viernes, noviembre 19, 2010

La atención de los enfermos

EL MUNDO DEL MORIBUNDO

Todo moribundo tiene su mundo. Los achaques de una enfermedad, o unas limitaciones, pueden trastocar la objetividad de sus apreciaciones, o dicho de otra manera: con esas circunstancias suele aumentar el volumen de la subjetividad para juzgar sobre su propia enfermedad y sobre los cuidados que está recibiendo.

Es necesario recordar que un moribundo adquiere, por su misma situación, un derecho más grande a ser comprendido y atendido, que los demás.

No debería haber un abismo considerable entre el mundo del moribundo y los mundos de las personas cercanas. Las distancias, lamentablemente, las terminan poniendo los sanos, etiquetando al enfermo como una persona desarreglada por su enfermedad. Se termina advirtiendo, con una llamada de atención, para los que no lo conocen sepan a qué atenerse y para que el mismo enfermo limite sus derechos o peticiones: “te vamos a dar lo que necesitas y no lo que a ti se te ocurra”.

Las desavenencias, entre el enfermo y sus familiares, podrían originar situaciones de crueldad con el propio enfermo que se sentiría incomprendido y dolido con la propia familia, no por los achaques de la enfermedad, sino porque la familia no entendió su situación de moribundo, y no están dispuestos a mayores esfuerzos o concesiones con él.

Los achaques o limitaciones de un moribundo, no asimilados por la familia o por quienes estén a su lado, podrían derivarse en situaciones injustas de maltrato con desatenciones, que son consentidas también, por el cansancio o el mal humor de los mismos familiares.


Los costos de la individualidad o soledad

En la sociedad actual existe una aguda crisis familiar que aleja a las personas de su propia casa, cada uno quiere vivir su mundo y busca que respeten su independencia. Cuando llega la enfermedad o las limitaciones a un familiar, surgen los problemas para su atención. Si falta amor en la familia, ninguno querrá ocuparse del enfermo, todos buscarán evadir esa tarea y no se sentirán responsables.

Cuentan que un padre de una familia numerosa, que se había portado mal con su esposa y sus hijos y vivía muchos años fuera de su casa, cayó con una grave enfermedad. La persona que vivía con él se fugó y cuando los médicos llamaron a la esposa y a los hijos, éstos no querían hacerse cargo y preferían que el padre se muera. Casos como éste hay miles en la sociedad y son muy tristes.

La solución está en recomponer la familia y lograr que los seres humanos se quieran de verdad. Hay instituciones de la Iglesia dedicada a la gente abandonada y están con los moribundos hasta sus últimos momentos, dándoles el cariño que tal vez nunca recibieron, ni de su propia familia. Esas obras de misericordia, que pasan desapercibidas, son encomiables y valiosísimas para el bien de la humanidad.

Los moribundos en el hogar

Hoy quisiéramos detenernos en el mundo del moribundo que tiene familia y gente cercana que lo atienda. No todas las familias y las atenciones son iguales. Existen muchas diferencias y muchas deficiencias. Es necesario conocer el mundo del moribundo para saber: ¿cómo está?, ¿qué le duele?, ¿qué quisiera?, ¿qué le gusta?, ¿qué detalles se pueden tener con él?, ¿cómo atenderle mejor?, ¿cómo darle una buena compañía?, ¿cómo hacer para no dejarlo solo o que no se sienta solo? y así poder atenderlo, como Dios manda, en esos momentos difíciles de la vida.

Lamentablemente muchas familias piensan que no tienen tiempo para atender al familiar enfermo y actúan con la política de que “cada palo aguanta su vela”. Se advierten, entre ellos, para que cada uno sepa resolver sus problemas (seguros, compra de medicinas, consultas a los médicos, etc.).

Si nos paseamos por los hospitales de Lima nos encontraremos con personas de la tercera edad haciendo sus colas, con unas recetas largas en sus manos, esperando horas para pasar por una rápida consulta, que es muchas veces superficial. Se les ve solos llevando sus propios achaques y tratando de manejar la enfermedad que padecen como puedan. Muchos se dedican solo a eso y se pasan el día entero entre salas de espera y consultas. Cuando llegan a moribundos y los instalan en un cuarto, recién la familia reacciona un poco, tal vez solo para ir a visitarlo antes de que se muera, y quedarse con el recuerdo de que hicieron algo por él.

El moribundo metido en su propio mundo de dolor, puede observar distintas conductas en las personas que se acercan a él:

· El familiar o amigo que lo trata con cariño y es oportuno con los detalles y las cosas que dice. Se entera de lo que está pasando con el enfermo y sabe de los procedimientos. Le da alegría y quisiera que siempre esté.


· El familiar o amigo que está solo por cumplir y está mirando el reloj para irse. Suele estar con prisa y con cierta incomodidad. Es un tanto brusco. Prefiere que no esté.


· El “amigo” que viene acompañando a otro y no tiene ninguna iniciativa. No cuenta para nada y algunas veces estorba. Le es indiferente.


· El “amigo” que se alegra de su desgracia (porque podría sacar provecho personal). Le gustaría que no se recupere, aunque se porta diplomáticamente simulando una preocupación por su salud. Le da cólera o pena su hipocresía.


· El Jefe que lo mira solo e función del trabajo que abandonó y le falta diligencia y comprensión para entender cómo está y preocuparse también de su recuperación. Le da pena su cortedad.


· El médico competente que lo sigue con diligencia y se preocupa de él. Le da mucha paz.


· El médico de turno que lo revisa como un objeto más. Le incomoda mucho.


· El sacerdote que le da esperanza con los sacramentos y la oración. Lo consuela, le da valor y lo tranquiliza.


La caridad cristiana en esos momentos es fundamental para meterse en el mundo del enfermo y hacerle ver que tiene compañía y ayuda, que se le quiere de verdad. Hace muchos años San Josemaría Escrivá visitó a una religiosa en un hospital y le preguntó si la atendían bien. Ella dijo que sí, que la atendían bien pero que extrañaba el cariño de su mamá. San Josemaría se quedó impresionado y decía que esto no debería pasar. El cariño que se debe dar a los enfermos debería ser semejante al que reciben de su propia madre.

Agradecemos sus comentarios

2 comentarios:

María del Carmen dijo...

Fomentar el cariño al enfermo moribundo es heroico muchas veces, pero necesario para ambos, tant para el enfermo que lo necesita con urgencia y para el que lo asiste, pues todos debemos ejercitar la caridad que es la que nos transforma en verdaderamente humanos.

El artículo está precioso.

Muchas gracias.

Anónimo dijo...

Muy cierto lo leido, en mi familia tenemos un tio en estado de coma por mas de una año, y hay algunos que piden que Dios se lo lleve pronto para que no siga sufriendo. No sera que los que sufren y se incomodan son aquellos? El tio quiza esta rezando por dentro, convirtiendose y arrepintiendose de sus pacados, quiza evitando una estadia larga en el purgatorio. Yo creo que siempre hay una oportunidad para la conversion, a si sea que estemos moribundos. Me encanto leer este articulo

Richard Putnam
Milford, CT
USA