jueves, junio 12, 2014


La alteración de las conductas
EL INFLUJO SOCIAL DEL TRÁNSITO
A las 6.30 am suelo entrar, con mucha frecuencia, a la av. Arequipa con dirección a Miraflores. A esas horas hay escasos carros particulares y una alocada carrera de combis que compiten para ganar pasajeros. Ellos son los dueños de la pista y hacen lo que quieren. Quienes vamos en vehículos pequeños tenemos que defendernos de los peligros de esas alocadas carreras. Cuando doblo por Enrique Palacios en Miraflores me encuentro otra pista de competencia, los micros a gran velocidad y repletos de pasajeros cruzan las calles temerariamente. Este cuadro se repite todos los días sin que nadie haga absolutamente nada por corregirlo. Lo triste es que ya se han producido varios accidentes con consecuencias trágicas.
Sobre las combis asesinas y los choferes que acumulan papeletas hemos oído hablar mucho. Últimamente los diarios publican las noticias escandalosas de estos sucesos de irresponsabilidad y sub desarrollo. A todo esto se suman los omnibuses que chocan en las carreteras y otros que se desbarrancan por los precipicios. La informalidad y la indisciplina han costado y seguirán costando muchas vidas.

La ausencia de la autoridad
La falta de decisión de las autoridades para cortar con esas rachas trágicas de muertos y heridos es clamorosa y peor es la mentalidad informal que genera una conducta agresiva y atrevida que es impuesta por un sistema de descuidos habituales donde no se respetan las leyes. Parece que al que viaja por las pistas de Lima no le importa para nada la vida de los demás; lo que quieren es llegar a su destino como sea, manejando a la defensiva y peleando para no perder la prioridad de pasar primero. Las normas de cortesía brillan por su ausencia y en ese ambiente de barullo parecen una bobada.
Quien se encuentra encerrado en el tráfico tiene que soportar los agravios; cuando quiere pasar no lo dejan y cuando pasa lo insultan por haberse metido primero. El que viene detrás es como un energúmeno que hace sonar su bocina aturdiendo al que va delante y lo trata como si fuera un inútil que no sabe manejar, solo porque no lo deja pasar. Si el que va delante es un taxi vacío hay que tomar precauciones porque su prioridad es el próximo cliente, parará para recogerlo donde sea, aunque tenga que hacer una maniobra brusca. No le importará que el semáforo esté en verde y tenga que hacer esperar a todos los carros que vienen detrás, además regatea el precio de la carrera con el cliente que todavía no sube. La indignación y las protestas están demás porque la vida sigue siendo igual.
Tampoco es novedad advertir que los choferes de los omnibuses están acostumbrados a manejar temerariamente, metiéndose por donde puedan, sin ningún respeto o escrúpulo. Compiten con agresividad para recoger pasajeros con giros bruscos sin que le importe taponar a los vehículos que van por el carril correcto, y aunque tengan luz verde no los dejan pasar, creando verdaderos atolladeros.
El mal manejo de todos los días les parece lo más normal del mundo. ¡Qué atraso más grande vivimos a diario en nuestra capital!

El influjo del mal manejo en la conducta de las personas
El chofer que se ve diariamente sometido a esas presiones termina volviéndose agresivo y con el tiempo hará lo mismo que los demás: manejará según la ley de la selva propinando insultos y metiendo el carro para ganar el sitio y la oportunidad de pasar. El tráfico informal y caótico está influyendo en la conducta de muchas personas.
Las leyes y reglamento solo funcionan para poner las papeletas después de un choque o cuando los guardias hacen batidas. Si el policía no está, el chofer limeño no tiene escrúpulos para pasarse la luz roja o ir contra el tráfico o subirse a las veredas, o zamparse sin respetar una cola; se trasforma cuando maneja convirtiéndose en un auténtico salvaje,  ¡sálvese quien pueda!

¿Qué sentido tienen las sanciones en un sistema caótico?
Si la autoridad no respeta el orden y no pone las condiciones para que los choferes cumplan los reglamentos las papeletas no tienen sentido. Esas medidas no son disciplinarias porque no consiguen su objetivo, de allí la morosidad y las coimas que también están a la orden del día, muchas veces fomentadas por las mismas autoridades. Es el prestigio del desprestigio. Nadie se fía de la ley ni de las autoridades por eso el caos continúa sin que nadie lo arregle.

¿Quién educa los modales de las personas?
Tal como está la conducta en la calle parecería que ya no tiene mucho sentido educar en los buenos modales a las personas. Tal vez ese sea el motivo por el cual los colegios ya no forman a los chicos en las virtudes humanas. Los objetivos educativos solo están mirando los aspectos académicos.
En la calle, los asaltos, los atrevimientos de agresividad y los insultos han invadido todos los distritos de la capital. Las autoridades solo piensan en comprar más patrulleros o en poner teléfonos de emergencia para las denuncias, ¿quién toma el toro por la astas para lograr la educación que nuestro país necesita?

La escuela de la vulgaridad y del caos
Lo que se ve, se aprende y se convierte en costumbre. Con la escusa de que “lo hace todo el mundo” seguimos enfrascados en un pobrísimo nivel humano que invade todos los campos. Los buenísimos recursos de nuestro país los perdemos por esa falta de virtud. Los turistas que llegan sufren las consecuencias de esas deficiencias que nos ponen en la cola de las mejores ofertas.
La mala conducta que se ve en el tránsito se traslada luego a los trabajos y a las casas. De allí se propaga el mal humor y la falta de respeto entre los seres humanos que hace crecer el resentimiento y los odios que terminan dividiendo y separando a las personas.
Todavía parece un sueño lograr que Lima sea una ciudad ordenada y limpia donde se pueda caminar con tranquilidad en medio del respeto y la delicadeza de las personas que están en la calle.
Es urgente lograr en corto plazo que salir a la calle no signifique tener que pelear para poder llegar o porque personas inescrupulosas y atrevidas se metieron agresivamente en nuestro camino.  Es un reto para la educación que no puede quedar a la cola.
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