jueves, diciembre 19, 2013


Los signos cristianos en el hogar
LAS CRUCES, LOS NACIMIENTOS Y EL TELEVISOR

El cuarto de mi abuelo parecía una capilla conventual, frente a su cama había colocado una urna con la estatua del corazón de Jesús y muchas estampas pequeñas al lado, que serían las que le iban dando y él las dejaba allí para rezar de vez en cuando con ellas; más arriba, colgado en la pared, lucía un hermoso cuadro de la Virgen María, del arte colonial cuzqueño y en el otro extremo de la habitación, cerca de un escritorio pequeño y encima de una mesita, descansaba, en una peana circular, un crucifijo negro y vistoso, que invitaba a la piedad.

Él era contralmirante de la marina de guerra del Perú, padre de una familia numerosa y un devoto caballero cristiano, de Misa dominical y comunión frecuente. En sus últimos años formó parte de la orden de los Caballeros de Colón.

Así cómo mi abuelo, muchos limeños, de principios del siglo XX, tenían en sus dormitorios objetos religiosos que motivaban la piedad: un cuadro de la Virgen o de algún santo, la fotografía del Papa actual, un crucifijo o el rosario en la mesa de noche y los que habían recibido de Roma, por algún aniversario, la bendición papal, la lucían en un cuadro, que también estaba colocado en algún lugar al alcance de la vista.

No sólo el dormitorio estaba decorado de ese modo, también en la sala y en los pasillos aparecía alguna medalla, un relicario, la estatuilla de algún santo, o una vela votiva; todo lo que hiciera falta para conseguir que los miembros de la familia se sintieran protegidos por la divina providencia.

Esta tradición pasó a la generación siguiente. Mis padres y los papás de mis amigos procuraban igualmente para sus hogares, una decoración cristiana: crucifijos en los cuartos, el cuadro de la última cena en el comedor, la palma de olivo, que se recogía de la parroquia el domingo de Ramos, colocada en algún lugar visible y por supuesto en la Navidad no podía faltar el nacimiento en el mejor lugar de la casa. Las fiestas y las celebraciones cristianas se vivían con mucho entusiasmo y en un clima familiar de unidad y libertad.

Nadie se sentía coaccionado con esas manifestaciones y celebraciones cristianas, era normal y natural vivir las fiestas del catolicismo juntos y en familia, sintiéndonos protegidos por las imágenes que habían en nuestros hogares. Recuerdo que me daba mucha tranquilidad, cada vez que salía de mi casa, ver que la puerta estaba resguardada con la estampa de un santo, para que los ladrones no entraran. No habían rejas ni cerco eléctrico, sólo había una estampa vieja y gastada. Que yo recuerde nunca hubo un robo.

Eran también gratísimos los días cercanos a la Navidad cuando sacábamos las cajas para armar el nacimiento. Cada año había una novedad, alguna pieza nueva, un misterio más grande, una mejor iluminación, otra estrella, un corderito más, un cerro más alto... Todo contribuía para vivir con paz y alegría esos días inolvidables de intensa unidad familiar.

La presencia de la piedad cristiana en los papás
Esas manifestaciones de fe, de tradición hogareña, eran sencillas y discretas, nadie las veía como una imposición. Nuestros padres expresaban sus convicciones religiosas de un modo natural y todos vivíamos las fiestas y los acontecimientos religiosos con cariño, respeto y alegría.

Recuerdo, como si fuera hoy, cuando fui con mis padres a un congreso eucarístico celebrado en Lima, yo tenía solo 6 años, me impresionó gratamente la piedad de la gente y ver rezar a mi mamá con mucha devoción. Ella, que era muy piadosa, en octubre se ponía el hábito del Señor de los milagros, a nosotros nos parecía natural, como si fuera algo propio de todas las mamás, pensábamos que ella era muy buena rezando y haciéndonos rezar, además a todos en la casa nos gustaba ver la procesión cada año y comentábamos nuestros asombros con mucho respeto y veneración. Nunca nos sentimos forzados, al contrario, vivíamos felices sin que existieran alternativas distintas; tampoco, gracias a Dios, oíamos cuestionamientos a esas costumbres que se repetían anualmente.

