jueves, febrero 09, 2012

Las causas de la miseria

POBREZA Y RIQUEZA

Hace unos días leí con satisfacción y asombro en “El Comercio” dos artículos que explicaban desde distintos ángulos cuáles eran las verdaderas causas de la miseria en el mundo. El primero, de Gonzalo Portocarrero, que llevaba el título de “El espejismo de las rentas” explicaba cómo la ganancia de los sobre precios podría producir un influjo negativo e injusto en la sociedad a la hora de la distribución de las riquezas permitiendo que unos pocos sean ricos y las grandes mayorías continúen en la pobreza. Unos días después apareció el artículo de Alfredo Bullard con un título irónico: “La sabiduría es la causa de la ignorancia” donde refutaba los argumentos de Portocarrero defendiendo la acción libre del hombre para producir riqueza.

No soy experto en economía, sin embargo como teólogo, frente a estos argumentos me encontré como si me hubieran dado un buen pase para hacer un gol. Las causas de los problemas que originan la miseria en el mundo son harto conocidos, y los dos articulistas han tocado aspectos desde distintos ángulos.

La primera causa de la miseria es la ignorancia, el gran mal endémico del mundo. Lo que ocurre es que se emplea el término de acuerdo a criterios sesgados. Por ejemplo para algunos es lo mismo decir gente pobre o gente ignorante. Por otro lado la cultura y el éxito se suelen colocar al lado de los que tienen dinero, esos son los que han sabido salir adelante y hay que aplaudirlos. En cambio los que no tienen nada y viven en condiciones de miseria son los ignorantes e incultos. Sin embargo hay ignorantes en todos los sectores de la sociedad.

En nuestra sociedad podemos ver muchas diferencias, en las cosas y en las personas: hay lugares ricos y lugares pobres, personas con más cualidades y posibilidades que otras que tienen bastantes limitaciones y pocas oportunidades.

Frente a la realidad que todos podemos contemplar con nuestros propios ojos existe también una ley superior que es para todos los hombres: la ley del Amor. No es un derecho es una ley que debemos cumplir. Esa ley consiste en querer desigual a los que son desiguales, o sea conocer las diferencias para poder darle a las personas lo que es justo, de allí la definición de justicia: constante voluntad de darle a cada uno lo suyo. Es imposible aplicar la justicia sin la ley del amor porque se la utilizaría como arma para derrotar a otro.

De acuerdo a estas consideraciones, en el campo de la economía el hombre no debería producir riqueza sin más, y tampoco hacer con ella lo que le venga en gana. La ley del amor marca una direccionalidad y una prioridad. Al hombre emprendedor se le pide primero que sea desprendido, que se cuide de no apegarse al dinero porque es muy fácil que se corrompa y por lo tanto es necesario que viva la virtud de la pobreza. Que ame a las personas para que no ame tanto el dinero o los bienes materiales.

Es que el dinero y el poder sin la ley del amor son causas de corrupción y llevan al hombre a la miseria. Es por eso que el mundo hay muchas desigualdades que son causadas por injusticias cometidas, por no saber darle a cada uno lo suyo. Ojo que no estamos hablando solo del reparto del dinero o de los bienes materiales, sino del amor auténtico que todos debemos tener por los demás para darle a cada uno lo suyo.

La solución no es que todos tengan plata. La solución es que los hombres sean buenos, que tengan un corazón ordenado y por lo tanto justo. Y esta solución es para todos: para los ricos y para los pobres. El rico desprendido se convierte en justo y el pobre desprendido aprende a ser generoso y no envidioso.

Está claro que la riqueza material no es moralmente buena ni mala. La moralidad depende del modo en que se use. El dinero puede emplearse en el lujo, en el despilfarro y en la violencia, o en la promoción de la salud, de la solidaridad o la educación. Todos deben emplear bien el dinero y los bienes.

La trama famosa película clásica “Una gata sobre el tejado de Zinc” cuenta la historia de un millonario, padre de una familia numerosa, que había conseguido una fortuna con el esfuerzo personal y sus propios méritos. Su papá había sido muy pobre, en cambio él, gracias a su talento y capacidad, hizo mucho dinero y obtuvo grandes propiedades. Ya mayor y avejentado se encontraba agotado de la vida con una enfermedad terminal, mientras que los hijos y sus familias estaban esperando el desenlace para recibir la herencia.

Al final de la película este padre millonario tiene un diálogo encendido con uno de sus hijos, que era alcohólico y no estaba interesado por la herencia. Este exitoso sexagenario le quiere demostrar al hijo que gracias a sus esfuerzo ellos podían recibir una gran herencia en bienes y propiedades. El hijo, que extrañaba más el cariño y la educación que no había recibido de su padre, le recuerda la herencia del abuelo pobre: un sombrero viejo y mucho cariño. El padre escucha atentamente el reclamo del hijo alcohólico, se conmueve al recordar el cariño de su papá y se pone a llorar porque se dio cuenta que el abuelo (su padre) le había dejado algo más valioso que el dinero y las propiedades que él pensaba dejar a sus hijos.

Jesucristo llamó bienaventurados a los pobres y desprendidos. “Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”. (Lucas, 20)

Hoy vemos en el mundo unas diferencias preocupantes: mientras algunos buscan aliviar sus problemas con el aumento de un escaso sueldo, otros se frotan las manos para seguir especulando despavoridamente, como los compulsivos viciosos de las casas de juego que se convierten en ludópatas y dejan sus casas cargadas de deudas y a sus seres queridos en la ruina. Algunos vaticinan la llegada de nuevos ricos y de nuevos mendigos para el futuro y la vida sigue igual.

El hombre que se considera seguro viviendo con una posición económica holgada, cree que tener dinero es suficiente para conseguir sus aspiraciones más altas; ese hombre está en un túnel, ha perdido la brújula, es necesario rescatarlo, para que se de cuenta que el dinero no es Dios y que tiene unos deberes que cumplir con su prójimo y otros con Dios.

Si nos enriquecemos con trabajos que no benefician a los demás o al país (con justicia), nos empobrecemos como personas y terminaremos mendigos, como el rico Epulón de los Evangelios. Seríamos hombres que no supimos aprovechar bien el tiempo para el negocio más grande de nuestra existencia, que es la salvación de nuestra propia alma después de haber dejado en la tierra una herencia de honradez, dignidad y Amor.

Agradecemos sus comentarios

No hay comentarios.: