jueves, marzo 26, 2015


El amor a los orígenes y a la tradición
AMAR LAS DIFERENCIAS (II)
Nuestros antepasados educaron a sus hijos con unos criterios distintos a los de ahora. Gracias a los esfuerzos y al amor lograron cosechar muchos frutos formando personas muy valiosas que las familias y la historia reconocen.
La integridad de la persona exige el reconocimiento y el agradecimiento de los valores que nos dejaron nuestros antepasados. Mirar atrás es también amar las diferencias: otras épocas, otros sistemas, otros planteamientos,  que dejaron unos frutos muy buenos en la formación de las personas, ¡cuánto cariño y amor pusieron muchos! para formar a los que vendrían después.
Las generaciones actuales deberían agradecer ese legado y preguntarse después si la educación de hoy ha superado a la de nuestros padres, abuelos y  maestros de antaño, o estamos todavía muy por debajo.  Se puede ver por los resultados.

Hoy ¿se educa mejor?
En los tiempos actuales el miedo a exigir a los más jóvenes ha crecido considerablemente en muchos sectores de la sociedad.  A los papás les cuesta aconsejar a sus hijos adolescentes, no saben qué decir por el temor de que el chico pueda reaccionar mal y opte por alejarse de él o de la casa; otros no dicen nada y dejan que el hijo funcione de acuerdo al modo de proceder de sus amigos, o de los ambientes juveniles.
Los profesores en los colegios, tienen miedo de corregir a sus alumnos, por temor a enfrentarse con los papás que podrían considerar una intervención drástica como  un maltrato a sus hijos; además, la nueva sensibilidad social y algunas “pedagogías” modernas se están encargando de descalificar sistemáticamente a los sistemas antiguos de educación haciendo creer que, en esas épocas, todo el mundo funcionaba con el criterio de: “la letra con la sangre entra” y por lo tanto estaba permitido utilizar, para educar a los chicos, los golpes, los chicotazos y un enorme repertorio de castigos humillantes.
Por influjo de esas ideologías y de algunos medios de comunicación, un buen sector de la población, sobre todo los más jóvenes, piensan que en las generaciones anteriores todo fue castigo, discriminación y maltrato.
Los que hemos vivido más de un lustro hemos conocido sistemas educativos de antaño de gran calidad y personas admirables que supieron dejar un legado valiosísimo de virtudes y de conducta ejemplar. Mucha gente amigable, respetuosa y cariñosa con un afán grande de dar lo mejor de sí a los demás y que hoy merecen todo el respeto y la consideración de sus hijos y nietos.  Como en todas las épocas se dieron también abusos y maltratos determinados hogares y en instituciones educativas, pero no con la magnitud que señalan muchas ideologías liberales que están en boga en los tiempos actuales.

El maltrato y la inseguridad en los tiempos actuales
Como contraste podemos decir que no son pocos los que afirman que hoy, incluso con los sistemas modernos de educación, el maltrato al prójimo y la inseguridad ha crecido considerablemente. El problema de fondo está siempre en la educación.
Como avance positivo vemos que  hoy ya no se toca a los alumnos. En este campo se ha avanzado para que todo sea trasparente y se eviten injusticias que quedaban ocultas en otras épocas. Gracias a Dios en esto se avanzó pero, de ninguna manera se puede concluir que por eso, el pasado estuvo repleto de abusos, encubrimientos y de personas traumadas.
Parece que las generaciones actuales no quisieran reconocer los buenos resultados  en la formación y educación de los chicos de otra épocas. Solo se quiere señalar lo malo. Los discursos educativos son para que el pasado no se repita, aunque muchos papás en sus casas le dicen a sus hijos rebeldes: “cuando era chico los hijos respetábamos más a nuestros padres. ¡ Las familias estaban mucho más unidas, ¡en cambio ahora!!!”  Esta afirmación, que se oye a menudo en muchos hogares, es la nostalgia de una educación más centrada y acertada.
No se puede negar que existe, en el consenso general  de las generaciones actuales, una suerte de cargamontón contra estilos de vida que siguen, respetuosamente y con cariño, una tradición familiar, como si ésta fuera mala y obsoleta.
En nombre de la verdad y de la justicia las generaciones actuales deberían reconocer los sacrificios y méritos de sus progenitores y maestros. No se pueden callar. La tradición forma parte del ser de las personas. Quien va contra la tradición ataca injustamente a sus propios orígenes. Quienes nos precedieron no solo existieron, también nos legaron una conducta con una orientación de vida que no podemos, ni debemos soslayar. Es un tesoro inmenso que nos ayuda a conocer las diferencias de las personas en cuanto a las épocas y cómo la bondad, no es patrimonio de los tiempos sino de los corazones de las personas buenas que quieren de verdad a los suyos. Con nuestros antepasados tenemos una deuda de amor que debemos agradecer con creces. 

Una vanidosa presunción
Habría que calificar como presunción vanidosa el pensar que la civilización de ahora es superior a la del pasado. Así se pensó a finales del siglo XIX con el racionalismo reinante que entregaba al mundo una civilización guiada por la razón. El Siglo XX rompió con esa “racionalidad” al darle al mundo dos guerras mundiales con millones de muertos.
Ninguna guerra se debe repetir, pero el hecho de que existieran en el pasado no nos da derecho a calificar a las generaciones de esas épocas como inmaduras, inferiores, o de gente que no supo hacer las cosas bien.
Cuando los noticieros de la televisión sacan solo lo malo, no dicen la verdad. La vida de una persona no son sus errores, aunque sean muy grandes. Los noticieros deberían sacar sobre todo las cosas buenas que hacen las personas. El hombre de hoy, por influjo de los medios, puede acostumbrarse a sacar solo lo malo y vivir imbuido dentro de sus propias críticas. Quien actúa así está tan ciego, como el político que presenta una hoja de servicios inmaculada y luego se dedica a condenar a sus adversarios como mentirosos y corruptos.
Quienes ven negativamente a las generaciones anteriores debería sondear antes su propio corazón para que vean lo que encuentran. Si tienen luz para ver tendrán un poquito más de respeto y comprensión con los que le precedieron.
Las personas inteligentes son las que saben continuar tantas cosas buenas que empezaron los anteriores y no romperlas con borrón y cuenta nueva porque les parece que no valen y que hay que empezar de nuevo.
Criticar el pasado como una época cargada de errores es un modo injusto de ver la realidad, y esa visión puede ser más grave y perjudicial que las injusticias que realmente se cometieron en esas épocas. Los odios y resentimientos destrozan la humanidad llenando los corazones de rencores.  Ese espíritu crítico que pretende ser humano es realmente anti humano. La comprensión y el perdón hacen grande a la persona y le dan la capacidad de conocer mejor la realidad.
*Continuará en el próximo artículo:  “Querer las diferencias” (III)
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