EL SILENCIO ADMINISTRATIVO
Dicen
que cuando el bebe no llora pueden haber problemas serios e irreversibles. Algo
parecido ocurre en los trabajos cuando los silencios se prolongan y no se dan
explicaciones. En estas situaciones, que
suceden a menudo, las personas sufren indebidamente. No debería ocurrir.
Si
el hombre ha nacido para trabajar, el trabajo debe ser para el hombre y no el
hombre para el trabajo. Ningún trabajo debería determinar la vida de la persona, afectándola negativamente; es al
revés, debe darle libertad y enriquecerla.
El que
consigue un trabajo por primera vez
El
estudiante que sale por primera vez a trabajar debe encontrar receptividad y
orientación. Es cierto que se le debe exigir, para que rinda y aprenda, pero es nocivo utilizarlo, con una exigencia desmedida, aprovechando su juventud y
luego dejarlo de lado. En todo empleador debería haber una dosis de paternidad con los más jóvenes.
El que
lleva años en un trabajo
Las
dificultades del silencio administrativo podrían afectar también al que lleva
años trabajando y ha perseverado en su puesto rindiendo con esfuerzo y
sacrificio en beneficio de su empresa. Eso bastaría para ser valorado por su
empleador y la institución donde trabaja, con un justo reconocimiento y un
trato lleno de delicadeza. Sin embargo muchos encuentran un silencio
inexplicable que les duele en el alma. Cuando falta caridad la justicia también
se pierde y con ella la sensibilidad para conocer, respetar y querer a las
personas.
Las
indelicadezas de los silencios administrativos
Los
silencios para el trabajador por parte de la institución o empresa son una
falta de respeto y una indelicadeza. Los seres humanos se entienden
comunicándose. Cualquier cosa se puede decir en ambientes de franca
comunicación, nobleza y lealtad, con
las virtudes humanas necesarias para no ofender nunca a nadie y para que todos puedan ponerse de acuerdo.
Muchas
veces los silencios anuncian separación y distancia, como si se hubiera apagado
una luz que ya no se quiere encender. Otras veces son solo olvidos y despistes,
que tampoco deberían existir.
Existen
también silencios voluntarios, son como actitudes “autistas” generadas a drede por una persona que quiere
cerrar los ojos para no tener nada que ver con la situación o los problemas de
otro. Estas actitudes son propias de personas que no tienen bien su corazón, o
se sienten coaccionados (a veces
obligados en los trabajos) por alguna circunstancia que los oprime. No
pueden expresar su desacuerdo por temor a que los aparten del trabajo.
Cualquiera
que inicia una gestión en alguna oficina debe tener las respuestas adecuadas
con la amabilidad de las personas de turno.
El buen trato va unido a la información
adecuada (el cáncer
de los silencios administrativos tiene metástasis en nuestra sociedad)
Qué
grata resulta la orientación pertinente con los plazos cumplidos en las fechas
establecidas por una persona o una institución.
Qué
ingrato e indignante resulta en cambio, llegar a una institución a la hora
establecida para ser atendido y le digan en la puerta: regrese usted mañana, sin que haya una explicación lógica.
También
es desagradable llegar a un lugar de atención pública donde hay muchas
ventanillas, (o muchas cajas para pagar),
y se atienda solo en una, aunque exista una cola inmensa de gente que está
esperando.
De
igual manera resulta indignante ver habitualmente, en la puerta de los bancos, una larga cola de adultos mayores, jubilados, que esperan cobrar sus
sueldos. Ni siquiera les alcanzan una silla para que se sienten, ni hay nadie
que les de explicaciones.
En
los asuntos del tráfico, que tantos
dolores de cabeza da, se dan
situaciones de injusticia que claman al cielo como cuando se recibe una papeleta injusta por alguna infracción
que merece una explicación y que en la ventanilla le digan: usted tiene que pagar primero la multa y
después reclame, y luego resulta dificilísimo, por no decir imposible, tener una opción a reclamar.
Cuando “maletean” al que quiere conseguir un trabajo
Es
penoso cuando, después de haber pasado muchas pruebas, y de haber tenido una entrevista, le digan al que busca un puesto
de trabajo: ya lo vamos a llamar y no
lo llaman, teniéndolo en vilo durante meses y cuando llaman, si es que lo llaman, le dicen, sin darle una explicación
adecuada, que todo muy bien pero que no hay opción para él.
Es
más penoso cuando alguien gana un concurso para un trabajo y le piden una coima
para ser contratado. Tampoco le dan explicaciones (le hacen entender que debería dar la coima o el cupo, si quiere seguir
con sus aspiraciones).
También
hay silencio administrativo cuando no se dice que el producto comprado tiene
fallas o es un producto bamba, o es algo robado. Son silencios para
estafar o para buscar complicidad con algo indebido. Es como decirle a alguien:
“llévate esto a menos precio y no
preguntes más…”
¿Quiénes ofenden con el silencio?
Ofenden
con el silencio: el estafador, el
mentiroso, el cómplice, el egoísta que solo ve lo suyo y le importa un bledo la
suerte de los demás, el que debería aconsejar y no aconseja, el empleado o
funcionario que no da la información oportuna, la institución o negocio que no
cumple sus plazos, los empleados que maltratan a la gente porque no dan la
información oportuna. San Josemaría decía: “El infierno está lleno de bocas cerradas”
El silencio
administrativo no es el silencio de oficio.
El
silencio de oficio está a favor de las personas. Es la discreción que se tiene
para no difundir lo que una persona nos ha confiado. El silencio de oficio lo
deben guardar los profesionales de cada carrera: el médico no puede contar a otros la historia clínica de sus pacientes,
el abogado no puede difundir a la opinión pública los casos que está llevando,
el periodista no puede difundir imágenes que corresponden a la privacidad de
las personas, el sacerdote no puede contar a terceros lo que los fieles le
confían en la dirección espiritual (se
llama sigilo).
En
cambio el silencio administrativo es no decirle a las personas lo que se les
debería transmitir y tenerlas coaccionadas
ejerciendo sobre ellas un poder abusivo
por malicia o por descuido, o negligencia.
Si
se piensa en el bien de la persona, se piensa también en lo que se le debe
transmitir con los medios y las circunstancias adecuadas. Si un médico debe
decirle a una persona que tiene una grave enfermedad, debe decírselo
adecuadamente, estudiando la mejor manera y tratando a la persona y a su
familia con una gran delicadeza. Decirlo de una manera descarnada o callarlo
sería un maltrato y una grave irresponsabilidad.
Si
alguien debería dejar su trabajo, es necesario advertírselo con tiempo y ver, de acuerdo a las circunstancias, cual es
el mejor camino. A nadie se le debe maltratar con apresuramientos o dejándolo
fuera sin más, sin ayudarle a ver qué podría hacer fuera de ese trabajo, y
también habría que ver cómo quedaría él y su familia, en su nueva situación
laboral.
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