martes, agosto 25, 2015


Ecología X
LA ECOLOGÍA ES LA FAMILIA  Por Antonio Porras

La familia es la célula básica de la sociedad, es la comunidad de vida y amor donde el hombre aprende a cuidar su casa y a los suyos.

Al hablar sobre el compromiso intergeneracional en el capítulo IV, Francisco plantea un interrogante: «¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? […] Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo, para qué vinimos a esta vida, para qué trabajamos y luchamos, para qué nos necesita esta tierra?» Preguntas fundamentales, que nos llevan a «advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra» (LS 160).

No basta con ofrecer repuestas para «crear una “ciudadanía ecológica”», tampoco bastan normas o leyes y un control efectivo de las mismas, si se quiere que se produzcan «efectos importantes y duraderos es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y reaccione desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico» (LS 211). Se requiere una tarea de educación, transformar la cultura para fomentar esas disposiciones.

Entre los diversos ámbitos educativos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis, etc. el Papa destaca «la importancia central de la familia, porque “es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida”. En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (LS 213).

Se trata de gestos “ecológicos” al alcance de la mano de todos, que alimentan «una pasión por el cuidado del mundo» (LS 216). El Papa muestra así la necesidad de una profunda conversión interior (LS 217), que requiere «examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones» (LS 218). La conversión implica «gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque nadie los vea o los reconozca […] También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde afuera sino desde adentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres». En consecuencia anima al «creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios “como un sacrificio vivo, santo y agradable” (Rm 12,1)» (LS 220).

Esta espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar de los bienes (cfr. LS 222). Entre las virtudes de este estilo de vida el Papa subraya la sobriedad, vivida con libertad y conciencia, y la humildad, esencial en la vida social. Estas virtudes no se llegan a desarrollar, «si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal» (LS 224).

La sobriedad y la humildad dan la «capacidad de convivencia y de comunión» (LS 228), de vivir el amor fraterno, de prescindir de lo nuestro de modo gratuito a favor de los otros, y ser conscientes «que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos» (LS 229). También facilitan valorar los «simples gestos cotidianos» que hacen la vida más llevadera. «El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor» (LS 331). Sólo así experimentaremos que «vale la pena pasar por este mundo» (LS 212).

Otro aspecto importante de este estilo de vida es la paz interior de las personas que «tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida» (LS 225). El Papa insiste sobre la importancia de una educación estética (LS 215), que permite abrirse a la belleza y amarla, pues la apertura a la belleza de la creación nos lleva a Dios, nos empuja a la contemplación, al crecimiento en la vida interior. El cristianismo no es una filosofía, es el encuentro con un Dios que “primerea”, creador de todo cuanto existe y es bueno. Esta convicción permite al cristiano tener «una actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después, que se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido» (LS 226).

Este estilo de vida «implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia “no debe ser fabricada sino descubierta, develada”» (LS 225). Y como seres creados que somos, también necesitamos el contacto físico para crecer en intimidad, de aquí que, el Papa dedique unos puntos a hablar de los Sacramentos, los cuales considera como «un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural» (LS 235). Destaca la Eucaristía por que «la gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia» (LS 236). Siguiendo por un plano inclinado el Papa nos introduce en el misterio de la Trinidad y nos hace desear el fin para el cual hemos sido creados: encontrarnos «cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12)» y contemplar con feliz admiración que el universo «participará con nosotros de la plenitud sin fin» (LS 243).

Este fin, más que apartarnos de nuestro compromiso con el ambiente, nos impulsa a «hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial» (LS 244).

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