jueves, marzo 07, 2013


Santos sin santidad

No se puede jugar a ser santo sin serlo de verdad. El intento puede engañar a los incautos y originaría con el tiempo un huaico arrasador que llevaría al despeñadero a los propios partidarios o "devotos", como ha sucedido ya en tantas ocasiones.
Existe, en muchos sectores de la sociedad, la triste costumbre de tomar prestada la moral para hacer programas convincentes. Los discursos parecen prédicas donde se asegura la justicia y el buen trato a las personas. Todo cabe en el papel y qué fácil es repetirlo. Y así resulta que en la historia aparecen algunos personajes que se invisten de una santidad de purpurina y se consideran los redentores de un pueblo. Creen que van a conseguir que las cosas caminen bien. Ellos dicen que las cosas no caminaron antes, porque los anteriores fueron incapaces o corruptos, y ahora, por fin, llegó la moralidad que faltaba. Lo peor es que se lo creen.


¿Ignorancia o malicia?

Cuando los discursos de los seres humanos tienen como base la crítica mordaz, casi insultante o hiriente hacia predecesores o adversarios, es fácil que se pueda esconder allí una falta de rectitud o un escaso conocimiento de la realidad; también puede tratarse de la poca categoría humana del crítico.

Para que las relaciones humanas sean correctas no deben faltar nunca el perdón y la disposición de perdonar. Una persona que es incapaz de perdonar es también incapaz para dirigir o mandar. Si alguien se declara enemigo para siempre de una persona, porque se portó mal, o porque no piensa como él, está demostrando poca valía personal y un escaso conocimiento del ser humano. Esa limitación es propia del que no aprendió a querer a su prójimo.

También hay que tener en cuenta que la problemática humana no se resuelve con reglamentos o sistemas impuestos. Quien quiera  ayudar a su prójimo debe solucionar antes sus propios problemas, si no lo hiciera, terminaría cansado y no podría ayudar a nadie. Sus planteamientos no tendrían nunca la altura necesaria para ver las cosas con mayor profundidad y acierto.

El reconocimiento actual de las propias limitaciones es fundamental para tratar con acierto a los demás y no pensar que arreglar la vida de los otros es adecuarlos a un sistema o a un modo de hacer las cosas. Reconocer las propias debilidades no es una autocompasión, es más bien la actualización de la contrición, un dolor de amor por haber ofendido, que es también una disposición constante, un hábito de pedir perdón que va junto al hábito de perdonar. Es creerse capaz de lo peor y buscar ayuda para no desvariar.

En cambio quien suele calificar habitualmente a los otros como corruptos o mal intencionados, es que está viendo la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el suyo.



 
Trayectoria de vida

La moralidad no la forman los reglamentos o programas. Se refleja en la misma vida de las personas. En los aspectos espirituales o éticos.  Si se quiere erradicar un mal hay que estar sano. La salud espiritual es asequible para todos y constituye también un deber, no es una opción. Un líder debe tener buena salud. La buena salud no es la perfección.

El perfeccionismo es enemigo de lo bueno. Es por eso que el hombre bueno es el que sabe pedir perdón y sabe perdonar. El hombre bueno es el que conoce sus limitaciones y defectos y lucha cada día y en todo momento por ser mejor.

El que aspira a la santidad solo la puede adquirir con la gracia que Dios le alcanza para que luche y se transforme. No hay otro modo de llegar a la santidad.

La gracia de Dios no es una comodidad, es un recurso para luchar que tiene como fundamento la fe y la humildad. La fe de saber que Dios lo puede todo y nos quiere mejores y la humildad de saber que somos poca cosa y que tenemos muchos defectos y errores. Ambas virtudes nos hacen conocer la realidad, que es el conocimiento de cómo somos los seres humanos.

Entonces cuando vemos los defectos y errores de los demás no nos irritamos. Nuestra actitud será de comprensión y de ayuda para que pueda darse en cada uno una real transformación, luchando por la santidad a la que todos estamos llamados, una transformación in crecendo, que no se detiene nunca y que enriquece a la persona.


Crecimiento real para no dar "gato por liebre"

En los Hechos de los Apóstoles aparece un personaje llamado Simón el mago que al ver los milagros que hacían los apóstoles estaba dispuesto a pagar dinero para que él pudiera también hacer esos milagros. Creía que con el dinero lo podría conseguir y que se trataba solo de una estrategia o truco. De este personaje viene el pecado de simonía que es pagar por un beneficio espiritual. Hoy, al estilo de Simón el mago, muchos "líderes" juegan a ser santos sin tener santidad y establecen programas de "limpieza" donde ellos son los protagonistas.

Algo imposible sin una trayectoria de vida ordenada donde se deben notar las virtudes auténticas que fueron conquistadas por el esfuerzo y la lucha individuales.

El cinismo y la hipocresía reinante producen esos "santurrones" que engatusan con sus prédicas infladas a mucha gente sencilla que ve en ellos la honradez y la justicia sin darse cuenta de la falta de virtud y categoría de sus líderes.  Por desgracia hoy, ha crecido el número de esos “santos” sin santidad que se autocanonízan cuidando una imagen de honradez que no es más que una caricatura para engañar a los incautos.

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