jueves, mayo 22, 2014

Juguemos a los Gays mientras el lobo está
LOS GAYS DE LA PATRIA
El término Gay, hoy en día, es sinónimo de homosexual y fue popularizado en 1939 por el actor Gary Grant en la película Bringing up Baby. Un homosexual es una persona que se siente atraída por personas de su mismo sexo en lo relativo al sexo. La homosexualidad es la práctica de las relaciones eróticas con personas del mismo sexo.
Cuando una persona reconoce su tendencia sexual puede estar refiriéndose solo a su inclinación y no a la práctica de relaciones sexuales.
La Iglesia no rechaza ni condena a la persona con tendencias homosexuales, al contrario las comprende y las acoge como a todos los demás, pero tiene la obligación de enseñarles, como a todos, cuál es el significado y la función del sexo en el ser humano.
Bromas, burlas y rechazos
Salvo excepciones, el bulling universal hacia personas con tendencias homosexuales es semejante al que se hace por cuestiones de raza, posición social o el tipo de temperamento distinto que pueda tener una persona. Por lo general, en un primer momento, queda en el ámbito de la broma fácil que luego, si no se para, podría caer en el “cochineo” o burla sarcástica generando, a la larga, en el interior del burlón, lo que se llama homofobia o discriminación, que es el rechazo de esas personas por sus diferencias. Lamentablemente se puede pasar de una simple broma a un odio irracional. Esto ocurre cuando hay ausencia de caridad que es el amor a Dios y a los demás.
No solo en el caso de los homosexuales, que son tremendamente sensibles, (proclives al temor y al resentimiento), sino en todos los casos, es indispensable una educación de más calidad para que los seres humanos sepan tratar con cariño y delicadeza a los que son distintos a ellos. Las bromas, cuando hay ausencia de amor al prójimo, podrían generar fácilmente burlas hirientes que destrozan la convivencia humana y alejan a las personas.
Los efectos perniciosos del relativismo banal que esconde la verdad
Por otro lado hay que tener en cuenta, en los tiempos actuales, que el relativismo, que defiende la autonomía de la conciencia y el principio de libertad absoluta, está haciendo creer a un sector de la población que la verdad se construye con la opinión de las personas y que se puede opinar libremente en todos los temas sin que pase absolutamente nada.
Si alguien quiere opinar que el hombre tiene 5 ojos, no importa, es “su verdad” y si a otro le parece que debe suicidarse, no se le debe impedir porque es su decisión. Este modo de pensar hace crecer el voluntarismo, que es una suerte de desfuerzo o capricho del hombre, que quiere crear una verdad solo con la decisión de su voluntad.
El hombre que confunde la verdad con los sentimientos o impulsos de su interioridad y dice que es sincero y transparente, puede haber perdido la noción de trascendencia y el valor objetivo de la verdad. Se fía más de lo que siente y se convierte en un naturalista que quiere bendecir sus impulsos y pasiones como si se tratara de la ley del amor.
Estas consideraciones me traen a la mente el recuerdo de una persona, bastante ignorante, que tenía habitualmente relaciones sexuales con distintas mujeres; justificando su conducta me decía muy orondo: “Padre, ¿por qué me va a castigar Dios si yo amo a todas las mujeres?….lo que siento es amor y no odio”  No atendía a los mandamientos sino a sus sentimientos.
La voluntad de apagar la voz de la conciencia
La estructura de la autonomía de la conciencia es el propio yo que actúa como un monarca que decide imperativamente, cerrando los ojos a la realidad,  y de acuerdo a los designios de su propia voluntad toma partido en el consenso generalizado de posturas coyunturales, que ahora se llaman verdades  políticas, (todos saben que no es cierto pero hay que apoyar esa decisión, o conviene callarse y no decir nada, para que no se vea la verdad). La mentira tiene hoy patente de corzo para actuar con el eufemismo de la política. Así todo queda cubierto y hasta se puede crear una ley para que proteja esas majaderías.
Cuando muchas cosas se quedan sin hacer y el mal persiste, es porque el hombre de hoy no sabe decidir de acuerdo a la verdad. No le importa mucho mentir, para seguir mintiendo, con la comodidad del consenso y apagando a menudo la voz de la conciencia.
