jueves, abril 11, 2013


El jefe que sube, se aleja y se pierde
EL JEFE DISTANTE
Cuidar la cabeza y el corazón, las facultades principales del hombre, es un deber de todos y especialmente de las autoridades o jefes, que tienen una potestad de mando sobre unos súbditos que dependen de él. El cuidado de esas facultades permite que éstas se pongan al servicio de las personas con una multiplicación de detalles que tendrían que ser la expresión de un verdadero aprecio. Las autoridades viven una alegría indescriptible cuando logran estar al lado de sus súbditos y éstos también gozan con la solicitud del jefe cercano.
La cercanía entre las personas, que es fundamental para que las relaciones sean armoniosas y acertadas, depende en gran parte del que hace cabeza.
La cercanía de un jefe es consecuencia cultivo de su interioridad y no de factores externos o de estrategias protocolares. La riqueza interior de una autoridad es la que trasciende para influir positivamente en los súbditos con una proyección a otras personas, que pueden ver y disfrutar de la belleza de esas relaciones humanas.

No existe una fidelidad sin caridad
Los protocolos de la oficialidad no engendran amistad, o dicho en otras palabras: tienen más importancia las relaciones humanas naturales y auténticas que los mejores protocolos del mundo. Pueden ser compatibles el buen trato y los protocolos: un buen jefe, que quiera y trate bien a la gente, podría respetar cuidadosamente los protocolos. En cambio, si falta amistad y cercanía, los protocolos podrían convertirse en algo molesto que aleje a los súbditos del jefe. Si hay ausencia de amor, las  disposiciones y criterios para lo que se debe hacer, podrían entrar en el campo de las manías y volverse contraproducentes.
Si el buen pastor pierde el amor a las ovejas, se convierte en el mercenario que ya no está dispuesto a salir para buscar a la oveja centésima; y las que están en el redil ya no quieren escuchar su voz. Si el amor del buen pastor crece, tendrá más cercanía a sus ovejas,  porque al quererlas de verdad, no pondrá la distancia del status  de su potestad.
Es penoso ver a una persona que ha recibido un puesto de mando, alejarse de la gente porque cree que debe ponerse cierta distancia, por la investidura de su cargo. Quizá, en un primer momento, por la inexperiencia, podría pensar que es más eficaz no bajar al llano y permanecer en cierto “status” atendiendo asuntos “más importantes”  Cree que así está mejor resguardado, para no tener que dar respuestas inmediatas o precipitadas a las impertinencias de los espontáneos, pero a la larga, si sigue así, la vida le hará ver, con dolor,  el costo de esa  desacertada determinación.
El Papa Francisco, en el inicio de su Pontificado, ha marcado unas pautas muy claras haciéndonos ver a todos que la autoridad no debe rodearse de exquisiteces y privilegios, y debe estar siempre al servicio de los demás. No debería sentirse superior, porque eso le haría perder el prestigio para conducir a su gente.

El que tiene un cargo debe bajar y no subir
El orgullo hace perder la cabeza y las amistades. Las personas se alejan del que se pone por encima. Cuando una autoridad no ha sabido cosechar amistades con sus propias virtudes, al dejar el cargo suele caer en un vacío existencial y en una amarga soledad. Sin amigos que de verdad le aprecien.
No es cierto que se esté cuidando bien a las personas si no se percibe al mismo tiempo una cosecha real de amistades auténticas.  La oficialidad sin amistad es un engaño. Cuando lo quieren porque está en el cargo, o porque la persona representa algo importante para ellos en un momento determinado.  En estos casos, que podrían ser los habituales, los que se acercan no lo hacen por la persona. En el mundo muchos se acercan a un jefe por lo que representa para ellos, o para poder conseguir algún beneficio en ese momento.
Está claro que la autoridad como tal puede representar algo más importante que su propia persona y esta circunstancia hace que muchos se le acerquen interesadamente. Pero esto no quita que el jefe cultive, al mismo tiempo y con verdadero esmero, el amor de amistad.  Es más, la amistad debe estar en la esencia de la autoridad. Una autoridad si amigos reales es un esqueleto.
Me contaba un amigo recién jubilado de su trabajo que en las últimas Navidades no había recibido ni siquiera una tarjeta de felicitación. En cambio, antes, cuando era jefe, recibía varias canastas navideñas y muchos regalos en su casa. Ahora se sentía solo porque no supo cultivar la amistad, aunque tuvo a lado a mucha gente que lo “trataba muy bien” y elogiaban su trabajo.  
Hace años, cuando fui capellán de una institución militar un cadete me decía que tenía muchos amigos con los que se divertía todos los fines de semana. Un día se enfermó y fue internado en el hospital. Me contaba que se había sentido defraudado de sus amigos porque ninguno lo fue a ver cuando estaba enfermo.  No sabía lo que era la amistad.

La ambición y vanidad del que manda
Uno puede perder la cabeza por locura, por enfado y también porque se “le suben los humos”  La soberbia es peor cuando es más alto el honor. Cuanta vanidad se encierra en los jefes que creen que mandan con autoridad y lo que provocan es el rechazo de las personas que están a su cargo. Alguna vez se piensa que el mal está en los súbditos y no en el jefe que tiene más responsabilidad, y debe ser ejemplar y cercano en el trato con su gente. No con el teatro de un “aparente buen trato” sino con verdadero afecto y estima.
Hoy vemos muchas autoridades que se “enriquecen” Entran sin dinero y salen avaros, entran muy “humildes” y salen soberbios. Pero después, más adelante, caen en desgracia: solos y abandonados. Nadie los busca, nadie los llama, dan pena.
Hoy el Papa Francisco pone la voz de alerta para que las cosas materiales y los puestos importantes no alejen a las personas entre si. Las ambiciones de una carrera, cuando se trata de subir para alcanzar una situación de privilegio, son más tentaciones que derechos.
El mejor derecho que existe, (así lo decía San Josemaría Escrivá a los que tenían vocación de servicio), es el derecho de no tener derechos. La autoridad que entienda bien este derecho  conseguirá que su entendimiento reluzca como un lucero y conquistará grandes espacios de libertad, para ejercer el mando con la eficacia de la caridad en el ejercicio de su potestad,  para el bien de sus súbditos y la alegría de todos.
Agradecemos sus comentarios

No hay comentarios.: