Un gran
obstáculo para avanzar
EL
CÁNCER DEL ESPÍRITU CRÍTICO
Una
de las grandes heridas que el hombre tiene en su naturaleza dañada por el fomes pecatti está en el juicio. El amor
propio, que es inevitable, congela un
pensamiento negativo contra algo que no le parece y de paso también condena a
la persona que defiende esa postura. Si no se cura la herida, puede hacer “metástasis” y termina matando las
relaciones humanas. En no estar de acuerdo no debería desembocar en una crítica
amarga y dañosa.
Cuando
una persona incuba, con sus argumentos,
una rebeldía interior, que suele
ser fastidiosa e incómoda, entonces pierde
la paz y surgen automáticamente motivaciones que le empujan a la murmuración o
a la crítica interna. La mente elabora argumentos que parecen de una evidencia
contundente, como para demostrar que se lleva la razón y si persisten, la
cabeza empieza a dar vueltas, como un carrusell,
con chispazos de lucidez y con temores de olvidar esas “razones evidentes”. Es
un dolor de cabeza.
Cuando
la crítica continúa y no hay una buena disposición para encontrar una solución a esos impases, la herida tiende a agravarse.
El que permanece en esa situación se desestabiliza con la marea persistente de sus razonadas, que van pasando de la
ira al aburrimiento y del aburrimiento a la ira; un sonsonete crítico que con el tiempo, al perder la fuerza de los primeros momentos, lo va hinchando con sabores
amargos que dejan en su corazón una
pena dolorosa.
Silencios inoportunos
La
congelación de criticas en la interioridad de las personas crea silencios, inoportunos y peligrosos, para las
relaciones humanas. El espíritu crítico siempre es anti. Es una oposición
voluntarista que se expresa con fuerza y a veces con temor. En las palabras
críticas se puede notar la herida del corazón. Algunos han querido maquillarla
añadiéndole el término: constructiva, pero
la experiencia ha demostrado que la crítica siempre es negativa y como tal hace
daño si no se corrige a tiempo.
Los
silencios, que son consecuencia del
espíritu crítico, niegan los espacios debidos para la comunicación. Esos espacios
sagrados que deben ser utilizados habitualmente por los seres humanos para sus
relaciones familiares y sociales, tienen que estar libres de resentimientos y
recelos. No son espacios para la aprobación o desaprobación de las personas o
de los argumentos, sino más bien para estar conectados en unas relaciones
humanas de amor, que son como el respirar.
Esas
relaciones humanas de amor, que no pueden
parar, deben buscar siempre la verdad, que trae la luz que aclara y
sosiega, regula las pasiones de las partes en desacuerdo, para que surja la
conversación serena de los pros y contras
de los argumentos, sin estridencias,
y así, poco a poco, se va tejiendo la
solución más conveniente para todos.
No
estar de acuerdo, no debe ser tampoco una invitación al silencio, para evitar enfrentamientos o polémicas, sino
a la conversación pronta para resolver los desacuerdos.
Es
más cómodo callar, pero, con este sistema,
se termina, inevitablemente, en el
resentimiento y en la distancia, con un endurecimiento o enfriamiento de las
relaciones personales, que habría evitar a toda costa.
El arte de hablar sin
discutir
No
estar de acuerdo tampoco significa entrar en la discusión. Todas las personas
deben conquistar el arte de hablar sin discutir y esto se consigue luchando
contra el amor propio, que es en definitiva el causante de todos los conflictos
humanos.
El
extremo opuesto al amor propio es el amor a los demás, que corresponde a la
virtud de la caridad. No es posible un acuerdo auténtico sin caridad, se
quedaría en el nivel de la tolerancia, que podría admitir el sacar a relucir, por un tiempo, la bandera de la paz.
Sería solo una tregua engañosa, que
solo sirve para la foto política del
momento. Las treguas no curan las heridas.
El
arte de hablar significa conversar queriendo a los interlocutores. Cuando se
quiere a las personas todo se arregla con el diálogo. Si se tiene que
corregir, se corrige a tiempo.
Cuando
hay caridad la disposición de ayudar persististe siempre, en medio de los
errores o desavenencias humanas. No hay inconveniente en conversar para
solucionar los temas que se están tratando, respetando siempre a las personas y
siendo leales a los compromisos adquiridos.
Cuando
falta la caridad y hay exceso de amor propio, existe inevitablemente una
incapacidad para resolver los problemas humanos; se teme contristar y se opta
por el silencio porque las críticas o desacuerdos, que producen un malestar interno, podrían caer en los exabruptos de
una ira incontrolada. En esta situación la opción sería: callar para no herir.
Los
que optar por la crítica abierta y no les importa herir, (no son pocos), publican los errores ajenos con una irreverencia
hiriente y mordaz. Buscan hundir y desprestigiar al adversario y si pueden lo
meten a la cárcel; luego velan para que no salga nunca. Los que buscan castigar así se olvidan del perdón.
La
persona llena de caridad: perdona,
comunica, conversa, busca soluciones, aconseja, corrige, está siempre
disponible y con buena disposición para ayudar. Como dice San Pablo: “la
caridad no tiene límites” siempre se puede amar más y comprender mejor
a las personas.
San
Josemaría decía: “No
hagas crítica negativa: cuando no puedas alabar, cállate” (Camino n. 443) Todo se puede decir de un modo positivo y
sin herir ni espantar, basta pedirle a Dios: “¡auméntame la caridad!” Con esa virtud escuchamos a Dios con
asombro, admiración y un afán grande de aprender. Si perdemos la caridad se
mete esa critica punzante que
deteriora y hace perder el sentido sobrenatural. “Es mala disposición oír la
palabra de Dios con espíritu crítico” (Camino n. 945). Qué
ridícula resulta la persona que quiere enmendarle la plana a Dios con un
espíritu crítico descarnado.
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