viernes, marzo 15, 2013


 El Papa que la Iglesia necesita
UNA LUZ SOBRE LA FE
Pudiera parecer un poco atrevido el título de este artículo si es que se pretendiera poner luz sobre la luz , ya que la fe es la virtud que trae la luz a los entendimientos humanos. No es esa nuestra intención sino más bien tratar de explicar la potente luz que ha llegado, gracias a las circunstancias actuales: renuncia del Papa, cónclave y elección del nuevo Pontífice, para que podamos ver cómo está la fe de los cristianos en estos momentos históricos.  
El mismo Papa que declara el año de la fe le da un espaldarazo a la fe con su renuncia y consigue que todo el mundo mire a la Iglesia y a los católicos; una demostración más de la unión intrínseca e inseparable entre la fe de los hombres y la Iglesia. Quienes pretendían separar la fe de la Iglesia se han visto sorprendidos por esta arrolladora realidad de los acontecimientos: todos pendientes e interesados.  ¿por qué tanto interés?
El interés por lo que pasa en la Iglesia sirve de espejo para que cada uno vea su relación con la Iglesia y con la fe que profesa, o ¿a qué le llama fe? ¿Es posible una fe al margen de la Iglesia fundada por el mismo Cristo para cuidar y proteger la fe en todos los tiempos?
Dentro de este cuadro de interés y expectativa mundial, por lo que pasa en la Iglesia, pudimos observar que cuando la sede de Pedro está vacante unos rezaron intensamente y otros hablaron constantemente. Se cruzaron el silencio de la oración con la bulla del parloteo de quienes opinaban a lo humano los asuntos divinos.
Rezan los que tienen fe en un Dios que escucha y cuenta con las oraciones de los hombres.  Ellos están convencidos  de que el futuro de la Iglesia, como siempre, está en manos de Dios y que por lo tanto el nuevo Papa ha sido enviado por Dios.
Los que no rezan suelen aumentar, en estas ocasiones, el volumen de una verborrea tejida con conjeturas de un inducido “sentir popular” transmitido por el poder mediático y así opinan de cualquier manera. Leen, con cierta curiosidad, las noticias  escandalosas y las repiten por doquier como si fueran “actos de fe”, con un dogmatismo subjetivo de una terca y atrevida cerrazón. Así son los atrevimientos del que no reza y quiere “humanizar” los asuntos divinos.
Un “prestigioso” periodista se atrevió a decir, hace unos días,  recogiendo opiniones de cuestionados personajes eclesiásticos, que el nuevo Papa debería extraer de la Biblia todo lo que pueda ser confrontacional y dejar lo que pueda contentar a todos; ¡menudo disparate! , otro opinó, muy orondo, que si el nuevo Papa eliminaba el celibato de los clérigos se solucionarían los problemas sexuales que acosan a la Iglesia, una opinión que evidencia un desconocimiento de la realidad.
En estos días se volvieron a poner sobre el tapete temas como la despenalización del aborto, la píldora del día siguiente o la legalización de las bodas entre homosexuales, el retiro de los crucifijos o la prohibición de la libertad de culto en los colegios, etc. Temas, que algunos comunicadores mediáticos mueven para poder vender y los políticos ambiciosos inclinan sus balanzas buscando los votos, sin importarles si aquello es bueno o malo para las personas y la sociedad.
Gracias a la Providencia la luz sobre la fe de los hombres pone en evidencia muchas cosas. Lo más grave, y que muchos no perciben, es el rechazo de la oferta de la vida de eterna felicidad.  Este sí es un grave peligro para la humanidad.
La fe no es una creencia individual y subjetiva de lo que a uno le da la gana, ni tampoco el respeto y la tolerancia por algo que uno cree y defiende. Estas son más bien distorsiones que podrían llevar a una miopía y hasta una ceguera que impediría conocer la verdad. Si no se acierta en la fe uno se juega la Vida y la de los demás.
En la definición de fe está muy claro: creer en lo que Dios nos ha revelado. No basta creer en Dios, es necesario creer a Dios y para creer a Dios está la Iglesia como encargada, y asistida por el Espíritu Santo, para transmitirnos la fe en su pureza e integridad.
Quien ha pretendido separar a Cristo de Iglesia y opina, en esta coyuntura histórica, que el nuevo Papa debería ser más pastoral y abandonar los rituales y las exigencias de la doctrina moral Iglesia, está demostrando un desconocimiento total de las verdades de la fe que Dios ha revelado, que están en las Sagradas Escrituras y que la Iglesia enseña en su Magisterio universal. Verdades que son para todas las épocas y no pueden cambiar.  Un Papa es pastoral porque transmite con su palabra y su vida las verdades de fe que Jesucristo dejó en la Iglesia.
El Buen Pastor no es el que facilita las cosas por la llegada que tiene con la gente, es más bien el que sabe transmitir la verdad,  porque convence con la autenticidad de su vida yendo por delante y abriendo camino para que todos puedan encontrarse con Dios.
La Iglesia, con el Papa a la cabeza, tiene el mandato que Cristo les dio a los apóstoles para enseñar el camino de la verdad a todos, aunque se tenga que ir contracorriente. Cuando se pierde el sentido cristiano de la vida el hombre se descamina y puede convertirse en enemigo de Dios. Es fácil ver, en nuestro tiempo,  y en otras épocas, que la  Iglesia siempre ha sido atacada por las insidias de enemigo que quiere destruirla. En su historia milenaria no son pocos los que han aceptado el martirio, como ocurrió con Jesucristo, entregando la vida para defender la fe. Jesucristo era comunicativo, llegaba a la gente y las multitudes lo seguían, pero por decir la verdad fue sentenciado a morir en la Cruz.
El nuevo Papa Francisco es defensor de la doctrina de la Iglesia y llevará la barca de Pedro a buen puerto porque además está asistido por el Espíritu Santo.
El cónclave fue corto pero la espera fue larga. En esa hora, cuando ya había salido el humo blanco, todos estaban contentos y  entusiasmados sin conocer todavía el nombre del nuevo Papa. Se veía en la plaza San Pedro la fe de la Iglesia en todo el mundo. Creer sin ver, todos estaban aceptando el Papa que sea, que sería el mejor sin dudas. Cuando el Papa argentino salió por el balcón todo el mundo saltaba de júbilo, nadie se sentía perdedor o desanimado. La mayoría no lo conocía, pero era igual, se trataba del Papa, del Vice Cristo en la tierra. Qué clara se veía la actuación del Espíritu Santo, una luz sobre la fe de los hombres en el año de la fe.
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