viernes, abril 08, 2011

Inflar o cubrir para que se vea mejor

LAS PORTÁTILES (una reflexión desde la ética cristiana)

Ahora que se aproximan las elecciones presidenciales podemos observar, en las campañas de los candidatos, que existen seguidores interesados en poder sacar para ellos un trozo de la torta que se está elaborando. Están dispuestos a hacer lo que sea para que su candidato consiga ganar, porque así la tajada sería más grande para ellos.

Uno de los procedimientos que utilizan las portátiles, es convencer a las masas para que hagan ambiente, con hurras y aclamaciones, con la promesa de darles a cambio unos buenos regalos o puestos de trabajo. Muchas plazas se llenan más por las movidas de las portátiles que por el convencimiento sincero de las personas que acuden. Además hay que incluir el número de curiosos, que nunca faltan en las ciudades y en los pueblos. Cuando falta seriedad todo se llena de frivolidad, superficialidad y ligereza. Es más fácil organizar una feria que un foro. Es por eso que los programas no son lo más importante en este tipo de campañas. Los programas no los conocen ni los votantes de los sectores A y B, salvo contadas excepciones.

Desde tiempos inmemoriales han existido lo que ahora se llaman las portátiles. Es el acompañamiento humano que tienen los candidatos. Todo está elaborado y maquillado de tal manera que se logra hacer un verdadero marketing. Las portátiles saben vender a su candidato y todo funciona con una suerte de negocio donde se desata una competividad, muchas veces insana. Los que colocan dinero para la campaña invierten para su propio bolsillo. Participan en un juego donde hay ganancias. Hasta se oye decir: “yo no voy poner mi dinero por gusto…¡tengo que ganar!” Todo negocio es un riesgo, en la política también. Siempre hay que decir: salvo contadas excepciones, pero adviértase que son realmente contadas con los dedos de una mano.

Las portátiles en los sistemas estatistas y totalitarios

Hemos visto a lo largo de la historia, que los países fundamentalistas y dictatoriales funcionan con enormes portátiles estatales. Un número significativo de dirigentes que viven del régimen y que han conseguido, solo con el mérito de ser seguidores, grandes prebendas, que no están dispuestos a perder. A este grupo se añaden miles de “partidarios” obligados a acudir a los grandes desfiles de adhesión al régimen, para no perder los escasos derechos que tienen (una ración de comida, unos bonos para las compras, unos permisos…), y alguna que otra bicoca que les entrega el sistema para que no se rebelen y estén “contentos”. Así aparecen en la televisión los grandes desfiles de adhesión. Todo el mundo sabe que están apañados, que la gente no está allí porque realmente quiere, sino que están obligados a gritar con entusiasmo, (que lógicamente es falso), vivas al régimen y a los líderes del sistema. El que no lo haga se expone a perder sus derechos y a que se le declare persona no grata, o peligrosa para el sistema.

El consenso mundial para el uso de las portátiles

Parece que todo el mundo está de acuerdo en este modo de funcionar y proceder. Entrar en el mundo de la competividad inflando las cosas para que se vean más grandes y cubrir otras para que no se vea lo malo, es una maniobra que hacen los seres humanos habitualmente (salvo contadas excepciones) sin tener escrúpulos y además, suelen sumarse otros que los apoyan, porque están buscando también algún provecho personal (sino retiran su apoyo). Son personas se ponen una camiseta para defenderla a toda costa, y están dispuestos a inflar la realidad y cubrir lo defectuoso para alcanzar sus objetivos. En esto consiste su lealtad. La ética se queda solo para el lenguaje.

Las adhesiones, los compromisos y las disposiciones

Muchos en el mundo caminan con sus portátiles. Habría que estudiar bien como se dan en cada persona las adhesiones, los compromisos y las disposiciones, para ver bien la rectitud de esos apoyos y si las cosas se dan en un clima de libertad. Que no nos engañen con peliculinas baratas.

Dice santo Tomás que “el bien de por sí es difusivo” Cuando se trata de algo realmente bueno no necesita un acompañamiento que pinte de bondad lo que ya es. Lo bueno se exhibe solo. Cuando uno quiere dar su adhesión a alguien acude porque realmente quiere y está convencido. Esta sinceridad de adhesión es fundamental cuando se reconocen los valores objetivos y con ella se teje la libertad y la unidad. Es el firme convencimiento del conocimiento de la verdad.

Los apóstoles no son las portátiles de Jesucristo. El hijo de Dios pide a sus seguidores comprometerse con la verdad y ser fieles a ella. El que sigue a Jesucristo no es alguien que está buscando una prebenda y para conseguirla utiliza artimañas mintiendo sin escrúpulos. Al contrario el Señor le pide que se entregue, que abandone muchas cosas, que no piense en él, sino en los demás, que diga siempre la verdad, que tenga unidad de vida.

Ni Jesucristo, ni el Papa, ni la Iglesia, necesitan que les llenen las plazas con gente contratada o con mercenarios pagados. Las plazas se llenan solas con millones que quieren seguir a Dios de verdad, o al menos desean ponerse en el camino del bien y de la verdad. Se le puede invitar para que acuda a la plaza o a la Iglesia para que se encuentre con la verdad y no para hacer bulto o para obtener un beneficio desligado de su rectitud de intención y de su forma correcta y honrada de proceder.

Los miembros de la Iglesia no debemos nunca dar gato por liebre, al contrario, estamos llamados a dar muchas veces liebre por gato.

El mensaje de la Iglesia no es: ¡vamos a llenar la plaza de gente para que parezca que somos muchos! El mensaje es: “El que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”

Las cosas de Dios no funcionan con la propaganda, funcionan con la santidad. Las adhesiones y seguimientos deben ser entregas reales a una vida de sacrificio y generosidad. Así es el seguimiento de Cristo. No son los fieles para decorar las actividades que se organizan. La Iglesia no rellena sus locales con gente, para poder decir luego “¡Han venido muchos!, ¡qué bien!” Eso sería engañarse. La Iglesia busca la conversión de las personas. Las actividades que se organizan son para el bien de los fieles, para su libertad y su felicidad. La persona que libremente ama a Dios es la que sabe adorar y es la más feliz.

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