jueves, diciembre 22, 2011

El hombre necesita ser

RESCATADO PARA QUE PUEDA AMAR

Cuando las cosas no salen bien en una sociedad se aspira que llegue alguien que ponga orden, una mano dura que reestablezca la justicia castigando a los que se han portado mal. El que llega debe ser muy fuerte y valiente para tomar decisiones si es que quiere conseguir que las cosas cambien para bien.

La llegada de Jesucristo al mundo fue distinta: nadie quiso recibir a sus padres para que Él pudiera nacer en un sitio digno, es más, la autoridad mandó matar a todos los niños para matarlo a Él, más tarde fue maltratado por todos: abofeteado, escupido, coronado de espina y crucificado. Nunca nadie recibió más oposición que Jesucristo y a pesar de todo consiguió poner orden en millones de corazones a lo largo de la historia.

Es que Jesucristo no vino para hacer justicia sino que vino a traer la justicia para que cada hombre sea justo, vino para que el hombre aprenda a darle gloria a Dios y la gloria que el Señor quería era que todos se salvaran y para lograrlo tenían que conocer al redentor y dejarse guiar por Él.

Jesucristo trata al hombre con amor y le enseña a amar. El hombre aprende de Jesucristo el amor de benevolencia: dar regalos, ser generoso y el sufrimiento por amor: el dolor, la cruz. El hombre no podía amar porque sus pecados se lo impedían y Jesucristo viene para rescatarlo y darle poder para que luche contra su pecado y así conquiste el amor, que luego tendría que repartirlo a los demás.

La primera obligación del hombre es amar a Dios y la segunda a su prójimo, empezando por la familia.

Los hombres emprendedores del mundo han luchado por sacar adelante una carrera, un trabajo, unos proyectos, etc. Es maravilloso ver la capacidad que tienen los hombres para hacer cosas admirables en beneficio de la sociedad. El hombre estudioso y trabajador puede ser muy eficaz y llegar a grandes metas; sin embargo Jesucristo le recuerda que tiene un prójimo y que su principal obligación es con el prójimo.

Las relaciones humanas tienen prioridad por encima de otros logros y son determinantes para la felicidad de los hombres y la mejora de la sociedad. El hombre que no lucha con orden falla habitualmente en las relaciones humanas: peleas familiares, laborales y sociales. Descontentos de unos con otros: contiendas, juicios, conflictos sociales y guerras. El hombre no puede arreglar solo sus conflictos con el prójimo, necesita la ayuda de Dios.

Dios viene para que el hombre mejore sus relaciones con Él y con los demás: “amaos los unos a los otros como yo os he amado” Dios padre envía al Hijo para que los hombres vean como ama el Hijo a Dios Padre y así aprendan a amar a todos. Nadie es mejor ejemplo que Jesucristo para enseñarnos lo que es el amor.

El hombre empieza a amar a Dios cuando lo trata. En la oración el interlocutor es Dios. El hombre se va dando cuenta, si conversa de verdad con Dios, que Él lo sabe todo y por lo tanto no se le puede esconder nada y además al conversar con Él siente la intensidad de su amor y se da cuenta que quiere lo mejor para él.

El hombre que no reza oculta siempre algo en sus relaciones con los demás. El que reza no puede esconder nada porque sabe que Dios lo ve todo y en el trato con Él aprende a ser sincero. El hombre está hablando con la Verdad y Dios le transmite la verdad.

En poco tiempo descubre que Dios se dirige a él de modo personal como si fuera el único y luego cuando se mira a sí mismo ve que tiene un amor que Dios le ha dado y que es exclusivamente suyo, con matices y modos propios, incluidos sentimientos, pasiones y todo tipo de emociones.

Todo eso es propio de cada uno, el hombre se da cuenta que Dios lo quiere más que nadie. La relación que se establece es íntima, intensa y única. Es como si hubiera un idioma único, propio y exclusivo para dirigirse a Él.

La oración personal y la oración de la Iglesia

Los modos personales de dirigirse a Dios engarzan perfectamente con la liturgia, Es como un coro donde se pueden distinguir las voces que cantan en el mismo tono, de cada voz particular. Así también, el trato íntimo con Dios en la liturgia, no pierde el encanto de su individualidad, al contrario la liturgia eleva esas particularidades que son como arreglos que mejoran la comunicación. Es una especie de elevación del hombre que participa de un ambiente divino.

Quien está haciendo su oración no quiere interrumpir ese momento íntimo de conversación exclusiva con Dios. La elevación se da de tal manera que se vive feliz en esos instantes de intimidad. Es una experiencia intransferible que es muy difícil de contar: “el corazón tiene razones que la razón, por muy brillante que sea, no llega a captar” (Pascal), las certezas de la fe son mucho más fuertes que las de la razón e incluso que las evidencias. Son convencimientos que están muy distantes de cualquier tipo de duda o temeridad. Es la seguridad de la humildad que es la verdad. “El Señor ha escondido la verdad a los sabios y entendidos y la ha revelado a la gente sencilla”

En la sencillez de Belén está la familia que fue rechazada por todos y que ahora se ha convertido en la familia más famosa del mundo. La Virgen María, una mujer pobre y con poca cultura, le agradece al Señor en el Magnificat todo lo que le había dado, la esclava del Señor, canta con júbilo lo que más tarde será una gran verdad: “me llamarán bienaventurada todas las generaciones” Ella, recibe de Dios el amor que trasciende en su Pureza y Virginidad, para que sea la criatura que más sabe amar en el mundo. Ella colabora con el Redentor en el rescate del hombre para que pueda amar y sea feliz. También se podría llamar bienaventurado el que sabe amar a Dios y a los demás, como Dios nos ha amado.

Entonces podemos afirmar que Jesucristo viene para que el hombre al ser rescatado pueda amar y ser muy feliz.

¡Felices Fiestas de Navidad junto a la Sagrada Familia de Jesús María y José!

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