viernes, agosto 29, 2014


El buen uso de la ley
LA EPIKEIA
Un viejo refrán, tratando de rescatar, con una fina ironía, el verdadero espíritu que deben tener las leyes y los reglamentos, proclama: “para los enemigos la ley y para los amigos la epikeia”
Epikeia es una palabra griega que significa equidad. Es una equidad que está por encima del derecho. Aristóteles, en su Ética Nicomáquea, antepuso una forma de justicia a la mera justicia legal. Es decir, asumiendo el carácter universal y abstracto de toda ley el filósofo advirtió que, en ciertas ocasiones excepcionales, puede resultar más justo obrar de forma contraria a la ley que acatar su cumplimiento. O, dicho de otra manera, obramos de manera justa cuando, dadas unas circunstancias excepcionales, podemos suspender la interpretación literal de una norma con vistas a preservar su verdadera intención. Muchos juristas, entre ellos San Agustín, sostenían que si una ley no es justa entonces no es ley y no habría que obedecerla.

La ley que busca la rehabilitación del reo
Las leyes deben estar siempre a favor de las personas, incluso cuando se trata de la vindicación, el castigo que la persona merece por haber infringido la ley. Cuando, por haber cometido un delito, se aplica una sentencia de acuerdo a ley, ésta no debería ser nunca definitivamente condenatoria para todos los que la violaron. El juez o legislador debe tener en cuenta que la conducta de los reos puede variar mucho, y que además, no  todos los condenados son iguales; por lo tanto, no se les debe tratar de la misma manera. También se debería considerar que una de las funciones prioritarias de las cárceles es conseguir la rehabilitación de los reos. Sería por lo tanto conveniente, que la buena conducta y el arrepentimiento puedan reducir la pena,  (en algunos casos), también cuando se ha dictado cadena perpetua. Si el reo no se ha rehabilitado, ni está arrepentido, la condena podría seguir igual, de acuerdo a la sentencia que se le dio.

Circunstancias que pueden variar el peso de la ley
En otros asuntos, la ley podría no aplicarse atendiendo a circunstancias de sentido común que todos puedan reconocer y estar de acuerdo. No debe tratarse nunca de favoritismos o negociados injustos, sino de causas justas y honorables.
El saltarse una cola podría ser un acto correcto cuando lo apremia una circunstancia valedera, por ejemplo una persona enferma que debe hacer una gestión importante, o una ambulancia que se pasa la luz roja y se mete en sentido contrario por una calle.
Para las leyes o reglamentos del mundo laboral, necesarios para la estabilidad de las personas y de sus familias, es sumamente importante que el legislador, o el que deba aplicar la ley, conozca bien las circunstancias. Si una señora, por estar embarazada, necesita dejar de trabajar, el empleador debe ver bien cómo le da el permiso y no sacar la ley para que la cumpla a rajatabla con el horario establecido. En estos casos es aplicable la epikeia que es la interpretación benigna de la ley a favor del trabajador.
La epikeia para la jubilación
Otro tanto de lo mismo sucede con las leyes de jubilación. Aunque exista un reglamento vigente, las relaciones humanas y el sentido común tienen prioridad para ponderar detenidamente lo que se debería hacer en cada caso. 
Es lógico que en el mundo laboral un trabajador prestigioso, que está a punto de jubilarse, tenga muchos cabos atados con unas relaciones humanas muy bien cultivadas en su entorno, que hacen difícil su salida. Puede ser que no sea conveniente que se retire al cumplir la edad de la jubilación. Una persona mayor no es como una máquina antigua que se remplaza sin más por otra nueva.
Lamentablemente en algunas empresas se aplica la ley sin tener en cuenta las circunstancias que pueden afectar  al mismo trabajador, a su familia, o a su entorno profesional y social. Una ley de jubilación debería ser un referente para que exista un derecho que se pueda tomar o no;  y que la decisión dependa del acuerdo que se tome de una conversación llena de afecto y gratitud por parte del empleador, en reconocimiento a los años de servicio gastados en esa empresa o institución.
Si el empleador ve que la persona puede seguir y es conveniente que continúe trabajando, por su capacidad, su prestigio, u otras razones que lo aconsejen, podría dejar la ley en suspenso para aplicarla más adelante . Como se hace en la Iglesia con los obispos que al cumplir los 75 años deben presentar su carta de renuncia, sin embargo a algunos se les concede más años porque las circunstancias lo hacen favorable, aunque ellos puedan renunciar cuando lo deseen.
El Papa también puede, aunque su cargo es vitalicio, renunciar si lo ve oportuno, tal como sucedió con Benedicto XVI. También el Papa Francisco comentó que si algún día se queda sin fuerzas optaría también por la renuncia.

Tratar con respeto y delicadeza a los que llegaron al final de su trabajo
Si toda persona merece respeto y consideración por su trabajo, el trabajador honrado y prestigioso que llega a la edad de la jubilación debe ser tratado con una extrema delicadeza y una gran estima. Los empleadores o jefes deben ponerse guantes blancos y darle todas las facilidades para que pueda seguir transmitiendo su experiencia  con la sabiduría que lo caracteriza y tenerlo muy alto frente a los demás por el prestigio que ha ganado en el desenvolvimiento de su trabajo.
Llegar a la edad de la jubilación trabajando bien y honradamente es como llegar a la meta triunfando después de una exitosa carrera. El premio es la medalla del reconocimiento y la placa recordatoria que queda para la posteridad. Luego los años dirán si su prestigio merece más homenajes por parte de la institución donde trabajó o de la misma sociedad.
Si se llevó bien con los suyos y supo sembrar amor en su familia, el reconocimiento lleno de gratitud es también la correspondencia al cuarto mandamiento de la ley de Dios: “honrar padre y madre”  La familia lo recordará con gratitud y enorme cariño. Su nombre nunca será borrado de los corazones de sus seres queridos.
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