador que guarda y esconde “un poco” la razón, para colocar en la balanza el peso de unos sentimientos compartidos, a modo de concesión, para no contristar con las corrientes de su época.

Quieren quedar bien con la sensibilidad de las nuevas generaciones y se convierten automáticamente en naturalistas modernos (sin saber en qué consiste el naturalismo).

En esta postura se encuentran también los que cierran un ojo y no quieren mirar, por ahora, la verdad, tratando de otorgar una concesión de tolerancia a lo bueno que se pueda rescatar de estas visiones fantásticas de experiencia emocional.

Son también actitudes eclécticas que buscan una suerte de conciliación con las ideologías de moda, ocultando lo que es incorrecto (no resolverlo por ahora) y exaltando los aspectos positivos de la modernidad.

Señalar sólo lo bueno de la naturaleza humana, sin hablar del pecado, es caer en la miopía del naturalismo, que no dice la verdad sobre el hombre. Estas visiones parciales, por muy atractivas que parezcan (imaginación y ficción), son un obstáculo serio para la formación de las personas y terminan empobreciendo la cultura y la vida social.


Una pincelada de la historia

En 1762 el famoso filósofo Jean-Jacques Rousseau escribió El Emilio” o “Sobre educación” y consideró esa obra como la mejor y más importante de su vida. Efectivamente tuvo mucha repercusión en las ideas liberales de la revolución francesa, que ahora continúan influyendo en la mentalidad contemporánea.

Rousseau decía en “El Emilio” que el hombre es bueno por naturaleza y por lo tanto sus primeros movimientos naturales serían siempre rectos. Decía también que en los pueblos semisalvajes se encontraba el hombre en estado de naturaleza pura, que es el tipo de hombre apacible, bueno y virtuoso. Afirmaba categóricamente que el mal no procedía del interior del hombre sino de la pasión ejercida por la cultura y la sociedad. El pedagogo debería intervenir para evitar que el mal social corrompa al hombre.

Como puede verse el pensamiento Rousseau lleva a establecer una contraposición sistemática entre naturaleza y cultura convencional. Según él la cultura no debería impedir los naturales deseos y pasiones de las personas que, además, obedecen a una verdadera necesidad y por lo tanto no hay nada que reprochar al que satisface una necesidad. Afirmaba que los preceptos humanos y convicciones sociales son vicios que llevan a la deformidad y al error.

Estas convicciones de Rousseau están ahora en la mentalidad del mundo relativista que esconde la verdad y se suma a todo lo que es placentero y atractivo sin hacer mayores consideraciones; aunque también se podría decir que lo que hoy se llama cultura (en la mentalidad relativista), está corrompiendo efectivamente a la sociedad, (cuando se trata de la subcultura de una sociedad enferma que ha expulsado a Dios y a las leyes morales que están inscritas en el corazón del hombre).


Criterios de cultura en la sociedad actual

“Cultura, (según el diccionario) significa cultivo en general, especialmente de las facultades humanas. Las facultades humanas las tenemos para conocer y amar la verdad. No puede haber cultura sin los valores reales que elevan el espíritu. No puede ser cultura lo que denigra, lo que va contra el hombre o lo empobrece… La educación debe cuidar la pureza de la cultura formando personas con una rica interioridad, que sean capaces de hacer una valoración correcta, adhiriéndose a los valores más profundos” (vid. “Educación en Ciernes” n. 260, 264).


Podemos afirmar con certeza que en la sociedad actual la cultura ha perdido mucho, aunque el crecimiento tecnológico haya sido notable. Lo dice, con preocupación, el Papa Benedicto XVI en su última encíclica: “El eclecticismo y el bajo nivel cultural coinciden en separar la cultura de la naturaleza humana. Así, las culturas ya no saben encontrar su lugar en una naturaleza que las trasciende, terminando por reducir al hombre a mero dato cultural. Cuando esto ocurre, la humanidad corre nuevos riesgos de sometimiento y manipulación” (“Caritas in veritate n. 26).


Cuando no se tiene en cuenta la verdad sobre el hombre, la imaginación se encarga de llenar la cabeza de fantasías. El hombre que no conoce al hombre quiere pintar al hombre que su imaginación le dicta. Esta falsa caricatura se convierte en un problema en el momento de las relaciones humanas, porque no se están poniendo los medios para combatir el mal que hay en la naturaleza humana. Surge entonces una gran inseguridad. Nadie confía en nadie. Los controles se multiplican con una suerte de sometimiento y manipulación. Parece que “gana” el que tiene más poder, pero a la larga este ganador, será realmente un perdedor.

Los ambientes de incomprensión se vuelven agresivos y la sociedad reclama que al menos exista una tolerancia para poder vivir en paz. No basta la tolerancia, que además suele quedarse en una postura exterior, bastante artificial, un aguantarse y no la virtud que trasciende y une, “…en el plano social, el relativismo cultural provoca que los grupos culturales estén juntos o convivan, pero separados, sin diálogo auténtico y, por lo tanto, sin verdadera integración”. (Caritas…n26).


La integración social del hombre

La integración social es necesaria para que la sociedad camine. El naturalista autónomo y subjetivo, que erige a sus propios sentimientos en juez supremo de la verdad, maltrata a los demás con sus tendencias desordenadas, usando mal la libertad que siempre reclama. En nombre de la libertad comete atrocidades que empobrecen y denigran las relaciones sociales.

Es necesario que el hombre conozca muy bien cómo es la naturaleza humana, para que pueda combatir el mal que sale de allí. La Iglesia, desde hace muchos siglos predica la necesidad de la gracia, para que el hombre pueda recuperar la libertad que perdió con el pecado.

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