La libertad en los ambientes cristianos
Cuando era niño me enteré que algunas familias tenían, para envidia nuestra, una capilla en su casa, ¡una Iglesia dentro de una casa!, ¡me parecía grandioso! A esas edades pensaba, de un modo natural, que todos deseaban el privilegio de tener una capilla en su propia casa. No es raro encontrar todavía en alguna casona limeña un lugar destinado a la capilla.

En los colegios la tradición de la casa continuaba: el crucifijo o un cuadro del corazón de Jesús o de la Virgen lucían en la pared del aula, junto a las fotografías de los héroes nacionales y al lado de los mapas y las laminas de biología y botánica que estaban al costado de la pizarra.

Las fiestas cristianas también se celebraban por todo lo alto, al menos en los colegios religiosos, aunque también en los estatales, por ejemplo en mi colegio, para el Corpus Christi, los niños colaborábamos en la preparación de los altares y de las alfombras de flores y aserrín, y esperábamos el momento emocionante de la procesión para ver pasar al Señor bajo palio, presente en la Custodia, que llevaba el sacerdote de un altar al otro hasta que volvía al Sagrario. Empleábamos toda una mañana entré la preparación, la santa Misa y la procesión, al final terminábamos exhaustos y hambrientos, porque para comulgar había que ayunar desde el día anterior. Nunca protestamos, además al final de la mañana todo era compensado con un potente desayuno: chocolate líquido, un chancay doble y un sublime grande; con esa ración todos quedábamos felices y nadie se quejaba. Recuerdo que para esas fiestas todos comulgábamos. Los sacerdotes se habían encargado antes de confesarnos. Así era nuestra libertad, participando en una tradición cristiana que nos envolvía y nos hacía muy felices. Hoy recordamos esos momentos con nostalgia.

La llegada del televisor a las casas
No hace mucho un conocido mío, muy buena gente, me enseñó su nuevo departamento. Se iba a mudar allí con su esposa y sus cuatros hijos. El edificio moderno tenía cerca de 20 pisos, el ascensor llegaba hasta el living que estaba decorado con pinturas abstractas de diversos colores, que hacían juego con los sillones, que estaban colocados frente a unos enormes ventanales que daban a un gigantesco parque. La vista era muy hermosa. La terraza junto al living y al bar se usaba como comedor, en el verano corriendo unas persianas quedaba al aire libre, la cocina en cambio era pequeña, ocupaba un rincón al lado del lavadero y de la puerta falsa. En cada uno de los cinco dormitorios había un enorme televisor de pantalla plana, adosado a la pared frente a la cama, y en las paredes la decoración variaba, los papás tenían unos cuadros de caballos y los chicos pósters de diversos cantantes y de corredores de autos. En la casa no habían crucifijos, ni cuadros de la Virgen, tampoco tenían el nacimiento para la Navidad.

Después de ver todo eso sentí una profunda tristeza, que tuve que disimular, porque mi amigo estaba orgulloso y contento de la nueva casa que había conseguido para su familia, no era el momento para decirle que faltaba en la decoración alguna imagen que recordara que Dios está presente en la vida de todos y especialmente en la familia y que quitara los televisores de los dormitorios para que los que vivan allí no corran el peligro de perder su libertad, como ya ha pasado en varios casos. Aunque las decisiones dependen de cada uno siempre es bueno que nos ayuden a tomarlas correctamente, (sobre todo en la casa), porque no siempre estamos en condiciones de tomar una buena decisión. Es de sentido común. Pero en este caso, mis consejos los tuve que guardar para otra oportunidad, aunque veo que va a ser difícil que entienda. En esta época de relativismo son pocos los que entienden lo que es la auténtica libertad.

