miércoles, abril 15, 2015


Amor al prójimo: conseguir que vivan con la verdad
AMOR A LAS DIFERENCIAS  (V)
Cuando abrimos el catecismo de la doctrina católica allí se nos enseña que Dios es trino: tres personas distintas y un solo Dios verdadero. El cristiano tiene que aprender a tratar a las tres personas distintas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. No son tres dioses es un solo Dios, el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero son tres personas distintas. Uno aprende a amar cuando ama las diferencias, sin embargo hay que tener en cuenta que las diferencias son características distintas de un bien.
Lo mismo podemos decir a una persona con respecto a su familia para que sepa querer a cada persona como es, con sus características  y sus circunstancias distintas, de todo lo que es bueno.

Querer el bien y rechazar el mal
Para acertar en estos objetivos es necesario distinguir entre el bien y el mal. Si un familiar tiene un cáncer que lo está matando se debe querer al familiar pero no al cáncer, si el otro está en una situación económica deplorable hay que quererlo igual y desear que salga de esa situación que lo perjudica, si tiene un vicio como el alcohol o la droga, se debe procurar ayudarlo para que deje esas malas costumbres.
Igualmente hay opciones de vida que están equivocadas, por eso todas las personas necesitan ser aconsejadas y orientadas. Las personas necesitan de los demás para ser libres. Cuando los demás saben quitar el mal de las personas las hacen libres. Quitar el mal exige esfuerzo y sacrificio, quitar el mal es amar.
Nadie puede decir que los papás están muy contentos con sus hijos porque ellos son libres de elegir para su vida lo que quieran. Suena bonito, pero ¿acaso existen padres que no sufren por el camino que ha tomado alguno de sus hijos?
El papá del hijo pródigo de la parábola evangélica estaba esperando que su hijo se arrepintiera y volviera a la casa. La libertad del hijo estaba en recomenzar su vida en la casa del padre y no seguir con las bellotas junto a los chanchos. Allí no había libertad para él y para ninguna persona.
Para el papá, para el mismo hijo y para todo el mundo, la libertad del hijo pródigo estaba en el retorno a la casa paterna. Se trata de un padre bueno que quiere mucho a su hijo y le puede dar todo su amor. Era un hijo que necesitaba del amor del Padre.
El trato que va a recibir el hijo pródigo por parte del padre es distinto del que le da, de un modo habitual, al hijo mayor que no se fue,  y cuando éste le reclama, le hace ver la diferencia. La caridad consiste en querer desigual a los que son desiguales.  Entre el hijo que estaba bien y el pródigo había una diferencia. El padre quería a los dos igual, pero en ese momento el pródigo necesitaba del amor del padre.
Los padres que quieren habitualmente a sus hijos, y están pendientes de ellos, saben lo que cada uno necesita en cada momento. Ningún padre del mundo estará tranquilo si su hijo está fuera del camino correcto. Al hijo mitómano lo quiere, pero también lo ayuda para que su tendencia a la mentira no lo perjudique, al que es violento lo quiere mucho pero también lo cuida y le advierte para que su tendencia a la ira no le cauce problemas; igualmente al que tiene tendencias homosexuales lo ama con toda su alma, pero le aconsejará y buscará ayuda para que su tendencia no lo esclavicen con un desorden de vida impropio y contra natura.
Todo padre de familia y la sociedad entera, en todos los países del mundo, si quieren a sus hijos, lucharán contra la borrachera, la prostitución, la drogadicción, la ludopatía, el bulling o cargamontón, el cochineo o la burla, la suciedad, la vulgaridad, el atropello, los insultos, las manías, la irreverencia, la brusquedad, la falta de respeto, la vagancia, la corrupción, el permisivismo, el desorden, la envidia, los celos, la gula, la glotonería, la avaricia, la codicia, la fornicación, la altanería, la vanidad, la curiosidad, el narcisismo, el nepotismo, el argollismo, la usura, la trata de blancas, el fraude, el utilitarismo, la terquedad.
El hombre ha nacido con una ley moral que debe respetar para que pueda ser feliz. La sociedad se debe regir por las leyes morales que están inscritas en la naturaleza humana y que regulan los desórdenes ocasionados por el pecado.
El amor no es una suerte de “liberalidad” de sacar de sí lo que estorba. Lo que hay que sacar de sí es el pecado y no la cruz que Jesús invita a llevar. El amor no es consecuencia del desprendimiento de la cruz. La cruz hay que llevarla con alegría y saber distinguir entre el dolor de amor, que es la contrición y el desagravio, del dolor del resentimiento. El herido y resentido se encuentra en una situación de deuda, debe salir de esa situación (que es de pecado) para que pueda llevar el peso de la cruz con alegría.
Jesucristo nos dice: “Si me amas cumple los mandamientos”  Allí está la falsilla para saber si se va bien por el camino. El amor no es un sentimiento de “algo romántico” que se adquiere. El amor es la fuerza de conquista para poner en alto la cruz de Cristo. El amor es la perseverancia, la constancia, llegar hasta el final, aunque se tenga que ir a “contrapelo” . Cristo fue contracorriente y nos dice que Él es el camino para todos, por eso la Iglesia, fundada por Cristo, camina en la historia con el signo de la contradicción.
Si se quiere a una persona hay que pedirle que luche, que sepa llevar el peso de sus compromisos y responsabilidades. Con este fin se educa a los hijos. A los hijos no se les debe educar para que tengan cosas, hay que educarlos para que sean buenas personas. La diferencia entre el bueno y el “buena gente”  es que el primero se rige por la verdad y el segundo por la comodidad. El primero ama y el segundo se acomoda. Cuando el hombre no lucha y se acomoda tarde o temprano entra en crisis (se vuelve una “fiera” o se deprime).
El hombre pecador no es libre, si persiste en el pecado se esclaviza y hace daño a los demás. En cambio el que consigue liberarse del pecado por la ayuda que recibe de Dios, alcanza también la libertad y junto con ella la alegría.

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