Bodas de plata episcopales
UN
CARDENAL CON CORAZÓN Y PANTALONES
No
hace falta explicar el título del artículo. Todos saben a quién me refiero y
qué es lo que quiero decir.
Cuando
terminé segundo de media empezaba el año 1963 y en las vacaciones de verano asistí
con unos amigos al estadio nacional para ver los partidos del campeonato
sudamericano de basket, que se
realizaban en Lima. No me perdí ninguno. Frente la zona norte habían construido
una galería enorme que cerraba el estadio por la mitad, como si fuera un
coliseo. Juan Luis Cipriani era el capitán de la selección peruana que quedó en
primer lugar junto a Brasil; destacaban en ese equipo Ricardo, Enrique y Raúl Duarte, Pipo Potestad, El pulpo Sangio,
Saldarriaga y otros que no recuerdo. Juan Luis era el más bajo de todos, jugaba
con unos anteojos que intentaba sujetar con trozos de esparadrapo sin mucho
éxito porque era muy difícil librarse de algún manotazo que hacía que los anteojos volaran por los aires y se
perdieran lejos de su dueño. Era fácil ver al ciego, que así llamaban a Juan Luis, buscando los lentes por la cancha
para seguir jugando.
Creo
que fue la única selección de basket
del Perú que destacó a nivel internacional, además casi todos los jugadores
estaban alrededor de los dos metros de altura, con excepción de Juan Luis y de
algún otro que eran más bajos. Los partidos fueron muy reñidos; participaban, entre otros países sudamericanos,
Brasil, Argentina y Uruguay que eran los más potentes. A mi me impresionó mucho
cuando Perú le ganó a Argentina, que era el favorito, en el último minuto con
una canasta de Cipriani que volteó el score
mientras sonaba la chicharra.
Todo el estadio se puso de pie para aplaudirlo y el famoso poeta peruano
Nicomedes Santa Cruz, que no quiso
perderse ese partido, lo llevó en hombros por toda la cancha, con la algarabía entusiasmante de las
tribunas.
El
campeonato se realizó en el verano. Yo estaba en mis vacaciones escolares. En
abril entré en tercero de media y a los pocos días de empezar las clases, un
compañero me invita a una charla con Cipriani en una residencia de Miraflores.
Asistí con un grupo de compañeros de tercero de media de La Recoleta. Nos
hicieron pasar a una sala y Juan Luis nos habló de ser auténticos cristianos.
Para nosotros, chiquillos de colegio, yo
tenía 14 años, que un baskebolista
campeón sudamericano, de 19 años y
estudiante de ingeniería, nos hablara de Dios, era algo que nos dejó impresionados favorablemente.
Todo
esto sucedió en 1963, desde allí tuve un trato constante con Juan Luis durante
nuestras etapas estudiantiles, en distintas ocasiones jugamos partidos de
fútbol, basket y volley, participamos en diversos encuentros con universitarios
de todo el Perú. Juan Luis destacaba no solo por el deporte sino también por su
talante humano. Intachable en la conducta, con un amor a la verdad notable y
muy directo en sus expresiones.
Era al mismo tiempo exigente y muy comprensivo con las personas, dispuesto
a dar la mano a cualquiera, si era necesario. Se acercaban a él gentes de toda
condición y encontraban junto a la broma cariñosa, el aliento de un líder que
señalaba siempre el camino del bien.
Al
poco tiempo ambos fuimos a Roma
donde conocimos a San Josemaría Escrivá de Balaguer. El la década de los
70 nos ordenamos sacerdotes y volvimos a Lima. Juan Luis mostraba siempre su
celo pastoral por las almas colaborando con distintitas actividades apostólicas
en los ámbitos universitarios y eclesiásticos. Siempre lo ví alegre y valiente
para hablarles a los jóvenes con ejemplos muy claros para que se decidan a ser
mejores personas y no tengan miedo de aspirar a ideales más altos en la vida.
Tal
vez su sinceridad y exigencia podría herir a alguno en un primer momento, pero
luego esa persona no tardaba en reconocer el bien que le había hecho a su alma
ese consejo o aquella advertencia, dicha con la fortaleza de un padre que
quiere lo mejor para sus hijos.