Además cuando llegué a mi casa me puse a pensar, recordando lo que ocurrió en muchos hogares desde que el televisor entró, primero al líving y después a los dormitorios. El televisor es indudablemente un gran invento, se podría hacer mucho bien a través de una buena programación. Pero, ¿Qué fue lo que ocurrió en los hogares desde que llegó el televisor? En muchas casas se perdió la tradición cristiana, en la medida en que el televisor ingresaba con más aplomo, los objetos de culto empezaron a salir o se convirtieron sólo en elementos para la decoración y no para la piedad, después, la vida familiar se deterioró, ya no se conversaba en casa porque todos estaban ocupados viendo sus programas preferidos. La vida de familia fue desapareciendo poco a poco de muchos hogares, con las excepciones del caso.

Que pena que los familiares de mi amigo no se encuentren en la propia casa con una imagen de la Virgen para poder verla y decirle algunos piropos o para sentirse protegidos por su admirable maternidad, o que no pudieran en el dormitorio contemplar a Jesucristo en la Cruz que se entregó por nosotros y luego nos invitó a seguirle, para que seamos libres y felices en la tierra y luego poder conquistar la eterna felicidad del Cielo. Que pena que los hijos de mi amigo no puedan sacar cada año las cajas donde se guarda el nacimiento para armar el Belén, con ilusión, cada Navidad. Cuantas cosas maravillosas, que son un verdadero tesoro se están perdiendo, cuando se quitan de la casa los tesoros de nuestra religión.

Yo me pregunto ¿hay ahora más libertad? cuando se ve a la gente aislada, apurada, metidas en sus propios mundos, donde cada uno quiere ir por su cuenta. Cuando se ve que algunos ni se hablan, y otros están peleados, otros no aguantan y se mandan mudar, ¿son acaso más libres? Encerrarse sólo a ver televisión en el propio cuarto ¿es ser libre?. ¿Se puede ser feliz así? ¿no se está perdiendo la comunicación familiar?

¿No habremos ido al revés? Me parece que las cosas hay que arreglarlas; ahora todo el mundo dice que la familia está en crisis. La crisis no consiste sólo en los odios y rencilla que llevan a la violencia familiar, también se puede decir que hay crisis cuando en la casa existe complicidad para el egoísmo, la frivolidad y la pereza, cuando se cambia la disciplina por el permisivismo y cada uno se encierra, con sus engreimientos en su propia individualidad. Estas crisis si no se combaten son como un cáncer que destroza los hogares y deja a las personas en una triste soledad.

No se puede vivir sin Dios en ninguna parte
San Josemaría Escrivá decía que "se ha expulsado a Dios de la sociedad como si fuera un intruso" y que hoy "mucha gente vive como sí Dios no existiera". Si han expulsado a Dios de la sociedad, es porque antes lo han expulsado de la casa y si lo han expulsado de la casa, es porque antes lo expulsaron del propio corazón.

El papa Benedicto XVI decía que lo que hace falta en la sociedad es Dios, "con Él no se pierde nada, se gana todo" y el papa Francisco pedía a los jóvenes en Brasil: "allí donde no hay fe, ¡pon fe! y tu vida tendrá un sabor nuevo" Seamos sinceros y volvamos a meter a Dios en nuestros corazones, para que esté en nuestras casas y la sociedad se vuelva nuevamente cristiana.
Cuando nos encontramos en el umbral de la Navidad no está demás repetir que: No hay Navidad sin Jesús. Tampoco tiene sentido una casa, un hogar, sin la presencia de Dios. Para que Dios esté dentro de las casas debe estar antes en los corazones de las personas. Solo así puede encontrar el hombre su verdadera libertad y la consiguiente felicidad.

A todos mis amigos en estas fiestas de Navidad les propongo: ¡Pongan a Dios en sus corazones para que lo tengan en casa con toda la familia!
Con el calor de Jesús, María y José, que tengan una ¡Feliz Navidad!




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