viernes, mayo 30, 2014


En la actualidad el termino “amor” es uno de los más utilizados y de los más prostituidos.
EXCELENCIAS DEL MATRIMONIO CASTO
Existen en el mundo miles y hasta millones de matrimonios que han formado familias espléndidas y viven felices siendo fieles a sus compromisos con una paz y una libertad admirables.
Los esposos que viven felices, el hombre y la mujer, no son seres especiales ni ángeles, son de carne y hueso como todos, tienen ambiciones, tendencias, defectos y cometen errores como cualquier ser humano, también se pelean y se perdonan, caen y se levantan.
La Iglesia nos ha enseñado, desde muy pequeños, que existe el pecado. La catequesis, que continúa durante toda la vida, con las enseñanzas de su Magisterio, recuerda que todos los hombres somos pecadores. Esta insistencia no va contra el hombre, tampoco se dirige exclusivamente a los católicos, es una advertencia para todos los hombres. Todos, debemos admitir que somos pecadores o, dicho en otras palabras, tenemos que reconocer nuestros propios pecados.
Cuando el hombre se olvida que es pecador y no trata sus pecados, es muy fácil que se confunda y empiece a pensar de acuerdo a cómo vive. Tratará de encontrar situaciones que calcen con sus modos de vivir. En cambio cuando es consciente de sus pecados y los trata, (la Iglesia le ofrece los medios), ve las cosas de otra manera y se pone muy contento al comprobar que puede derrotar el mal y conquistar el bien.  Al mismo tiempo entenderá mejor las excelencias de una moral milenaria que predica la Iglesia, y que da libertad a los hombres. La Iglesia ha sido fundada para que el hombre tenga los mejores medios para luchar contra el mal.

Los que no están en la Iglesia
Es importante reconocer la existencia de miles y millones, que no son católicos, y que viven con honestidad y rectitud de vida, ganándose el aprecio de los demás. Dios no se olvida de ellos, los quiere y los protege. La redención se ha hecho para todas las personas sin excepción.
Por otro lado, algunos católicos piensan, equivocadamente, que pueden vivir bien su religión sin la Iglesia, y buscan compararse con esas personas honestas, que no son católicas, para justificar su distancia, y vivir como si no necesitaran de la barca de Pedro, para ser felices. Sería como si un familiar, que tiene todo el cariño de sus seres queridos y todos los recursos en su hogar para ser feliz, renegara de su familia, pensando que también podría ser feliz de otra manera, y se va de su casa. ¿No da mucha pena que sea así?
Dios busca que los hombres conozcan su Iglesia y vivan dentro de ella, para que tengan a la mano los medios que necesitan para luchar contra el mal y puedan ganar sus batallas personales, busca al mismo tiempo que todos estén unidos y se quieran de verdad.

