En la actualidad
el termino “amor” es uno de los más
utilizados y de los más prostituidos.
EXCELENCIAS
DEL MATRIMONIO CASTO
Existen
en el mundo miles y hasta millones de matrimonios que han formado familias
espléndidas y viven felices siendo fieles a sus compromisos con una paz y una
libertad admirables.
Los
esposos que viven felices, el hombre y la
mujer, no son seres especiales ni ángeles, son de carne y hueso como todos,
tienen ambiciones, tendencias, defectos y cometen errores como cualquier ser
humano, también se pelean y se perdonan, caen y se levantan.
La
Iglesia nos ha enseñado, desde
muy pequeños, que existe el pecado. La catequesis, que continúa durante toda la vida, con las enseñanzas de su Magisterio,
recuerda que todos los hombres somos pecadores. Esta insistencia no va contra
el hombre, tampoco se dirige exclusivamente a los católicos, es una advertencia
para todos los hombres. Todos, debemos admitir que somos pecadores o, dicho en otras palabras, tenemos que reconocer nuestros propios pecados.
Cuando
el hombre se olvida que es pecador y no trata
sus pecados, es muy fácil que se
confunda y empiece a pensar de acuerdo a cómo vive. Tratará de encontrar
situaciones que calcen con sus modos
de vivir. En cambio cuando es consciente de sus pecados y los trata, (la Iglesia le ofrece los medios),
ve las cosas de otra
manera y se pone muy contento al comprobar que puede derrotar el mal y
conquistar el bien. Al mismo
tiempo entenderá mejor las excelencias de una moral milenaria que predica la Iglesia, y que da libertad a los
hombres. La Iglesia ha sido fundada para que el hombre tenga los mejores medios
para luchar contra el mal.
Los que no están en la
Iglesia
Es
importante reconocer la existencia de miles y millones, que no son católicos, y
que viven con honestidad y rectitud de vida, ganándose el aprecio de los demás.
Dios no se olvida de ellos, los quiere y los protege. La redención se ha hecho
para todas las personas sin excepción.
Por
otro lado, algunos católicos piensan, equivocadamente,
que pueden vivir bien su religión sin la Iglesia, y buscan compararse con esas
personas honestas, que no son católicas,
para justificar su distancia, y vivir como si no necesitaran de la barca de Pedro, para ser felices. Sería
como si un familiar, que
tiene todo el cariño de sus seres queridos y todos los recursos en su hogar
para ser feliz, renegara
de su familia, pensando que también podría ser feliz de otra manera, y se va de
su casa. ¿No da mucha pena que sea así?
Dios
busca que los hombres conozcan su Iglesia y vivan dentro de ella, para que
tengan a la mano los medios que necesitan para luchar contra el mal y puedan
ganar sus batallas personales, busca al mismo tiempo que todos estén unidos y
se quieran de verdad.
La ley interna del amor
Está
claro que el pecado sale del interior del hombre, pero las personas también
tenemos una ley de amor en nuestra naturaleza. Para amar se debe acertar con el
sí y con el no. El sí para vivir de acuerdo a los
mandamientos y el no para rechazar
las tentaciones que nos llevan al mal.
Jesucristo
dice: “Me ama el que cumple mis
mandamientos” Nos quiere decir
que no se puede llamar amor a los sentimientos de una persona que no cumple los
mandamientos. Se debe tener en cuenta que los mandamientos son la ley natural, no son disposiciones
emanadas de la Iglesia para que los cristianos las acaten, están escritos en la
naturaleza de todos los hombres y si el hombre no los percibe es por causa del
pecado.
Para
vencer al pecado es necesario poner los medios que la Iglesia alcanza. El
hombre solo no podrá ganar las batallas contra ese mal. Si le hombre no se deja
ayudar, y quiere seguir solo por su
cuenta, empezará a cuestionar la verdad con su propia inteligencia y
llegará a minimizar y hasta quitar de su entendimiento lo que es sobrenatural. Empezará negando algo muy pequeño, y
poco a poco terminará negándolo todo. Cuando no se vive de acuerdo con la ley
de Dios, se termina pensando como se vive.
