miércoles, agosto 12, 2015


Ecología VIII
RESTITUCIÓN Y REPARACIÓN DEL HOMBRE
Por Antonio Porras

El hombre con su intervención en el mundo ha hecho destrozos y ha cometido injusticias, que debe, por lo tanto, reparar. Por ese motivo Dios Padre envía a su Hijo Jesucristo.

El misterio de Cristo
«La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado, fue destruida por haber pretendido [los hombres] ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de “dominar” la tierra (cfr. Gn 1,28) y de “labrarla y cuidarla” (Gn 2,15)» (LS 66). El Evangelio de la creación nos recuerda la realidad del pecado, que la bondad de toda la creación ha sido contaminada por el mal uso de la libertad del hombre. El mal en el mundo ha sido introducido por el hombre, no proviene de Dios. Pero el mal no tiene la última palabra, es posible la salvación, porque Dios «decidió abrir un camino de salvación» (LS 71). El Padre, que nos había regalado todo los bienes salidos de sus manos, también nos promete la salvación: «el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados» (LS 73).

El plan de salvación de Dios consiste en el envío de su Hijo. «La comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: “Todo fue creado por él y para él”(Col 1,16). El prólogo del evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta Palabra “se ha hecho carne” (Jn 1,14). Uno de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera misteriosamente en el conjunto de la realidad natural» (LS 99).

El Hijo de Dios ha tomado nuestra condición humana, habitó entre nosotros, trabajo con sus manos, contemplo las maravillas de la creación de su Padre, pero no sólo sino que también «resucitado y glorioso, [está] presente en toda la creación con su señorío universal: “Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,19-20). Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue al Padre todas las cosas y “Dios sea todo en todos”(1 Co 15,28). De ese modo, las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que Él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa» (LS 100).


Dios quiere contar con los hombres

Esta salvación no es solamente una obra divina, «Dios, que quiere actuar con nosotros y contar con nuestra cooperación, también es capaz de sacar algún bien de los males que nosotros realizamos, porque “el Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables”. El de algún modo quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos estimulan a colaborar con el Creador» (LS 80). Esta idea es el núcleo del mensaje de esperanza que el Papa quiere enviar con la encíclica: «La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común», porque «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepintió de habernos creado» (LS 13).

Teniendo a Cristo como modelo del actuar del hombre (cfr. GS 24), y en especial del cristiano, el Papa propone «el ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz» (LS 82), que debe regir la «administración responsable», recordando que el “dominio” del hombre sobre lo creado debe tener en cuenta las palabras de Jesús: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande, sea el servidor» (Mt 20,25-26). De este modo las tareas –el estudio, la ciencia, la investigación, la tecnología, el trabajo manual, las labores domésticas – con las que el hombre responde al don divino de la creación, estarán siempre orientadas al servicio de todos los hombres.

Una nueva mirada

Una vez anunciado el Evangelio de la creación, el Papa, en el tercer capítulo, invita a «llegar a las raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino también las causas más profundas» (LS 15) de los problemas ambientales. Teniendo en cuenta todas las implicaciones que aporta la luz de la fe al cuidado de nuestra casa común, se pueden valorar mejor ciertos aspectos que están íntimamente relacionados con la «administración responsable» y que, al no estar orientados según una visión integral, han provocado y son causa de los problemas enunciados en el primer capítulo. El punto central se puede resumir en la frase: «no hay ecología sin una adecuada antropología» (LS 118). La tecnología, la ciencia, la investigación y la innovación, el trabajo, los problemas sociales, son cuestiones que tienen como protagonista al ser humano. La creciente preocupación por el medio ambiente en todo el mundo lleva a reconocer tanto la responsabilidad del hombre por los abusos que ha hecho del ambiente, como la necesidad que el hombre busque y proponga soluciones a los problemas ecológicos.

El Papa valora la importancia y la necesidad del desarrollo de la tecnología, las ciencias, etc., pero hace notar también las repercusiones negativas que éstas han tenido sobre el ambiente y la familia humana. La tecnología y las ciencias deben de reconocer un ámbito ético que las precede. La tecnología y la ciencia no son capaces de asegurar, por si mismas, el progreso, el aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores, porque la realidad, el bien y la verdad no brotan espontáneamente del poder tecnológico y económico. La historia ha demostrado «que “el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto”, porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia» (LS 105). El Papa invita a reflexionar sobre el desarrollo, a contemplarlo con “otra mirada”, que sea capaz de ver la conexión de éste con el desarrollo de la humanidad y el servicio que presta al mundo.

El buen uso de la tecnología y de las ciencias requiere un cambio en las personas, reconocer que «el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado» (LS 115).

La nueva mirada propone Francisco se puede resumir de este modo: «Cuando el pensamiento cristiano reclama un valor peculiar al ser humano por encima de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada persona humana, y así provoca el reconocimiento del otro. La apertura a un “tú” capaz de conocer, amar y dialogar sigue siendo la mayor nobleza de la persona humana. Por eso, para una adecuada relación con el mundo creado, no hace falta debilitar la dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su apertura al “Tú” divino. Porque no se puede proponer una relación con el ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios. Sería un individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante encierro en la inmanencia» (LS 119).

Tema central para una visión integral del empeño ecológico es el trabajo. «Si intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo que lo rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo, porque si hablamos sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta por el sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad. No hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la producción de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico» (LS 125). Cualquier forma de trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que del ser humano con el mundo, con los demás y con Dios.

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