SER
Y SENTIRSE AJENO
En
el siglo pasado el novelista peruano Ciro Alegría escribió “El mundo es ancho y ajeno” Con ese título quería expresar el
sentimiento del hombre de a pie que
al caminar por las calles veía y comprobaba que nada era suyo. Tenía cercanas
muchas cosas pero no las podía ni tocar porque eran ajenas.
La
experiencia de pasear por las calles atiborradas
de gente es muy enriquecedora para el que se fija en los rostros de los que se
cruzan con él, aunque cabe también el acostumbramiento de pasar sin más, por rutas habituales, sin hacer ninguna
observación.
El
que no se fija seguirá su ruta de todos los días y le parecerá que todo camina
con normalidad. Se acostumbrará a ver un escenario o paisaje de gente que pasa. En cambio el que hace un pequeño
esfuerzo para observar a las personas encontrará un mundo interesantísimo de
similitudes y diferencias que contrastan con él mismo.
Si
es buen observador se dará cuenta si encaja o no dentro del cuadro de sus
conciudadanos. Esta primera advertencia es de gran importancia para situarse
bien y conseguir que las relaciones con los demás (con las personas que habitualmente trata) sean exitosas.
Encajar en el cuadro
El
situarse bien dentro de un grupo humano es fundamental para que las relaciones
sean armoniosas. Situarse no es colocarse en un lugar preferencial o beneficioso, sino estar en el sitio
donde se debe. Se dice que una persona es inteligente cuando sabe situarse bien
en el lugar que le corresponde.
Si
falta la advertencia orientativa para situarse bien, faltaría la brújula para
saber hacia dónde debe caminar. Las consecuencias de ese tipo de desorientación
afectan directamente las relaciones humanas: se pierde la confianza, se atropella, se generan distancias, falta
credibilidad, o simplemente no hay
química. Los demás dirán: “esta
persona no entiende”
Conocer y aceptar la
realidad
El
hecho de sentirse ajeno o integrado en un grupo humano no es el problema
principal. El verdadero problema se tiene cuando se piensa que se está
integrado y no es así. No se trata de integrarse sino de conocer la realidad.
El esfuerzo por integrarse puede proceder de un sentimiento voluntarista de
querer ser como los demás. Ese empeño suele ser contradictorio porque cada uno
es como es. Resulta forzado y poco natural imitar formas que no van con el modo
de ser de una persona.
El
hecho de ser y sentirse ajeno es acertado cuando procede de un conocimiento
real. Constatar la realidad es la clave para la integración, con las
similitudes y diferencias del caso. Para acertar en estas apreciaciones es
necesario saber que todo ser humano tiene en su naturaleza la ley natural que
se resume en hacer en bien y evitar el mal. Ninguna persona podrá decir que es
propio de su ser el ser malo, o no ser bueno. Toda persona debe luchar para ser
mejor de acuerdo al bien, que es objetivo para todos.
Conocer y querer las
diferencias
Dentro
del camino del bien hay múltiples variedades que hacen distintas a las
personas. El conocimiento de esas variedades es la cultura necesaria para que
funcionen bien las relaciones humanas. Al observar a las personas es cuando
viene la advertencia de sentirse ajeno. No es desinterés, tampoco encerrarse en
sí mismo, al contrario es una apreciación por las diversidades de los demás y
el respeto hacia las personas. Sentirse ajeno es respetar lo que no es propio.
Ninguno puede sentirse propietario de las personas, tampoco de sus cosas. Se le
suele llamar ladrón al amigo de lo ajeno.
Sentirse ajeno, dentro de las consideraciones que estamos
haciendo, es también una actitud indispensable
para la armonía en las relaciones familiares. Es muy bueno descubrir lo
distinto que son los propios familiares y sus cosas. Esto no quiere decir que
no existan similitudes y que no se compartan las cosas dentro de la casa. Las
diferencias y similitudes se conocen y se respetan cuando se ama a las
personas.
El
niño que quiere jugar con sus hermanos, y
estar integrado a ellos, debe
aprender a respetar los distintos modos de ser de sus hermanos y entender que
ellos también poseen cosas propias, que él debe respetar. Solo se puede enseñar
a compartir cuando se posee algo propio. El valor del compartir procede de la
generosidad de dar algo que se tiene.
La
ausencia de amor va generando conflictos de incomprensión y separación. Es la
falta de entendimiento para los modos de ser y poseer. Sacar la bandera de la
independencia por las incomprensiones humanas no es el camino de la libertad y
mucho menos el del bien.
La
persona que ama poco queda fácilmente desubicada , no por ser distinta, sino porque le falta amor para sentirse ajeno (respetar lo del otro) sin alejarse y más bien situarse en el
lugar que le corresponde.
En
los niveles sociales puede ocurrir lo mismo. El hombre de la costa que se
establece en la sierra debe sentir sus diferencias con respecto a los habitantes
de esa región para que los pueda comprender y querer. Pretender ser como ellos
imitando formas de ser que no soy suyas y sentirse con derecho a tener lo mismo
que los demás tienen, es un error que genera distancias y faltas de
entendimiento.
Si
bien a los inmigrantes se les aconseja que se
hagan al lugar donde van, esto no quiere decir que deben conseguir ser y sentirse iguales y con los mismos
derechos que los nativos. Como
ocurre siempre, unos se adaptarán mejor, y otros, por diversos motivos, no se adaptarán nunca. En cualquier caso la
adaptación es la inteligencia para
situarse bien. Muchas veces el que llega tendrá que decir: soy muy distinto a los habitantes de este lugar. La aceptación de
esa realidad es su mejor adaptación, que todo el mundo aplaude porque es
verdad.
Existe
un común denominador el los que, con la
inteligencia y el amor, consiguen situarse bien. Es una suerte de parentesco espiritual. Cae bien dentro
del cuadro. Todos lo aceptan, en los ámbitos hogareños lo consideran de la
familia y en los ámbitos sociales es muy
querido, aunque sea extranjero y tenga diferencias de edad y de costumbres.
Esta adaptación con aceptación tácita es propia del que sabe amar y no está
pensando en sí mismo. Su vida rompe esquemas, no es como los demás pero es para
todos, a todos les gusta. Lo estamos viendo en el carisma y la aceptación del
Papa Francisco.
Un
sacerdote que se fue al Japón estaba tan contento de estar allí que le salieron
rasgos japoneses. Los habitantes de la ciudad donde se encontraba decían que
era más japonés que los japoneses.
Por
el contrario si omite el esfuerzo de querer a los demás crece un cayo que separa y aísla. Es entonces
cuando el hombre se siente ajeno, “yo no
soy para eso” diría el que no se integró.
Hay
muchas personas que no se integran, se quedaron fuera por distintas
circunstancias y les parece que tienen derecho de vivir alejados o a distancia
de los demás, o a vivir según sus costumbres propias.
Es
un modo distinto de sentirse ajeno: verse con una incapacidad para conseguir algo
de los demás porque no se supo cultivar verdaderas amistades, ni inspirar
confianza. Algunas personas consiguen ser admiradas por sus cualidades pero no
queridas por los demás. En este modo de sentirse ajeno no se interviene, se prefiere pasar desapercibido y se
crea automáticamente mundo a parte, bastante original, donde cada día crece la
falta de llegada a los demás y se puede caer en un aburrimiento, o depresión existencial. Se creía que los sistemas
iban a funcionar, pero éstos, sin las
personas, perdieron su eficacia.
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