Todo tiene su fin y muchas veces en
la vida toca despedirse. Hay despedidas pequeñas dentro del mismo día como
cuando los niños se van a la cama y se despiden de sus padres con un beso, o
cuando salen para irse al colegio. Estas despedidas amorosas se recuerdan con
nostalgia cuando pasan los años, son momentos agridulces donde se combina la
alegría del saludo con la tristeza, aunque sea pequeña, de la separación, pero
también está la esperanza de volverse a ver.
Cuando los Boys Scout terminan sus fogatas se cogen de las manos, hacen un
círculo alrededor del fuego y cantan la canción de la despedida: "¿porqué perder las esperanzas de
volverse a ver? ¿porqué perder las esperanzas si hay tanto querer? “
Lo importante es el querer. Las
personas que se quieren mucho sufren cuando se despiden, pero también se llenan
de esperanza con la alegría de volverse a ver, del reencuentro. Cuando el
hombre se separa de Dios por el pecado, sabe que tiene la esperanza de la
confesión para que se de el reencuentro, con la alegría grande del abrazo de
Dios.
En los ámbitos humanos el amor
auténtico produce contínuos reencuentros. El que está trabajando mira el reloj
con la ilusión de volver a su casa para reencontrarse con su familia. Esa
llegada de todos los días no será nunca rutinaria cuando hay amor. Si un
miembro de la familia viaja, la despedida suele ser emotiva: fuertes abrazos, besos y hasta lágrimas y
luego los adioses con un pañuelo mientras se aleja y todavía se le puede ver.
Los que no viajan vuelven a sus casas en silencio, con la pena de la partida
del ser querido, pero con la gran esperanza de volverlo a ver.
Modos de despedirse
Hay muchos modos de despedirse;
depende de los modos de ser. Hay despedidas emotivas llenas de gestos y
manifestaciones de afecto y otras que no expresan hacia afuera lo que se lleva
en el corazón, la procesión va por dentro. A muchos no les gusta
despedirse, para no emocionarse ni quebrarse: se escapan sin que nadie los vea.
Son modos de ser que hay que comprender. Existen personas con gran corazón, que
tratan habitualmente con mucho cariño a los suyos, que no quieren saber nada
con las despedidas, se llenan de nervios y prefieren evitar esos momentos de
sufrimiento, que no podrían aguantar. Huyen sin dar la cara y lloran solos, sin
que nadie los vea.
Tampoco se puede olvidar que las
grandes despedidas no son tan significativas para calificar a las personas como
los saludos diarios. Al que no saluda habitualmente y pasa de largo se le
considera mal educado, en cambio sí uno se fue de una ciudad por un tiempo
largo, sin despedirse, pueden existir
razones comprensibles.
A las personas se las conoce por su
vida y no por algo que hizo o no hizo en un momento determinado. Los que ha
estado habitualmente a su lado podrán decir cómo era: buen padre, buen hijo, buen esposo, buen amigo....(o buena madre, hija,
esposa o amiga).
La nostalgia de las personas y de los lugares
El que viaja también tiene la
esperanza del reencuentro, aunque el proyecto que motiva su viaje tenga
prioridad. Miles dejan por un tiempo a su familia, por un proyecto de trabajo,
o de estudios. La lejanía motiva la valoración de las personas y los lugares.
La experiencia de que las distancias físicas acercan más a las personas es casi
universal.
La canción de la despedida dice: "¡no es más que un hasta luego! ¡no es
más que un breve adiós! para
recordar que el tiempo se pasa volando aunque en el momento de la despedida
parece que falta una eternidad; en el momento menos pensando llega la alegría
del reencuentro.
Cuando la vida ha sido ordenada, por
el esfuerzo personal de corresponder y querer dejar para los que vienen después
algo valioso que valga la pena, el
tiempo que va pasando trae al corazón la nostalgia de los años que se han
quedado en el pasado, con recuerdos gratos y deseos de volver a vivir lo que se
vivió y reencontrarse con las personas entrañables de esas épocas gloriosas: vivencias infantiles en la casa de los
padres o abuelos, trabajos por donde se pasó, o lugares que han quedado
grabados en el corazón y no se pueden olvidar.
La nostalgia que procede de un
auténtico amor a la familia o a los amigos, se convierte en un soporte seguro
que hace al hombre dueño de un tesoro valioso que le ayuda a sentirse libre y
privilegiado. Es también un motivo para la acción de gracias. Es cuando la
persona puede decir: "¡qué me quiten
lo bailado!, he sido muy feliz”,
afirmando con certeza ser dueño de ese magnífico privilegio de sentirse
querido, aunque los demás no capten nada. Es algo propio, intransferible y
exclusivo.
Los recuerdos y sentimientos de las
personas son satisfactorios cuando se ha vivido con honradez y rectitud, cuando
se ha sabido corresponder con amor, al amor recibido.
La nostalgia y el pecado
De lo malo y desordenado no se debe
tener nostalgia. También la tentación se puede presentar como el recuerdo y
gozo de un pecado pasado, que se debe rechazar con prontitud. No se debe
olvidar que el maligno está siempre al asecho y trata de meterse en el corazón
de las personas. El examen de conciencia diario ayuda a detectar lo que es de
Dios y lo que procede del príncipe de la
mentira. La prudencia es la virtud
para saber escoger con prontitud la vía correcta que implica también rechazar
lo malo, incluso el trato con algunas personas que pueden hacer daño.
Con el mal no caben despedidas, hay
que cortar de inmediato e irse por otro camino. San Josemaría aconsejaba para
estas ocasiones: "no tengas la
cobardía de ser valiente, ¡huye!"
La última despedida
Cuando al hombre le toca partir de
este mundo, tiene la esperanza de la felicidad eterna, aunque en su vida haya
pecado mucho. Dios en su infinita misericordia nos ha regalado los sacramentos
para tener siempre la oportunidad de acercarnos a Él. Basta tener fe y querer.
El Señor recibe al pecador con los brazos abiertos para que éste pueda alcanzar
su fín.
El hombre en el umbral de la muerte
se despide de sus seres queridos con un hasta
luego, porque todos estamos llamados a llegar a ese lugar de felicidad donde
se produce el reencuentro.
Agradecemos sus comentarios.
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