jueves, setiembre 04, 2014


Piruetas callejeras
LOS CONTORSIONISTAS DE LA LUZ ROJA
Cada día vemos más contorsionistas en las calles limeñas que aprovechan la luz roja de los semáforos para entregarles a los automovilistas un espectáculo original a cambio de una pequeña moneda, que muchas veces ni la encuentran.
Son personas con una habilidad especial para los malabares o los saltos ornamentales, que han ensayado un número espectacular hasta la saciedad para poder presentarse a un público transeúnte que no paga entrada y que obligatoriamente está presente durante segundos, en esas  escuetas funciones de la calle, sin aplausos, y con las prisas de pasar pronto con la luz verde.
Bastan esos escasos minutos de función gratuita para comprobar que, por muy habilidosos que sean, solo llegan a despertar una efímera admiración, que se apaga enseguida, por la prisa que se suele llevar en esas circunstancias de paso.

Los escenarios de los artistas
Es distinto cuando estos habilidosos personajes están en los teatros o en los circos para divertir a la gente. Esas actividades lúdicas tienen su sitio allí, en escenarios donde acude un público que quiere verlos y está dispuesto a pagar la entrada, porque valora la profesionalidad del artista que incluso se puede convertir en ídolo.
En cambio al contorsionista de la calle se le suele ver como a un mendigo que busca una dádiva. No se le paga tanto por el espectáculo, se le entrega más bien una limosna por compasión.
El que está haciendo piruetas en las esquinas descubrirá con el tiempo que su habilidad no moverá necesariamente la disposición de las personas para hacer más larga la función. Su escueta intervención no es más que un breve espectáculo de intromisión en un escenario, donde la vida del espectador esta yendo por otro lado. Es como decirle al que pasa: “detente un momento y mira lo que te estoy ofreciendo”

Ser admirado y ganar un sol
El artista callejero se siente con derecho a interrumpir para ofrecer algo que tenga una retribución inmediata: la admiración y la dádiva a la que cree tener derecho.  Es además, lo que busca denodadamente para poder subsistir.
Está claro que llamar la atención no significa ser aprobado. En esas esquinas donde “hay función” nadie suele estacionar su carro para seguir viendo el espectáculo, todo es muy rápido porque la vida no se puede detener cuando se está yendo por la calle con la prisa de llegar donde se tiene que ir.
El espectador interesado que presta atención y se detiene, puede quedar admirado por lo que ve y se dará cuenta que el contorsionista de marras es una persona original, que quiere  “ganarse la vida” de esa manera un poco forzada. Es probable que su admiración quede matizada por la inevitable compasión, que motiva la entrega de la limosna.
También existen cientos o miles que pasan y no se inmutan, no les interesa el espectáculo, algunos muestran claramente su indiferencia, e incluso su desacuerdo. No quieren ver y desean que la luz del semáforo se ponga verde para seguir de largo, sin que nadie los moleste.
Si hubiera que juzgar sobre la oportunidad de estas funciones de un modo democrático, diríamos que las grandes mayorías prefieren que las esquinas estén libres.
Ocurre en las grandes ciudades del mundo
Estas intervenciones informales no son exclusivas de las calles limeñas, se dan también en otros países. En los lugares más fríos de instalan en los paraderos del metro, o en las estaciones del tren. No solo contorsionistas, hay también cantantes, adivinos, magos, fakires, vendedores de chucherías, hippies, discapacitados, expresidiarios, mendigos, etc. que buscan la atención del público para ganar unos centavos.
Estos originales artistas, igual que los mendigos, o los pobres vendedores de minucias, ven que todos los días pasan cientos y miles que no les hacen ni caso. Solo unos pocos se detienen, más por curiosidad que por benevolencia, salvo contadas excepciones.
La soledad en la calles llenas
Con la multiplicación de estas actividades, las calles pobladas de las grandes urbes son ruidosas y se ven congestionadas. La vida del ruido informal retrata la soledad del hombre que deambula distrayéndose con lo que encuentra para mover sus sentimientos: pasea, mira, se sienta, hace conjeturas… mientras observa ese mundillo callejero, sin conseguir, en el ruidoso mercado de ofertas, la receta mágica para ser feliz. No es el lugar adecuado, quizá se escapó de su casa para buscar “algo mejor”
Es muy difícil que los actores y los espectadores de esos mundos informales  consigan allí lo que en el fondo están buscando para la realización de sus propias vidas. Habría que mirar antes cómo están sus familias, para poder ver qué es lo que les está faltando. En esos escenarios hay una suerte de incomunicación y de distancia entre el artista y el espectador. Se quedan cortos en lo que  realmente están buscando.
Los que pasan rápido y no se detienen (que son la mayoría) podrían calificar esos espectáculos como un fenómeno social de protesta de personas heridas que buscan afecto, gente necesitada que quiere llamar la atención para que alguien les haga caso y así se sientan aliviados con los que se acercan.
Efectivamente, eso podría estar pasando con esos artistas y algunos espectadores que se detienen. No se puede dejar de constatar las heridas que hay en los corazones de los hombres. Esos escenarios son como cuadros maquillados por la oferta del espectáculo, que esconden dolorosos problemas humanos. 
Las piruetas que causan admiración, pueden servir, tal vez, para aliviar momentáneamente el dolor, pero la curación no llega si falta el amor que las personas deben recibir y que procede fundamentalmente del hogar. También en las personas callejeras se nota la ausencia del cariño familiar.
La fuerza del cariño familiar
La calle no es el lugar ideal para sanar. Se necesita la familia y si ésta no está, podrían suplir, en algo, las personas generosas que saben amar, que no suelen ser los transeúntes que pasan rápido.
La calle es para circular, por ella se desplazan todos: ricos y pobres, artistas, deportistas, profesionales y obreros, niños, jóvenes y ancianos. En la calle circulan los que caminan tristes porque tienen problemas, los que están alegres porque pueden amar y son amados, los que salen para negociar y también los que van a matar o robar. Todos circulan motivados por algo que quieren hacer para bien o para mal.
Todos necesitan el afecto y la estima del cariño humano para ser felices. En la calle se nota esta ausencia que se convierte en un reto para el que quiera amar. Las calles no mejorarán con un tránsito más fluido sino con personas mejor formadas. En la familia es donde se encuentra lo que la calle y la sociedad necesita: gente con un corazón ordenado que funciona bien.
Un artista que ha curado las heridas de su corazón es doblemente artista, porque transmitirá con su actuación lo más valioso que pueda llevar con él: un amor que es difusivo y trascendente. La habilidad de sus piruetas se conjugará con el arte de su corazón ordenado para lograr la felicidad de los espectadores. Ya no buscará la dádiva del que pasa por la esquina, ahora entregará con generosidad el tesoro que sale de su corazón y que encuentra los mejores escenarios para hacer felices a los demás.
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