viernes, octubre 24, 2008

Ética de la información

LA PERVERCIÓN DEL DIFAMADOR

Difamar no es informar

“quien llamare a su hermano fatuo, será reo del fuego del infierno” (Mat.5,22)


Estamos acostumbrados a ver la maldad humana a través de imágenes, audios, reportajes o comentarios que se hacen sobre los errores o inmoralidades de las personas. Las pruebas evidentes no dejan lugar a la duda para que todos opinemos que los implicados son corruptos o lastres sociales que merecen destitución y castigo.

Los autores de estos reportajes aparecen como valientes defensores de la verdad, moralistas que están prestando un honorable servicio a la sociedad al descubrir algunas situaciones de injusticia e inmoralidad que están destruyendo al país.

Quienes se dedican a estas investigaciones van creciendo de un modo considerable en número y en técnicas sofisticadas para penetrar el las esferas más íntimas de las personas y lograr resultados exitosos, con el beneficio consiguiente para el propio bolsillo.

Parece que ha crecido una exitosa actividad para vivir con cierta holgura: difamar para ganar caiga quien caiga (aunque sea inocente). Se embarra primero y después… que se defienda el que puede.

Pero suele ocurrir también que quienes intervienen en estas investigaciones no suelen ser personas de una reconocida probidad moral, no son ilustres doctores, ni notables con una respetable trayectoria profesional. No son personas deseosas de hacer el bien, sino avezados intrusos, que no les importa causar daño y destruir el honor y la dignidad de las personas.

Los que atacan, sistemáticamente, con una crítica mordaz y punzante, sacando al aire los errores y debilidades de los seres humanos, suelen ser peores y por lo tanto más inmorales que las personas que denuncian.

A toda esta jauría de denunciantes se suman quienes se autoproclaman sin más jueces de los demás y creen que tienen derecho a lanzar piedras porque vieron algo que no les pareció correcto.

Suelen pensar así quienes no creen en la rectitud de las personas, “cree el ladrón que todos son de su condición”, y actúan según el principio: “piensa mal y acertarás” . Se convierten en auténticos negociadores de la sospecha y actúan siempre con una agresividad oliscona.

La vida de una persona no son sus errores. Una persona que ha cometido errores muy graves puede haber tenido también muchos aciertos. No es justo que se magnifiquen sus errores y se silencien sus aciertos. Además cada persona tiene derecho a la comprensión y al perdón. Los asuntos negativos no se deben ventilar a la luz pública. A nadie le gusta que lo conozcan por el error que cometió.

Cuando se habla mal de alguien o se ponen a la luz pública sus errores, se comete una injusticia y, aunque sea verdad lo que se dice, se miente en cuanto a la persona; en cambio cuando se habla bien de alguien, porque es verdad, aunque sea algo muy pequeño, no se miente, ni en lo que se dice, ni en cuanto a la persona, (esa aseveración no denigra ni escandaliza).

Cada uno puede darse cuenta que su propia interioridad funciona muy bien (hay orden, armonía, buena memoria) cuando sus expresiones son consecuencia de un amor ordenado, que permite señalar con mucha paz, las cualidades y los aciertos de las personas y corregir los errores y desaciertos con las debidas cautelas, buscando siempre el bien de todos.

En cambio cuando falta amor se produce una alteración interna (fastidio, indignación, deseos de atacar), al ver los errores o defectos del prójimo; y surge, como un huaico imparable, de crítica, difamación y deseos de venganza.

Cada persona tiene que luchar para evitar el desorden interno que le lleve a la murmuración y crítica de los demás. Solo el amor ordenado permite descubrir tesoros de valor en las personas que motivan un lenguaje constructivo, optimista y lleno de paz.

Es distinto darle un micrófono o una cámara de televisión a una persona que ha luchado para tener orden en su corazón que dársela al que tiene conflictos internos y una trayectoria de desaciertos morales y afectivos.

Existe una moral profesional para quienes tienen el deber de cuidar la rectitud moral de las conductas y de los procedimientos humanos, dentro de la sociedad (Jueces, policías, psicólogos, educadores). Deben ser personas probas, que conozcan bien las limitaciones humanas y se comprometan a ser responsables y justos en sus actuaciones, respetando siempre la dignidad y el honor de los seres humanos.

“La caridad cristiana no se limita en socorrer al necesitado de bienes económicos; se dirige, antes que nada, a respetar y comprender a cada individuo en cuanto tal, en su intrínseca dignidad de hombre y de Hijo del Creador” (San Josemaría Escrivá, “Es Cristo que pasa” n. 72)

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