jueves, abril 04, 2013

EL PAPA, LA INVESTIDURA Y EL DINERO
El Papa Francisco es un extraordinario comunicador, con una serie de gestos y actitudes precisas que están marcando un derrotero que todos aceptan. Su imagen y sus palabras caen bien a las grandes mayorías en los diversos países del mundo.
La línea más gruesa del camino que señala, con sus gestos y actitudes, es también una llamada de atención a la lamentable situación en la que se encuentran los países del primer mundo, debido a la crisis económica generada por un desorden en las motivaciones humanas propuestas por ellos mismos.
Los hombres codiciosos que quisieron tener más y que vieron en el dinero y en las fórmulas económicas los recursos principales para ser felices, se estrellaron torpemente con una realidad que no se imaginaron. No fueron pocos los que sufrieron las inclemencias de esta crisis que azotó el mundo occidental y parte del oriente. Las pérdidas económicas son parecidas a las que podrían surgir como consecuencia de una lamentable guerra.

Los Papas que cambian el mundo
Cuando en las postrimerías de los años 70 fue elegido Papa Juan Pablo II, el mundo vivía bajo la amenaza de la lucha de clases propuesta por el bloque marxista. El Papa que vino de lejos y que procedía de un país sumergido y vapuleado por el yugo marxista, logró, con sus oraciones y con su devoción mariana, darle la vuelta al mundo. Cuando salió elegido, sus palabras convencieron a las multitudes. Parecía que decía lo que la gente quería escuchar.
Hoy, el Papa Francisco nos vuelve a motivar del mismo modo. El día de su elección bromeó diciendo que los cardenales habían ido a buscarlo al fin del mundo para elegirlo Vicario de Cristo. A él le parecía que venía de muy lejos porque no estaba en sus planes, ni en el de las grandes mayorías, ese encargo tan importante que había recibido.
Cuando una persona humilde recibe sorpresivamente la noticia de que ha sido elegida para un cargo de gran dignidad, la reacción es semejante a la que tuvo la Virgen María cuando el ángel le informó que había sido escogida para ser la Madre de Dios; sintió temor porque no se consideraba digna, ni preparada, para una tarea de tan gran magnitud, sin embargo acepta declarándose a sí misma la esclava del Señor, con una disposición total para obedecer: “hágase en mi según tu palabra”
Algo parecido ocurrió con el Papa Francisco: se sintió indigno para esa investidura pero aceptó el cargo sin los privilegios a los que tenía derecho: siguió con sus zapatos viejos, no quiso utilizar la limusina, quiso quedarse en la misma habitación donde estaba, fue a pagar el hotel, viajó en una camioneta junto a los demás, llamó por teléfono a sus amigos. Quiso seguir en el llano, ser un Papa que esté en la calle junto a la gente.
No condenaba las cosas que no aceptaba, tampoco criticó a sus predecesores, a quienes les tiene una gran admiración y respeto.  Así se vio en la visita que hizo a Benedicto XVI.
 Lo que condena enérgicamente con gestos y actitudes, es el desorden en los corazones de las personas que dan demasiada importancia al dinero y a las cosas materiales y se olvidan del amor a Dios y a los demás. 
Aún muchos no son conscientes de que la solución de los problemas no está en nuevas fórmulas económicas, sino en conseguir relaciones humanas más armoniosas.  Ya lo había advertido claramente el Papa Benedicto XVI cuando decía en su encíclica “Verdad y caridad”  que las relaciones humanas se habían convertido en relaciones de oferta y demanda y no de fraternidad, gratuidad y caridad.
El Papa Francisco pone el dedo en la yaga con acierto y convence, porque él vive lo que predica. No predica solo porque lo han elegido Papa, él traía ya una trayectoria muy clara y trasparente, que ahora, siendo el Vicario de Cristo y estando a la vista de todos,  el mundo puede conocer y valorar: vivía en un departamento, sin lujos, se cocinaba sus alimentos, no tenía chofer, viajaba en los transportes públicos, se acercaba a los más necesitados y defendía a los que eran atacados injustamente.  Defendía la vida contra el aborto y la violencia de la guerra o del terror, animaba a creer en Cristo y a seguir las enseñanzas de la Iglesia en materias de moral y costumbres, cuidaba con esmero la liturgia y advertía a los sacerdotes para que no se conviertan en unos coleccionistas de los tesoros artísticos, porque deben ser Cristo y no simples funcionarios.
El Santo Padre nos enseña a ser sencillos y a vivir pensando en los demás. Tenemos el Papa que la Iglesia necesita; ahora faltan los cristianos que la Iglesia necesita. El camino lo ha señalado, con el ejemplo, el Vicario de Cristo y nos ha pedido ir con él desde Roma a los confines de la tierra para hacerles ver a los hombres que Dios los busca.
Junto al Papa Francisco en estos tiempos difíciles la Iglesia tiene el reto de la nueva evangelización. Ya se están dando los primeros frutos en el año de la fe.

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