Pasaron
los años y el Papa Juan Pablo II lo nombra obispo auxiliar de Ayacucho. Hoy,
después de 25 años, el Cardenal recordaba a los sacerdotes presentes en el
almuerzo de su celebración: “en Ayacucho experimenté la soledad, en
cierta forma era ventajosa porque nadie me conocía y yo pensaba: si nadie me
conoce no me podrán matar” Fueron años muy duros de terrorismo con peligros constantes.
Tuvo que esconderse, cambiar de ruta, variar sus programas y sobre todo rezar
mucho. Poco a poco fue percibiendo el cariño de la gente y fueron llegando, una
a una, a pesar de esas dificultades,
vocaciones para el seminario. Muchos sacerdotes jóvenes de Ayacucho proceden de
esos años de terrorismo y son testigos de la entrega y valentía del Cardenal,
en esas circunstancias de guerra y de terror. Él siempre estuvo con ellos y con
su pueblo ayacuchano. Puso su corazón en esas tierras abatidas por el odio y el
dolor. El pueblo de Huamanga lo sabe bien y reconoce la labor pastoral de su obispo a quien recuerdan con
mucho cariño.
Juan
Luis mucho sufrió mucho con los que habían perdido sus seres queridos y sus tierras,
en los tiempos de terrorismo, también sufrió por los sembradores de la violencia y el mal, que
habían tomado el camino equivocado de la muerte y de la destrucción. Sufrió por las constantes y reiteradas incomprensiones
de quieres se atrevieron a juzgar los sucesos sin importarles la verdad,
motivados por ideologías o por banderías humanas, sembrando calumnias o
sesgando los temas por intereses políticos. El sufrimiento fue grande cuando estuvo de mediador en la
embajada del Japón tratando de librar a los rehenes de los terroristas de MRTA.
Años
después cuando fue nombrado, por el Papa
Juan Pablo II, Arzobispo de Lima, las dificultades no cesaron.
Juan
Luis es un hombre que no se vende, es un amante de la franqueza y defensor de
la fe. Cuando pasen los años el reconocimiento por su delicada y valiente labor
de pastor de almas se extenderá a muchísimos más.
Los
enemigos de la Iglesia son los que no la aman y no quieren ser fieles a la doctrina que Jesucristo enseñó. Los
que no están unidos al Papa, que es el
Vicecristo en la tierra y muestran una rebeldía que lleva a la desunión,
por intereses egoístas de grupo o de partido. Los enemigos de la Iglesia que
son enemigos de Juan Luis buscan
hacerle la vida imposible con manipulaciones y calumnias, con falsos informes y
falsas cartas para tratar de desprestigiarlo.
Gracias
a Dios Juan Luis Cipriani es fiel a la Iglesia y al Papa. Es un Pastor que
advierte de los peligros de la época y anima a los fieles a luchar para ser buenos
cristianos. Hoy le agradecemos su fidelidad y agradecemos a Dios tener un
Pastor de ese talante.
Quienes
lo conocemos cerramos filas con él, muy unidos al Papa Francisco, en esta nueva
evangelización de la Iglesia en el mundo que nos ha tocado vivir.
El
día de su aniversario el Cardenal abrió su corazón para decirnos con la
sinceridad que le caracteriza, en un ambiente de intimidad sacerdotal: “no
soy malo. Tengo un corazón muy grande pero no soy sentimental. Les exijo porque
los quiero, les tengo mucho cariño y por eso sufro también por ustedes” Antes nos había dicho que le agradecía a
Dios los años que le había dado como sacerdote y como obispo y que era
consciente que Dios no lo había abandonado nunca y que además lo sentía muy
cercano, percibía su acción en él. Nos dijo también que estaba muy contento con
los sacerdotes que tenía y que esperaba de cada uno más santidad y que se
acordaran de rezar por él.
Que
ese sea el regalo nuestro y todos los fieles: apoyarlo con el poder de la
oración para que siga su labor de pastor y pueda inyectar el amor de Dios a
muchas más almas. ¡Feliz Aniversario
Episcopal!
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