miércoles, octubre 21, 2015

El cáncer de la individualidad
EL ARTE DEL BUEN ACOMPAÑAMIENTO

Acompañar a alguien es realmente un arte que exige de un esfuerzo personal y desinteresado del que quiere de verdad a una persona y sabe que esa dedicación es la mejor forma de aprovechar el tiempo.
El mundo relativista, infectado por los microbios del activismo y el consumismo inmoderado, motiva la indiferencia en el trato habitual entre seres humanos. No hay tiempo para atender a los demás. Cada uno persigue sus metas con el consiguiente deterioro de sus propias relaciones humanas.  Hoy se vive con la angustia del tiempo y de un modo individual, cada palo aguanta su vela. Es penoso ver personas desplazándose de un lugar a otro sin comunicarse con nadie.  Deambulan metidos en sus mundos virtuales, con unos audífonos que lo aíslan del contorno.

El crecimiento de la soledad
En los tiempos actuales la soledad de las personas ha aumentado considerablemente. Las grandes mayorías quieren paliar esa limitación con “la compañía” de aparatos electrónicos donde encuentran: juegos sofisticados, música impactante, y diversos programas interesantes para el entretenimiento.
No se dan cuenta que la excesiva dedicación a esa tecnología deteriora tremendamente la personalidad quitándole la capacidad para comunicarse con el prójimo en las relaciones humanas de paternidad, filiación y amistad auténtica.

Los acercamientos a través del mundo virtual son excesivamente pobres y, por lo general, nada edificantes. El usuario compulsivo de esos medios electrónicos suele ser un vicioso, y por lo tanto candidato para hacer desarreglos en su personalidad alterando su relación con el prójimo.

Con una dedicación excesiva al mundo virtual se pierde la oportunidad de una mejor realización como persona,  el usuario de marras suele quedarse bastante al margen del mundo cultural y de la profundidad intelectual del saber humano. Es fácil que navegue en el mundo virtual sin salir de lo superficial y con un escaso conocimiento de las personas con quienes debe interactuar. Los lenguajes melifluos se pierden en el ciberespacio y no aportan nada a las personas que lo utilizan. No existe la cercanía de las virtudes humanas para la transmisión de los valores entre las personas, todo se queda en una comunicación pasajera y muchas veces banal.

Los que están sumergidos en esos mundos a penas se dan cuenta del deterioro al que se están sometiendo. Esos espacios facilitan la metástasis de un cáncer silencioso que pronto acabará con ellos si no se detiene a tiempo. El hombre desprotegido queda expuesto a todos los peligros.



La inseguridad en las calles y en los hogares
La inseguridad que ha crecido en el mundo es la de las propias personas. No es, como se suele decir: falta de policías o de patrulleros. El peligroso es el hombre inseguro, tanto el agresivo como la víctima: los dos son inseguros.

Es evidente que existen sectores peligrosos que reclaman una constante vigilancia por parte de la policía, incluso se está pensando una posible participación de las fuerzas armadas para devolver a las calles la tranquilidad que está faltando. Las personas que quieren deambular sin angustias buscan un acompañamiento para protegerse de posibles agresiones.

El acompañamiento que se busca hoy es sobretodo de protección y en las relaciones afectivas es de posesión. En ambos casos estamos dentro del utilitarismo. Cuando el valor seguridad se coloca en primero lugar es índice de un exceso de agresividad entre los seres humanos. Es por eso que las personas exigen protección.

Lo mismo ocurre con la afectividad. Cuando falta amor entre las personas resalta el egoísmo y entonces las relaciones de enamoramiento son de amor posesivo (quiero a esa persona para mi) y ese querer va acompañado de una inseguridad (¿y si no dura?, ¿y si se va?…).  Esa actitud constante de inseguridad reclama protecciones. Y en vez de buscarla en las relaciones humanas virtuosas se busca en los sistemas y en los contratos con notarios y abogados. Se han multiplicado las cartas de garantía para asegurar una duración razonable de los compromisos.

Y si a todo esto se suma la soledad. La persona sola está perdida, puede caer en manos de cualquiera, para su desgracia. En muchos lugares del mundo las calles son peligrosas y a determinadas horas el peligro se multiplica. Existen zonas en las que no se puede transitar libremente y otras que exigen cupo si se quiere pasar tranquilamente por allí.

Pero también se encuentran solos los que no tienen el cariño de las personas que tiene ordenado su corazón. Ahora es urgente apostar por el orden del corazón de cada ser humano para que desaparezcan las agresiones, los lugares de violencia y el acoso.

El arte del buen acompañamiento
Hoy, más que nunca, hace falta el acompañamiento del que sabe querer con un corazón ordenado. La buena compañía del amigo que quiere el bien y sabe dar la mano es esencial para que desaparezca la corrupción y la violencia.
La nueva civilización del amor, anunciada por San Juan Pablo II, no es una utopía, está al alcance de todos y depende de las respuestas de cada uno.

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