La
mente humana, que es limitada, se
hincha grotescamente por el pecado de
soberbia, que es el que
más ciega, y el hombre
termina subjetivizando los dogmas y dogmatizando sus opiniones. En vez de
tener seguridad en Dios empieza a desarrollar una “seguridad” en sí mismo, que
a la larga lo llevaría a muchas contradicciones y fracasos.
Las
consecuencias del pecado son fatales porque el hombre que no sale de sí mismo
se expone al peligro de caer en una miseria
moral, (estar atrapados con algún
vicio o situación amarga y penosa), es la esclavitud del siglo XXI. Muchas
personas están esclavizadas por una suerte de inmoralidad (aunque afirmen con un voluntarismo
vehemente que su situación no es de pecado): sexo desordenado,
alcoholismo, droga, ludopatía, etc.
En
todo el mundo encontramos personas que derrochan dinero en sus propios vicios, luego
resulta que es una calamidad, por los
desarreglos que de allí se derivan y los daños que se hacen así mismos y a
terceros.
Más
grande resulta la miseria espiritual que
atrapa al que no quiere saber nada con Dios para salir de la miseria moral. Como si Dios no contara
para resolver sus problemas morales. Algunos lo tienen solo como una referencia,
que podría ser interesante para resolver ciertos
temas, pero no quieren abrir su alma para recibir la gracia de los
sacramentos.
Así
se porta el hombre relativista, que se ha
vuelto autónomo, y piensa que su camino no está equivocado. A pesar de
estar achacoso por no vivir como debe
ser, insiste en que su proceder es correcto y juzga desde un ángulo que le
impide ver con amplitud la realidad con todos sus matices.
Cuando
el hombre se encuentra atrapado en esas esclavitudes,
poco a poco se va deteriorando. Los mandamientos le parecen anticuados y las
prédicas de la Iglesia una exageración, o cree que están dirigidas a un grupo
pequeño de personas. Al mismo tiempo se convierte en “defensor” de los que están con yaya, para tratarlos como si sus problemas fueran naturales o
normales, se convierte en un consolador sin
advertir el daño que podrían estar causando si no cambian. Se convierten el
cómplices de los que no quieren mejorar. Creen que son personas comprensivas y
son solo permisivistas temerosos.
Quieren quedar bien con todos para que no
se rompa la pita y puedan seguir sobreviviendo. Eso no es vida.
Además
no faltan relativistas que terminan apoyando a los que atacan a la Iglesia para
desacreditar a los que son fieles a la doctrina moral. En todas las épocas los
católicos más fervorosos han recibido, y
siguen recibiendo, críticas y amenazas, solo porque se portan bien. Cuando
Jesucristo fue abofeteado en casa de Anás por un soldado irreverente y atrevido
le reprende con una pregunta que lo deja mudo: “Si he hecho mal ¿dime en qué? y
si no ¿porqué me pegas?”
La Iglesia perseguida en toda su
historia, ha recibido maltratos y torturas de toda índole. La enorme lista de
mártires que dieron su vida por la fe es impresionante. Los más buenos han sido
condenados por las “opiniones” de los
consensos humanos que han visto a la Iglesia como enemiga de los hombres.
Sigue
pasando lo que ocurrió en el juicio de Pilatos. Hoy, atizados por muchas “autoridades”, no faltan los que manipulan para
inflar las voces agoreras de los que
escogen a Barrabás antes que a Jesús.
Nos
estamos refiriendo, con estas
consideraciones, a miles que se encuentran atrapados por una miseria moral
y espiritual que destroza los matrimonio y la vida del hogar. Nos apenan mucho
esas situaciones que hacen sufrir a los que se deben querer. Son muy
desagradables.
La
gracia sacramental del matrimonio es una gran ayuda para que los esposos sean
fieles a los compromisos que han adquirido entre ellos y con la familia que han
formado. “Lo que Dios ha unido que no lo
separe el hombre”, dice claramente el pasaje evangélico.
Los
esposos que también son padres, serán fortaleza para sus hijos, si son poseedores y difusores de un amor
limpio y ordenado. Hoy, más que nunca, son necesarios para nuestra sociedad los
matrimonios y los hogares donde reina la virtud de la castidad .
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