jueves, febrero 23, 2012

Afanes desleales
LA IGNORANCIA DE LOS PUDIENTES

La palabra ignorante, que indica falta de conocimiento de lo que se debe conocer, es empleada desde diversos y significativos enfoques. La puede emplear un profesor al ver la las limitaciones de sus alumnos, con el ánimo de enseñarles para sacarlos de esa situación frustrante. Algunos la emplean para insultar al que no supo resolver bien un problema. Otros para constatar el estado de multitudes que se encuentran en situaciones deplorables, lejos de los conocimientos elementales.

Generalmente quienes usan este término lo hacen sintiéndose superiores y colocándose en un status donde los ignorantes son los otros, no ellos. Los que están en problemas son los ignorantes, que no saben nada, los engañan y continúan viviendo en la miseria. En algunos ambientes pareciera que fuera lo mismo ser pobre que ser ignorante.

Se le llama pobre al que no tiene plata y vive en unas condiciones infrahumanas y éste además es ignorante y todos deben compadecerse de él. Se hacen campañas para darle una dádiva al pobre. El que es voluntario y ayuda al indigente se sentirá bien aunque siempre vea al que recibe la ayuda como pobre e ignorante.

Mirándolo desde el otro ángulo: el que tiene dinero y puede darse el lujo de gastarlo, el que se sabe mover en los negocios y consigue incrementar su capital, el que gana incluso haciendo alguna triquiñuela, para obtener algo más, el que consigue salir airoso en la vida, logrando con astucias y el “cumplimiento” de la ley, un buen posesionamiento social; a ese no se le considera ignorante.


La triste ignorancia de los pudientes

En moral se distingue el escándalo pusilorum del farisaico. El primero se refiere a los niños inocentes o a las personas sencillas que son escandalizadas y el segundo se refiere a los que hacen escándalo para llamar la atención (aunque hieran el honor y la fama de las personas). A los más jóvenes hay que protegerlos y cuidarlos de determinados ambientes para que no se escandalicen y se queden mal heridos con algo que puede destrozar su personalidad. Luego hay que formarlos bien para que más adelante los escándalos de otros no les influyan negativamente. También existen personas muy sencillas que son honradas en sus trabajos y no engañan a nadie.

En cambio muchos pudientes, que manejan situaciones sociales, escandalizan señalando conductas impropias, sin que les importe poner a descubierto irregularidades (con difamaciones o calumnias) de otras personas, exagerando las tintas, para conseguir protagonismo, sintiéndose ellos los “buenos de la película” y así poder ganar más dinero, si es posible.

Demuestran con su conducta una pobreza de espíritu que es mucho más grave para la sociedad, que la pobreza material de los que no tienen dinero. Es más grave por tener una interioridad conflictiva y alterada que influye negativamente. Son personas ambiciosas que están incapacitadas para amar porque sus apetitos, irascible y concupiscible, están hinchados de pasión, y al no poder conocer la verdad, optan por patear el tablero de las virtudes y de la moral.

Muchos pudientes que están enfermos del espíritu, son los causantes principales de los conflictos sociales, por su voracidad enfermiza a favor de sus propios intereses. Quieren manejar situaciones de la vida y no pueden. Son ignorantes porque su estado habitual (ruptura interior) les impide el conocimiento correcto de las personas, que debe ser siempre para amarlas y no para utilizarlas.

Quienes se dejan motivar habitualmente, y a veces de una manera compulsiva, por el provecho personal y el egoísmo, no son idóneos para solucionar los problemas humanos.

Quien busca conocer a alguien para utilizarlo solo se fija en aspectos que puedan servirle para sus torcidas intenciones. Los valores más altos de las personas los vería como peligrosos para sus intereses. Entonces procurará deshacerse o expulsar a los mejores, porque resultan incómodos. “Una sabiduría así no desciende de lo alto, sino que es terrena, meramente natural, diabólica. Porque donde hay celos y rencillas, allí hay desorden y toda clase de malas obras” (Santiago, 3, 15-16).

El hombre que no ama al hombre sino que lo utiliza, lo denigra, creando constantes situaciones de injusticia. Y así resulta que los “amos” que esclavizan al hombre, luego se vuelven esclavos de sus propios egoísmos y pasiones. Esos “amos” pudientes son incapaces de gobernar, aunque estén acostumbrados a manipular para conseguir sus prebendas. La inteligencia del injusto produce brutalidad porque no la emplea para buscar el bien sino para el provecho personal. Luego ocurrirá lo que dice el famoso refrán: “la codicia rompe el saco”

La sociedad está rota por el hombre codicioso que dice conseguir riqueza y lo que consigue es más pobreza, con aumento de violencia y falta de seguridad.

Desconocer la ley del amor y sus efectos es la mayor ignorancia que pueda haber. El hombre que se escapó del orden de la ley del amor se mete en una selva tupida haciendo consideraciones de todo lo que ve, sin tener una falsilla buena como sostén para entender las cosas. Sus informaciones desarticuladas lo hacen crecer en ignorancia y en una presunción enfermiza.

La sabiduría no se obtiene a base de información y menos de una información embrollada y desarticulada. Los excesos de datos recibidos sin ninguna orientación, crean ensaladas mentales donde se junta la presunción humana con los vestigios de algunas evidencias, y es entonces cuando el hombre se siente dueño de un razonamiento que considera válido y no es más que una razonada propia de un laberinto mental. Luego buscara, a como de lugar, la patente de corzo para intervenir en los asuntos de los demás. No quiere darse cuenta de su ignorancia, aunque no deja de intuirla. Es entonces cuando se defiende, como gato encerrado, atacando a otros y así cubre sus limitaciones con “cortinas de humo”. Así es la sandez humana del poderoso que no quiere reconocer su ignorancia.

Es la hora de la sinceridad y la verdad. Ya no podemos seguir viviendo del cuento y de la mentira.

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