jueves, enero 10, 2013


LAS ANTIPATÍAS DE LOS JUSTOS
Las simpatías o antipatías no son las que marcan los aciertos o desaciertos de las personas en el cumplimiento de sus deberes familiares o profesionales. Tienen que ver más bien con los gustos, que tampoco pueden ser las motivaciones principales a la hora de elegir. Puede darse también que los más antipáticos sean mucho más coherentes que los simpáticos en sus conductas y en el desempeño de sus actividades, pero tampoco se pueden establecer reglas al respecto. 
Estas consideraciones las hacemos porque mucha gente renuncia al cumplimiento del deber por querer caer bien en los ambientes donde se desempeñan. Prefieren una imagen que agrade y contente a todos, (especialmente a los jefes), que  el cumplimiento estricto del deber o el orden moral, tal como debe ser de acuerdo a la ley y a la conciencia.
Estas actitudes de consenso, que están al margen de lo correcto, son siempre reprochables, sin embargo las toleran en muchos sectores de la sociedad quienes  aplauden la permisividad, haciendo la vista gorda para no observar lo que debería advertirse, y entonces cuando sale una voz discordante, que quiere poner los puntos sobre las íes, activan sus mecanismos de defensa para responder como si los estuvieran atacando. Así surgen los ataques a los hombres justos que quieren erradicar el mal de la sociedad.

El rechazo del bien por intereses ocultos de beneficio personal
Los ataques a los justos están a la orden del día en muchos sectores de la sociedad. Están organizados por quienes  se sienten heridos por la presencia de una persona buena que quiere arreglar las cosas. No les interesa el moralizador o el que quiera poner orden porque desbarataría lo que han conseguido o pretenden conseguir de un modo ilegal, o a través de prebendas otorgadas por quienes “compran” voluntades a favor de sus proyectos y beneficios.
Suelen ser personas vinculadas a redes manejadas por mafias disfrazadas de justicia y que han aprendido y enseñan a medrar, para vivir con trampas a costa de los demás. Primero hacen ascos a las buenas propuestas y luego actúan  con artimañas calumniosas para dejar mal parado al que quiso arreglar las cosas, y si es posible arman un escándalo para quitárselo de en medio.

El mal se ahoga con la abundancia de bien
El cualquier parte del mundo el camino del bien se hace venciendo al mal. Si el mal no existiera la conquista del bien sería distinta. El que es bueno debe batallar para que el mal no se extienda. La fidelidad al bien es la fidelidad a la verdad en todos los ámbitos donde se encuentre el ser humano. Lo decía levantando la voz en Ayacucho el recordado Papa Beato Juan Pablo II: “El mal nunca es camino para el bien”  El que está en el camino del bien suele tener una actitud firme y decidida, no se anda con medias tintas, ni con conductas melifluas.
Ser un defensor de la fe y de la verdad puede generar fácilmente el odio de los adversarios, como ocurrió con Jesucristo. El que trajo el bien y la verdad fue sometido a las mayores torturas y condenado a muerte.
Quienes no tienen una conducta recta de unidad y coherencia de vida y viven resentidos con heridas de odio y venganza, se dedican a la guerra sucia y desleal, sin importarles la fama y el honor de las personas. Se autocalifican de moralizadores atacando a quienes se opongan a sus proyectos tildándolos de corruptos y enemigos de la sociedad.
Jesucristo fue juzgado por personas deshonestas que llenaron de fango sus expedientes para que a todos les parezca que era peor que el mayor de los ladrones. Esta historia se repite todos los días en el mundo. Los que quieren hacer el bien, porque son buenos, terminan siendo “ajusticiados” por los sembradores impuros del odio, que están en complicidad con aparatos mediáticos, para enlodar la vida de los hombres de bien y salir ellos victoriosos para obtener sus prebendas.
Los santos y las personas honradas son incómodos para los que tienen “rabo de paja”  y no quieren perder sus “beneficios” y para los que tienen apetencias desordenadas y van buscando por todas partes el poder o el protagonismo, haciendo complicidad con otros de su calaña y sin que les importe para nada la justicia o la honradez.
Está claro que una persona que quiera cumplir la ley y hacer las cosas de un modo correcto, puede generar antipatías y rechazos y ganarse, sin haber hecho nada en contra, grandes enemigos.
Siempre es necesario ver y conocer el fondo y la trayectoria de vida de las personas. La superficialidad también lleva a la injusticia.
No se trata de ponerse de acuerdo con una postura, o con un grupo, lo importante es estar de acuerdo con la verdad y en desacuerdo con la mentira y lo falso, venga de donde venga.

Las virtudes humanas del hombre de bien
Ahondando más en el tema podríamos dirigirnos ahora al justo y honrado, que advierte y quiere moralizar, para decirle que se esfuerce en ser simpático, no por vanidad sino por caridad.
Ser correcto y honrado y a la vez simpático no es nada fácil. Ajustar para que se viva de un modo correcto tiene su costo. Sin embargo se debe luchar para adquirir las virtudes humanas que sean necesarias para tratar muy bien a todas las personas. La justicia no debería llegar de una manera severa y dura, sino con toda la amabilidad y la comprensión que un ser humano pueda tener.
Se pueden mejorar las maneras y las formas. Está al alcance de todos ser mejor prójimo del prójimo. En este afán deben poner más empeño las personas dedicadas a la educación y los que deben velar por la justicia. Está claro que la justicia sin caridad se puede convertir en la mayor injusticia. Esto también sucede a la hora del trato humano con las personas, si no se hace con delicadeza, aunque se esté en lo justo, la falta de virtud también podría considerarse como injusticia. Todos los hombres, incluidos los más agresivos, merecen un trato digno.
La Caridad cristiana es una virtud infusa, la da Dios, no depende del temperamento del hombre. Todos pueden y deben recibir esta virtud para amar como debe ser, con el amor de Dios. Con la caridad se sabrá apreciar el modo bueno de los distintos temperamentos y se sabrá desarrollar esos modos que siempre llevarán al ser humano a tener una extrema delicadeza y finura en el trato con sus semejantes.
El buen trato al prójimo que procede de la caridad suele ser bien reconocido. Las personas dirán del que trata bien: “¡Éste sí que sabe amar!”
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