jueves, julio 19, 2012


Que los jóvenes aprendan a querer (es lo que necesita el Perú)
LA INGRATITUD JUVENIL
Como le duele al hombre bueno haber sido injusto e ingrato en sus años mozos cuando no se daba cuenta de la alteración que sufría su jerarquía de valores por la ansiedad juvenil.
Esas sensaciones variables entre el entusiasmo y el aburrimiento que nos empujaban a buscar al grupo de amigos, como si fuera lo más grandioso del mundo, para sintonizar mejor nuestras vivencias. La sintonía encontrada con algunos coetáneos parecía una amistad inquebrantable hasta que  pasaron los años y llegaron las decepciones que nunca faltaban, de algunos que nos traicionaron y de muchos otros que simplemente desaparecieron de nuestro entorno por cosas de la vida.
En ese mundo fantástico de la  adolescencia preferíamos  escoger antes a los amigotes que a nuestra propia familia. Los hermanos no nos entusiasmaban tanto como los amigos de la misma edad. Queríamos a nuestros padres pero no en el ámbito de nuestras amistades. No queríamos que se metan y menos que nos vigilen. Estábamos, sin darnos cuenta, generando una doble vida. Consiguiendo para nosotros un espacio exclusivo que ni nuestra propia familia podía vulnerar. Pensábamos que era lo correcto porque los demás también lo hacían. Cuando pasaron los años reconocíamos en esta actitud un error considerable. Los que no lo habían advertido seguían en su doble vida ocultando cosas, que no son buenas. ¡Cuantas desgracias después!
Tampoco servía la amistad sentimental con una persona del otro sexo que nos encerraba en un mundo estrecho y distante de todo lo demás y nos hacía pensar que allí sí éramos felices. No advertíamos que nuestra afectividad estaba afectada con un egoísmo ciego que convertía en posesivo a nuestro incipiente amor. Nos sentíamos dueños de nosotros y de nuestra vida sin darnos cuenta de nuestra gran inseguridad.  ¡Qué bandazos pegan los adolescentes en estos temas! Algunos golpes quedan marcados para toda la vida y no son solo cicatrices, son deficiencias y limitaciones irreversibles.
Es una pena cuando al adolescente se le deja a su aire y no se le señalan las cosas con claridad y cariño a la vez para que aprendan a ser concientes. La virtud más importante en esas edades es la sinceridad. No tener una doble vida. No ocultar nada. Que todo sea trasparente. Para esto se necesita la ayuda de alguien mayor que pueda escuchar y que a la vez pueda aconsejar
Esta jerarquía de valores desordenada y alterada de la adolescencia puede durar  incluso hasta pasados los 30 años y en algunos casos perdura.  Hoy existen situaciones de inmadurez espiritual que claman al Cielo.  Conductas lábiles e inestables,  rebeldías sin ninguna causa que las justifique,  un fuerte sentimentalismo con resentimientos que perduran, excesos de vanidad pueril, afanes lúdicos exagerados, trato burlón, tosquedades y durezas en los modos, lenguaje soez y zafio.

Cuando se abren los ojos a la realidad
Si más adelante tenemos la suerte de haber orientado bien nuestra vida, nos da pena haber sido así en el pasado, y no pensamos que solo fue el momento de la adolescencia.  Nadie cree, aunque muchos lo afirman por el consenso social, que son etapas de la vida por las que debemos pasar.  Si fuera así los mayores no darían tantos consejos y no sufrirían tanto los desatinos de los más jóvenes. Sabemos a conciencia que los adolescentes necesitan en esas etapas una mejor orientación y formación para superar los momentos críticos  de esos momentos de la vida  que son los del crecimiento y desarrollo.

Cuando los mayores se callan y no dicen nada
Hoy muchos se lamentan por no haber sabido formar bien a sus hijos en esas etapas de la vida.
Cuantas cosas buenas puede hacer una persona cuando es muy joven y qué pocos saben aprovechar su juventud para hacer el bien. Pareciera que esos años son para lo que todo el mundo califica más adelante como desequilibrios y tonterías.  Si sabemos que están los chicos en esas circunstancias el deber de los mayores es advertírselo y buscar formar bien la conciencia de los jóvenes para que no se perjudique y para que no pierdan el tiempo.
El mejor regalo para el país es formar bien a los jóvenes. Allí está el futuro. No es pérdida de tiempo dedicarles los mejores momentos del día a los chicos. Que ellos vean que se les valora y se les quiere. En vez de hacerlos marchar para pelear hay que enseñarles a querer para que sepan amar y no se enreden, para que sean felices y causen en su casa grandes alegrías con una conducta sana, que además es cercana para la alegría de todos.

¡Felices Fiestas Patrias amigos de Adeamus!

1 comentario:

Carmen Rosa P. de Viale dijo...

Manuel, coincido contigo que hay que enseñar a los jóvenes a aprender a querer.
Como sabes, estoy en la clínica al cuidado de mi esposo ya casi cuatro meses y he tenido la ocasion de ver con satisfacción las reacciones tan positivas de los menores y los jóvenes que acompañan a familiares o amigos cuando lo visitan.
Por esta experiencia sugiero que los padres nunca desaprovechen las ocasiones de dar buen ejemplo…entre otras tareas, la de visitar a los enfermos es una excelente ocasion para desarrollar el amor y la solidaridad, de enseñar a querer.