Reclamos inaceptables
Un hombre violento podría sentirse distinto del resto por ser violento, entonces buscaría a los que son violentos como él para exigir el derecho de los violentos, argumentando que existen muchos más que no se han declarado violentos,  por temor,  y dirá que ya es hora que todos los reconozcan.  Esos mismos derechos podrían exigirlos los mitómanos o los que tienen tendencia a apropiarse de lo ajeno.
La pregunta que nos hacemos es: ¿se les educa para que se corrijan o se les deja así?  Una de las funciones de la educación es corregir las conductas de acuerdo con lo que debe ser. Si alguno dice que la mentira es una virtud hay que corregirlo de inmediato. Y se puede corregir sin maltratar a nadie.
La condena de la verdad
La mentalidad relativista, que incluye los “derechos de los gays” pretende echar la Biblia a la papelera y condenar a la doctrina milenaria de la Iglesia sobre la moral sexual que viven miles y millones de cristianos que aman a Dios y a su prójimo viviendo los diez mandamientos de la ley divina
Muchos gays creen, (por las campañas mediáticas), que los que se oponen a la homosexualidad (vida de relaciones sexuales entre personas del mismo sexo) son homofobicos y les tienen odio a ellos. No conciben que sean personas con mucho amor a Dios y a la verdad que, con buena voluntad, quieren ayudar a todos para que sigan el camino correcto.
La Iglesia nos enseña el camino que  Jesucristo, quiso para todos y nos hace ver que la ley de Dios está a favor de todos los hombres. La verdad hace libre al hombre, en cambio la mentira, la artificialidad y la ignorancia lo esclavizan.
El padre José Carlos Areán nos alcanza un comentario que da muchas luces al tema que estamos tratando:
“Dos leonas no hacen pareja, dos gatos, tampoco. No pueden aparearse. Para ello tendrían que ser de distinto sexo y de la misma especie. Son cosas de la zoología, de la Madre Naturaleza. No es producto de la cultura hitita, fenicia, maya, cristiana o musulmana. Por supuesto no es un invento de la Iglesia. Muchos siglos antes de que Jesús naciera en Belén, el Derecho Romano reconocía el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer. Después ellos se divertían con efebos, que para eso estaban, para el disfrute. La esposa era para tener hijos.
La palabra matrimonio procede de dos palabras romanas: "matris" y "munio". La primera significa "madre", la segunda "defensa". El matrimonio es la defensa, el amparo, la protección de la mujer que es madre, el mayor y más sublime oficio humano. Cada palabra tiene su significado propio. Una compra-venta gratuita no es una compra-venta, sino una donación. Y una enfiteusis por cinco años no es una enfiteusis, sino un arriendo vulgar. Llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo me parece como poco serio. Jurídicamente, un disparate, de carcajada. Que le llamen "homomonio", "chulimonio", "seximonio", matrigay o lo que quieran, todo menos matrimonio, que ya está inventado hace tiempo. Nadie llama pastel de manzana a la que está hecho de peras, ni tampoco se le dice taza a la bacinica, ambas con blancas y con asa, pero en una desayunamos y en la otra defecamos.
Lo curioso es que cuando dices cosas como estas, algunos te miran como extrañados de que no reconozcas la libertad de las personas. Y por más que les dices que sí, que respeto la libertad de todos, que cada uno puede vivir con quien quiera, incluso con su perro, pero que eso no es un matrimonio, van y me llaman intolerante. Pero pongamos las cosas en su verdadera dimensión, los homosexuales son alrededor del 10% de la población, el 90% restante es heterosexual; entonces, reconocer a ese 10% y aceptar que son diferentes es tolerancia y democracia, pero ceder a sus caprichos ya no es democracia ni tolerancia, es estupidez.
No sé lo que harán los parlamentarios a la hora de votar. Son políticos, no juristas votarán por razones políticas, no según Derecho. Las consecuencias son graves. Si un varón tiene derecho a casarse con otro varón y una mujer a hacerlo con otra mujer, ¿le vas a negar el derecho a un hermano a casarse con su propia hermana? ¿O a un padre a hacerlo con su hija? ¿No tienen el mismo derecho? La sociedad se quiebra. Huele a podrido.
Agradecemos sus comentarios



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