La ley interna del amor
Está claro que el pecado sale del interior del hombre, pero las personas también tenemos una ley de amor en nuestra naturaleza. Para amar se debe acertar con el  y con el no. El para vivir de acuerdo a los mandamientos y el no para rechazar las tentaciones que nos llevan al mal.
Jesucristo dice: “Me ama el que cumple mis mandamientos”  Nos quiere decir que no se puede llamar amor a los sentimientos de una persona que no cumple los mandamientos. Se debe tener en cuenta que los mandamientos son la ley natural, no son disposiciones emanadas de la Iglesia para que los cristianos las acaten, están escritos en la naturaleza de todos los hombres y si el hombre no los percibe es por causa del pecado.
Para vencer al pecado es necesario poner los medios que la Iglesia alcanza. El hombre solo no podrá ganar las batallas contra ese mal. Si le hombre no se deja ayudar, y quiere seguir solo por su cuenta, empezará a cuestionar la verdad con su propia inteligencia y llegará a minimizar y hasta quitar de su entendimiento lo que es sobrenatural.  Empezará negando algo muy pequeño, y poco a poco terminará negándolo todo. Cuando no se vive de acuerdo con la ley de Dios, se termina pensando como se vive.
La mente humana, que es limitada, se hincha grotescamente por el pecado de soberbia, que es el que más ciega, y el hombre termina subjetivizando los dogmas y dogmatizando sus opiniones. En vez de tener seguridad en Dios empieza a desarrollar una “seguridad” en sí mismo, que a la larga lo llevaría a muchas contradicciones y fracasos.
Las consecuencias del pecado son fatales porque el hombre que no sale de sí mismo se expone al peligro de caer en una miseria moral, (estar atrapados con algún vicio o situación amarga y penosa), es la esclavitud del siglo XXI. Muchas personas están esclavizadas por una suerte de inmoralidad (aunque afirmen con un voluntarismo vehemente que su situación no es de pecado): sexo desordenado, alcoholismo, droga, ludopatía, etc.
En todo el mundo encontramos personas que derrochan dinero en sus propios vicios, luego resulta que es una calamidad, por los desarreglos que de allí se derivan y los daños que se hacen así mismos y a terceros.
Más grande resulta la miseria espiritual que atrapa al que no quiere saber nada con Dios para salir de la miseria moral. Como si Dios no contara para resolver sus problemas morales. Algunos lo tienen solo como una referencia, que podría ser interesante para resolver ciertos temas, pero no quieren abrir su alma para recibir la gracia de los sacramentos.
Así se porta el hombre relativista, que se ha vuelto autónomo, y piensa que su camino no está equivocado. A pesar de estar achacoso por no vivir como debe ser, insiste en que su proceder es correcto y juzga desde un ángulo que le impide ver con amplitud la realidad con todos sus matices.
Cuando el hombre se encuentra atrapado en esas esclavitudes, poco a poco se va deteriorando. Los mandamientos le parecen anticuados y las prédicas de la Iglesia una exageración, o cree que están dirigidas a un grupo pequeño de personas. Al mismo tiempo se convierte en “defensor”  de los que están con yaya, para tratarlos como si sus problemas fueran naturales o normales, se convierte en un consolador sin advertir el daño que podrían estar causando si no cambian. Se convierten el cómplices de los que no quieren mejorar. Creen que son personas comprensivas y son solo permisivistas temerosos. Quieren quedar bien con todos para que no se rompa la pita y puedan seguir sobreviviendo. Eso no es vida.
Además no faltan relativistas que terminan apoyando a los que atacan a la Iglesia para desacreditar a los que son fieles a la doctrina moral. En todas las épocas los católicos más fervorosos han recibido, y siguen recibiendo, críticas y amenazas, solo porque se portan bien. Cuando Jesucristo fue abofeteado en casa de Anás por un soldado irreverente y atrevido le reprende con una pregunta que lo deja mudo: “Si he hecho mal ¿dime en qué? y si no ¿porqué me pegas?”
 La Iglesia perseguida en toda su historia, ha recibido maltratos y torturas de toda índole. La enorme lista de mártires que dieron su vida por la fe es impresionante. Los más buenos han sido condenados por las “opiniones” de los consensos humanos que han visto a la Iglesia como enemiga de los hombres.
Sigue pasando lo que ocurrió en el juicio de Pilatos. Hoy, atizados por muchas “autoridades”, no faltan los que manipulan para inflar las voces agoreras de los que escogen a Barrabás antes que a Jesús.
Nos estamos refiriendo, con estas consideraciones, a miles que se encuentran atrapados por una miseria moral y espiritual que destroza los matrimonio y la vida del hogar. Nos apenan mucho esas situaciones que hacen sufrir a los que se deben querer. Son muy desagradables.
La gracia sacramental del matrimonio es una gran ayuda para que los esposos sean fieles a los compromisos que han adquirido entre ellos y con la familia que han formado. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, dice claramente el pasaje evangélico.
Los esposos que también son padres, serán fortaleza para sus hijos,  si son poseedores y difusores de un amor limpio y ordenado. Hoy, más que nunca, son necesarios para nuestra sociedad los matrimonios y los hogares donde reina la virtud de la castidad .
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