jueves, junio 10, 2010

Al terminar el año sacerdotal

LOS OJOS DEL BUEN PASTOR

Una de las grandes lecciones repasadas en el año sacerdotal es la del papel que cumple el buen pastor en la orientación de las almas. Es uno de los deberes que tiene cada sacerdote como instrumento de Dios. Es una tarea que no se da de un modo automático, no surge solo de una potestad adquirida, sino de la correspondencia personal y diaria a la llamada recibida.

El sacerdote debe poner todo su ser y su buena voluntad para cumplir con la misión que Dios le encarga. La Potestad que adquiere en virtud del sacramento del orden exige de él una respuesta personal de amor a Dios y a los demás. Esa respuesta se llama santidad.

El sacerdote debe cuidar siempre la pureza de su amor y de sus intenciones. Es un servidor de Dios y le debe dar cuenta a Dios de todas sus acciones. Dios lo ha puesto para que guíe a las almas por el camino correcto. No es un político, ni un líder al estilo humano, es un siervo que pone el corazón en el suelo y está dispuesto a perseverar aunque tenga que ir a contrapelo.

El verdadero sacerdote lo es las 24 horas del día, vive una auténtica unidad de vida, no es un hombre de doble discurso o de planteamientos “teóricos”, tampoco un especialista en temas o en determinados grupos de personas. Es a “todo terreno” como Jesucristo. Está dispuesto a dar su vida por amor a las almas y a la Iglesia.

Nadie puede conocer mejor a la gente que un sacerdote santo. La experiencia en la historia es elocuente. Del cura de Ars decían que se daba cuenta de lo que pasaba con cada persona sólo con verla la primera vez, lo mismo se decía de San Josemaría Escrivá en el siglo XX y de muchos otros que reflejaban en sus vidas un celo ardiente por las almas.

Los ojos del buen pastor son importantes para que todos puedan andar sin mayores tropiezos. Si faltara el buen pastor el mundo se iría a la deriva. En los ambientes donde la gente se ha alejado de Dios se percibe primero una gran desorientación y después una gran descomposición. Cuando se advierten estas deficiencias la Iglesia reza para que no falten sacerdotes y cuando llegan las nuevas vocaciones aparece nuevamente el orden y la alegría de las personas sencillas que son las que entienden a Dios y lo pueden todo.

El Buen Pastor se fija en la interioridad de la persona. No se queda en los formalismos o procedimientos. No permite que las almas vivan en la superficie de los cumplidos. No se contenta en que todo parezca correcto. Evita que la sociedad caiga en un deísmo, que admita la existencia de Dios y que al mismo tiempo no viva con Dios. La mala “soltura” del cristiano “liberal” es un cáncer social que se ha extendido por el mundo. Los errores del relativismo se han colado en las estructuras educativas de muchos sistemas modernos. Se educa para “triunfar” y poder tener más recursos y más prestigio en una emblemática sociedad materialista. Se ha olvidado educar para servir.

El Buen Pastor conoce bien a las personas y las personas le conocen a él. Este conocimiento recíproco es fundamental para avanzar en la vida, más importante que los conocimientos que se puedan adquirir por los estudios o la experiencia, solo semejante al conocimiento que se tiene en la relación recíproca entre los padres y los hijos. Cuando se da una relación interpersonal de auténtico amor (estrictamente limpio y puro) se da al mismo tiempo el conocimiento más importante que se pueda tener en la vida y es algo que día a día va creciendo, si se persevera en el amor y no tiene límites.

El Buen Pastor conoce bien lo que hay dentro de las almas. Este conocimiento no lo ha adquirido por presión o maquinación, no es un espía que se esconde para “chapar” a la gente in fraganti. No es un curioso que quiere saberlo todo. No utiliza controles para dominar a las personas. Su amor es tan fuerte que persuade y así educa. Consigue que la gente quiera las cosas. Como es natural algunos lo mirarán con envidia y dudarán de la rectitud de intención de sus acciones.

La piedad del Buen Pastor no está sesgada a determinadas acciones o momentos. La motivación de la piedad es el amor a Dios y a todas las almas y el cuidado que de allí se deriva. No son maneras o costumbres que las personas adquieren para llevar bien las cosas que están establecidas de una manera determinada. En la liturgia, por ejemplo, el piadoso no es el que canta bien, sino el que canta con amor a Dios y así en todo.

El Buen Pastor es el que se da cuenta de la rectitud del proceder de las personas. Sabrá también enderezar las intenciones de los demás y no rechazar a nadie de su vida. El Buen Pastor conoce a cada uno en concreto, a las personas cuando están en grupo, a los grupos en general, podría conocer también las distintas intenciones de las organizaciones humanas.

El Buen Pastor sabe actuar en ambientes de enfrentamiento, donde se hace difícil la comprensión y la unión. Sabe distinguir las distintas funciones de las personas, el papel que le toca a cada uno y no hace nunca acepción de personas. No se siente especialista para un grupo determinado. Le interesan todos.

El Buen Pastor es leal con las personas, no divulga lo que escucha, es discreto y delicado, no habla con ligereza ni emite juicios precipitados. Se distingue fundamentalmente por la comprensión. Entiende bien el valor del secreto profesional y cuida con verdadero esmero el sigilo sacramental.

Sabe aconsejar sin miedo con valentía y a tiempo. Se toma la molestia de salir a buscar a la oveja centésima. Esta búsqueda es hoy una actividad diaria para el Buen Pastor. En los tiempos actuales no se entiende un sacerdote que esté encerrado en una oficina y no salga a buscar a las almas.

El Buen Pastor ama tanto que es difícil engañarle por mucho tiempo. Como está siempre al tanto del progreso espiritual de las almas, se da cuenta cuando uno estornuda. El que no ama no se da cuenta de nada. Los grandes “engañadores” no han tenido la suerte de tener cerca un Buen Pastor, o una persona que les quiera mucho. Los que se alejaron de la verdad, o del buen camino, encontrarán en el buen pastor o en la persona que les quiere de verdad, la principal motivación para su retorno. Cuando se siembra amor (limpio y noble) se recoge amor.

El engreimiento meloso en algunas familias no es amor limpio y noble. Es amor propio o afecto desordenado que siembra egoísmo y genera mecanismos de defensa para el propio yo. La persona engreída se convierte en tirana. El Buen Pastor no debe ser engreidor. El que engríe se calienta pronto cuando la persona engreída no le corresponde.

El amor del Buen Pastor es muy superior al de un engreidor. El afecto limpio y ordenado teje la fidelidad de la persona querida. El querido con amor ordenado aprende a ser fiel, es correcto en el querer, sabe dónde tiene que poner el corazón y cómo debe corresponder. Si mantiene esta relación de amor, -Dios está de por medio- perseverará en el camino correcto y será feliz.

Nuestro compromiso es rezar siempre por las futuras vocaciones, para que vengan muchos más sacerdotes y sean santos. Es lo que nuestra sociedad necesita.

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