viernes, agosto 01, 2014


Desconsideraciones humanas
EL CUADRO DE LOS DESCALIFICADOS
Cuando era niño y entraba al colegio lo primero que me encontraba en el hall de recepción era un enorme cuadro con las fotografías de los mejores alumnos. Estaban los primeros de la clase y los premios de excelencia.
Cuando cursaba los primeros años de primaria el cuadro me impresionaba y soñaba con estar allí, entre los mejores. A ellos los miraba con cierta admiración. He de confesar que nunca tuve envidia. Me parecía que los primeros tenían que ser ellos. Uno, sin darse cuenta, se hace hincha de los suyos. Nunca cuestioné que estuvieran allí. Al niño le parece bien lo que disponen los mayores. Nuestros educadores, al menos en esos años, tenían prestigio para nosotros y lo que decían ellos iba a Misa.
Recuerdo que en Kinder la profesora tenía unas orejas de burro de tela y al niño que no sabía la lección le colocaba esas orejas y lo paraban en una esquina del aula.  A mi nunca me castigaron así pero me parecía terrible que algún día, por no saber la lección, tuviera que estar delante de todos con esa vergonzosa humillación.
Los tiempos han pasado, ahora ya no existen los cuadros de méritos ni las orejas de burrro, tampoco las jaladas de oreja, las cachetadas, o el pasar de rodillas toda la hora de clase.  Todo eso se veía normal y ahora se desaprueba. Hoy al alumno no se le toca y tampoco se le debe humillar, se está combatiendo el bulling y todo tipo de discriminación.  Sin embargo el maltrato a las personas, sean alumnos o profesores, ha crecido considerablemente, se da de una manera diferente. Se ha eliminado el cuadro de méritos y han aparecido los cuadros de las descalificaciones.
El cuadro de los descalificados
Los cuadros de méritos de aquellas épocas, (en los años 60, del siglo pasado), no hacían más que señalar las cualidades y calidades de las personas, también el esfuerzo que ponían algunos en los estudios que era compensado con las buenas notas y los mejores puestos. La intención de los educadores era resaltar los buenos ejemplos de los que hacían mejor las cosas.
Está claro que esa costumbre podía tener muchas deficiencias una de ellas podría afectar la rectitud de intención de los mejores puestos: sacar buenas notas solo por destacar y ser los mejores, por la propia gloria humana.  Está claro que un colegio no debería fomentar la vanidad o la presunción de sus alumnos. Demasiadas alabanzas públicas podrían hacer daño. La otra deficiencia era olvidarse de los otros alumnos o no considerarlos tanto, solo por el hecho de no destacar, tenerlos un poco de lado o totalmente al margen. Son descuidos que no deben darse ni en la casa ni en el colegio.

El valor de las personas
Han pasado los años y lo que está muy claro es los que sistemas no van a marcar el éxito o fracaso de los alumnos. La educación depende fundamentalmente de las personas, de la relación que hay entre padres e hijos y entre maestros y alumnos. Y la relación es buena cuando se transmite, con amor, los valores que son esenciales para la formación de las personas. No depende del 20 que saque o que sea el primero de la clase, sino de la formación que está recibiendo, ¡también para que saque 20!, pero con una intención correcta: acertar en el amor al prójimo con el desarrollo de las virtudes que hacen noble y leal a la persona. No es formar al chancón o al ambicioso egoísta, que luego se vuelve manipulador. Es formar personas humildes y sencillas que sean fieles a sus compromisos amando y comprendiendo a los demás en las distintas circunstancias de la vida.
Canonizaciones y condenas
La sociedad que se aleja de Dios canoniza y condena con excesiva facilidad a las personas.
Cuando todo va bien los halagos y las condecoraciones se multiplican, como los curriculum vitae lleno de hojas inmaculadas que reflejan calidad y hasta genialidad. En los discursos de presentación de una persona se oyen los elogios que destacan las virtudes del flamante que toma el puesto.
En cambio cuando alguien mete la pata, la condena le llega como un rayo, con las calificaciones más severas y drásticas que se puedan encontrar. Es como le ocurre a un  entrenador de fútbol, si gana todos lo quieren y si pierde se tiene que ir, ya no se quiere contar con él. Por un solo fracaso se olvidan los éxitos anteriores.
La descalificación como sistema
Hoy mucha gente vive descalificando constantemente a los demás. Siempre están hablando mal de alguien y al hacerlo le hacen una ficha y terminan congelándolo. El terrible juicio humano (extremadamente terco) dictamina: fulanito es tal por cual y su sitio es ese… colocándolo lejos de las mejores posibilidades.
Si la persona que hace el juicio es un jefe, podría perjudicar la vida y el futuro de algún subordinado. Lamentablemente hoy muchas personas han sufrido la injusticia de una descalificación de por vida, sin poder llegar a metas más altas porque fue desaprobado por un superior  que lo dejó fichado como no apto para la posteridad. Es una de las injusticias más habituales  que suele pasar desapercibida.
Examen de conciencia personal
A cada uno le toca ver, examinando su propia conciencia, si suele descalificar a los demás. Si habitualmente descalifica, debe corregir esa desviación, aunque tenga sobrados motivos.
La descalificación podría ser interna o externa. Si es interna le será muy difícil querer a los demás, estará como trabado para llevarse bien con la gente.
Si es externa, el desahogo lo puede aliviar, pero al salir algo negativo de su interioridad puede convertirse en un crítico constante de los defectos del prójimo y tener una actitud de fastidio o altanera que a nadie le gusta. El que lo escucha podría hacerle caso, para no contristar, pero en el fondo se iría alejando diciendo para sí mismo: “si así habla de los demás cuando no están presentes, ¿qué dirá de mi cuando no estoy?”
Un día el Papa Francisco, respondiéndole a un periodista que le hizo una pregunta comprometida, le dijo: “¿quién soy yo para juzgar? le dio la  respuesta que reflejaba la nobleza de su alma.  
Las respuestas que debe dar un cristiano que ama a Dios y a los demás no son diplomáticas, propias de una actuación, son sinceras y están llenas de consideración por las personas.
A las personas las debemos amar. Si no percibimos que sale de nuestra interioridad un amor auténtico es necesario que cambiemos de inmediato, hay que limpiar el fondo.
El que ama dice la verdad  y se aleja de la crítica y de la murmuración; tiene una actitud llena de comprensión, unida a una valoración por cada persona en particular. No es hipocresía, es la finura del amor que enciende y levanta a las personas, no las hunde. En cambio el que descalifica, humilla y hunde porque no sabe amar. Tampoco dice la verdad, le faltan datos y lo que realmente respalda: la humildad que trasciende de un corazón lleno de amor.
Es necesario que cada uno tenga un cuadro de méritos donde todos estén incluidos, de un modo distinto, pero incluidos  de verdad porque son realmente queridos con toda el alma, si medianías ni disfraces, sin cumplidos ni gestos diplomáticos. Es mucho más fuerte amar que compensar.
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