jueves, setiembre 18, 2014


EL SILENCIO ADMINISTRATIVO
Dicen que cuando el bebe no llora pueden haber problemas serios e irreversibles. Algo parecido ocurre en los trabajos cuando los silencios se prolongan y no se dan explicaciones. En estas situaciones, que suceden a menudo, las personas sufren indebidamente. No debería ocurrir.
Si el hombre ha nacido para trabajar, el trabajo debe ser para el hombre y no el hombre para el trabajo. Ningún trabajo debería determinar la vida de la persona, afectándola negativamente; es al revés, debe darle libertad y enriquecerla.

El que consigue un trabajo por primera vez
El estudiante que sale por primera vez a trabajar debe encontrar receptividad y orientación. Es cierto que se le debe exigir, para que rinda y aprenda, pero es nocivo utilizarlo, con una exigencia desmedida, aprovechando su juventud y luego dejarlo de lado. En todo empleador debería haber una dosis de paternidad con los más jóvenes.

El que lleva años en un trabajo
Las dificultades del silencio administrativo podrían afectar también al que lleva años trabajando y ha perseverado en su puesto rindiendo con esfuerzo y sacrificio en beneficio de su empresa. Eso bastaría para ser valorado por su empleador y la institución donde trabaja, con un justo reconocimiento y un trato lleno de delicadeza. Sin embargo muchos encuentran un silencio inexplicable que les duele en el alma. Cuando falta caridad la justicia también se pierde y con ella la sensibilidad para conocer, respetar y querer a las personas.

Las indelicadezas de los silencios administrativos
Los silencios para el trabajador por parte de la institución o empresa son una falta de respeto y una indelicadeza. Los seres humanos se entienden comunicándose. Cualquier cosa se puede decir en ambientes de franca comunicación, nobleza y lealtad, con las virtudes humanas necesarias para no ofender nunca a nadie y para que todos  puedan ponerse de acuerdo.
Muchas veces los silencios anuncian separación y distancia, como si se hubiera apagado una luz que ya no se quiere encender. Otras veces son solo olvidos y despistes, que tampoco deberían existir.
Existen también silencios voluntarios, son como actitudes “autistas” generadas a drede por una persona que quiere cerrar los ojos para no tener nada que ver con la situación o los problemas de otro. Estas actitudes son propias de personas que no tienen bien su corazón, o se sienten coaccionados (a veces obligados en los trabajos) por alguna circunstancia que los oprime. No pueden expresar su desacuerdo por temor a que los aparten del trabajo.
Cualquiera que inicia una gestión en alguna oficina debe tener las respuestas adecuadas con la amabilidad de las personas de turno.

El buen trato va unido a la información adecuada  (el cáncer de los silencios administrativos tiene metástasis en nuestra sociedad)
Qué grata resulta la orientación pertinente con los plazos cumplidos en las fechas establecidas por una persona o una institución.
Qué ingrato e indignante resulta en cambio, llegar a una institución a la hora establecida para ser atendido y le digan en la puerta: regrese usted mañana, sin que haya una explicación lógica.
También es desagradable llegar a un lugar de atención pública donde hay muchas ventanillas, (o muchas cajas para pagar), y se atienda solo en una, aunque exista una cola inmensa de gente que está esperando. 
De igual manera resulta indignante ver habitualmente, en la puerta de los bancos, una larga cola de adultos mayores, jubilados, que esperan cobrar sus sueldos. Ni siquiera les alcanzan una silla para que se sienten, ni hay nadie que les de explicaciones.
En los asuntos del tráfico, que tantos dolores de cabeza da,  se dan situaciones de injusticia que claman al cielo como cuando se recibe una papeleta injusta por alguna infracción que merece una explicación y que en la ventanilla le digan: usted tiene que pagar primero la multa y después reclame, y luego resulta dificilísimo, por no decir imposible, tener una opción a reclamar.

Cuando “maletean” al que quiere conseguir un trabajo
Es penoso cuando, después de haber pasado muchas pruebas, y de haber tenido una entrevista, le digan al que busca un puesto de trabajo: ya lo vamos a llamar y no lo llaman, teniéndolo en vilo durante meses y cuando llaman, si es que lo llaman,  le dicen, sin darle una explicación adecuada, que todo muy bien pero que no hay opción para él.
Es más penoso cuando alguien gana un concurso para un trabajo y le piden una coima para ser contratado. Tampoco le dan explicaciones (le hacen entender que debería dar la coima o el cupo, si quiere seguir con sus aspiraciones).
También hay silencio administrativo cuando no se dice que el producto comprado tiene fallas o es un producto bamba,  o es algo robado. Son silencios para estafar o para buscar complicidad con algo indebido. Es como decirle a alguien: “llévate esto a menos precio y no preguntes más…”

¿Quiénes ofenden con el silencio?
Ofenden con el silencio: el estafador, el mentiroso, el cómplice, el egoísta que solo ve lo suyo y le importa un bledo la suerte de los demás, el que debería aconsejar y no aconseja, el empleado o funcionario que no da la información oportuna, la institución o negocio que no cumple sus plazos, los empleados que maltratan a la gente porque no dan la información oportuna. San Josemaría decía: “El infierno está lleno de bocas cerradas”

El silencio administrativo no es el silencio de oficio.
El silencio de oficio está a favor de las personas. Es la discreción que se tiene para no difundir lo que una persona nos ha confiado. El silencio de oficio lo deben guardar los profesionales de cada carrera: el médico no puede contar a otros la historia clínica de sus pacientes, el abogado no puede difundir a la opinión pública los casos que está llevando, el periodista no puede difundir imágenes que corresponden a la privacidad de las personas, el sacerdote no puede contar a terceros lo que los fieles le confían en la dirección espiritual (se llama sigilo).
En cambio el silencio administrativo es no decirle a las personas lo que se les debería transmitir y tenerlas coaccionadas ejerciendo sobre ellas un poder abusivo por malicia o por descuido, o negligencia.
Si se piensa en el bien de la persona, se piensa también en lo que se le debe transmitir con los medios y las circunstancias adecuadas. Si un médico debe decirle a una persona que tiene una grave enfermedad, debe decírselo adecuadamente, estudiando la mejor manera y tratando a la persona y a su familia con una gran delicadeza. Decirlo de una manera descarnada o callarlo sería un maltrato y una grave irresponsabilidad.
Si alguien debería dejar su trabajo, es necesario advertírselo con tiempo y ver, de acuerdo a las circunstancias, cual es el mejor camino. A nadie se le debe maltratar con apresuramientos o dejándolo fuera sin más, sin ayudarle a ver qué podría hacer fuera de ese trabajo, y también habría que ver cómo quedaría él y su familia, en su nueva situación laboral.
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