viernes, enero 15, 2010

El dolor y la alegría son expresiones de un amor elevado

LA FUERZA DE LA MELANCOLÍA


Pareciera que la clave del éxito del hombre actual estuviera en su capacidad de ser emprendedor, comunicativo y abierto a la relaciones humanas. Es el modelo que nos alcanza la sociedad contemporánea.

Todos desean que las personas sean expresivas y estén siempre alegres en el trato con los demás. Si encontramos una cara triste o seria nos parece que esa persona tiene problemas o alguna irregularidad en su personalidad que debería corregir. Lo mismo podríamos decir de las personas poco comunicativas.

Conforme avanzamos en la vida vamos variando nuestras nociones acerca de la alegría y la felicidad. En los primeros años nos fijamos más en las expresiones de gozo externas y después, si hemos alcanzado cierto grado de madurez, podremos captar la riqueza de la interioridad de las personas a través de expresiones que se acercan más a la melancolía que a la hilaridad.

Hemos querido subrayar de modo expreso la melancolía, porque podremos encontrar verdaderos tesoro en esas “minas” de la interioridad de ciertas personas valiosas que no brillan con el esplendor de los éxitos humanos de la competitividad o del argollismo, al contrario, por fuera parecen seres especiales, y hasta enigmáticos, que marcan una diferencia con el resto, sin que existan desprecios o timideces por parte de ellos; sin embargo, desde el fondo de su interioridad trascienden, poco a poco, los efectos de los altos ideales que se trazaron, para el bien de muchos, incluso de toda la humanidad.

Antes de avanzar en nuestro análisis quisiéramos hacer una distinción importante para advertir que existe también una melancolía enfermiza que se debe combatir y que la poseen algunas personas que han entrado en un estado de depresión y presentan en su aspecto una tristeza profunda y permanente que hace que no encuentren gusto en nada y permanezcan en un pesimismo constante. Estas personas, que no son pocas, necesitan ser aconsejadas y tal vez requieran de un tratamiento psiquiátrico, para que puedan salir de ese estado de limitación y angustia existencial.

Una vez hecha la aclaración continuemos con la fuerza de la melancolía de las personas que se han trazado altos ideales en la vida y se encuentran, por lo tanto, en un nivel distinto de los demás, sin que ellos se lo hayan propuesto. Los que no los entienden podrían pensar que éstos están “fabricando” una postura con la que estarían “castigando” o descalificando a los demás, y que en el fondo sería pura vanidad. (Es lo que ocurrió, por ejemplo, con algunos comentarios que surgieron en torno a la conducta del Padre Pío de Pietrelcina, que luego fue canonizado por el Papa Juan Pablo II).

Las personas que poseen un nivel alto de profundidad y que casi tocan, día a día, la realidad de la existencia humana, tienen también una escala de valores distinta del resto de los hombres y procuran vivir de acuerdo a ella. Tienen, por tanto, una fuerte unidad de vida, fundamentada en la realidad.

A diferencia de estas personas especiales, el hombre de a pie, común y corriente, va por la vida con unos ideales que están mediatizados por sus ambiciones humanas y por muchos factores de competividad a nivel familiar, profesional y social; hace lo que puede dentro de una maraña de dificultades y presiones, para salir, si puede, como triunfador, con la conquista de una medalla que a la larga resultaría efímera para él y tal vez para las demás personas de su contorno. Así pasan por la vida las grandes mayorías.

Los que viven el heroísmo de una existencia diferente (para salir del montón se requiere una buena dosis de heroísmo), tienen que asumir las exigencias de una respuesta sincera a la realidad (no inventan una existencia artificial. No se trata de una originalidad para llamar la atención). Son respuestas nobles a unos valores nobles y reales. Además hay que tener en cuenta que lo más rico del ser humano se cultiva en lo más profundo de la interioridad de cada persona y tiene, en todos los casos, una proyección valiosa y eficaz, para la mejora de la humanidad.

Sucede como en las minas. Lo que es más rico y profundo no suele estar en la superficie y a la vista de todos. Lo más valioso no suele tener el brillo de la artificialidad, de lo que está pintado o maquillado, de lo que parece por las formas arregladas. Es algo mucho más profundo que responde al sentido de la vida, y que se suele expresar con la fuerza de la melancolía de quien puede tocar esos tesoros y se convierte en un excelente repartidor de los mismos.

Aunque estemos tratando de las respuestas heroicas de unas pocas personas que lideran en este campo, la realidad de la melancolía buena surge de las profundidades de la naturaleza humana, cuando es cultivada convenientemente. Cuando el hombre responde bien a la realidad de su existencia y es profundamente honrado, es entonces cuando le duele el estado de los demás al percibir los errores y desviaciones de conductas o actuaciones humanas desafortunadas.

No es una actitud altanera de menosprecio o de resentimiento, de sentirse incomprendido. No se busca la comprensión, sino que los demás entiendan el sentido de sus vidas y la realidad de sus existencias (que vivan de acuerdo con la verdad). Esta es la motivación más fuerte.

El melancólico de ideales altos es un ser reflexivo que tiene diversos chips en el alma con temas vivos convertidos en grandes metas de asuntos humanos, que podrían parecer insuperables a la vista de la mayoría y que él está dispuesto a sacarlos adelante a pesar de percibir sus evidentes y grandes limitaciones personales. De allí la melancolía.

Percibir al mismo tiempo la pequeñez humana, propia y ajena, con todas sus limitaciones y la grandeza y cercanía de los valores eternos, produce en la persona buena un conflicto interior casi delirante. Se siente el dolor de las heridas sangrantes y la conciencia de apuntar a lo alto con la fuerza de la melancolía y la realidad de una ayuda superior que permite levantarse siempre con una gran esperanza, que también se transmite.

Es por eso que el desprecio de sí mismo es compatible con una acción de gracias constante. “Se va avanzando en medio de un mar donde se mezclan el dolor y la alegría, el camino y la contradicción. Los obstáculos se ven desde una plataforma de triunfo…es un canto a la esperanza desde la esperanza. Es un afán de conquista desde la conquista, sin que esto signifique coto o propiedad. Es más bien una amplitud ordenada desde una profunda unidad. .. Es un ir sin parar en una dirección concreta con el más estricto realismo para conquistar lo mejor desde lo mejor, para muchos… Es la presentación de unos regalos inmerecidos junto a una responsabilidad de dar más, que obliga a desentrañar del fondo del alma, no se sabe qué cultivo que sigue germinando sin parar.(vid. “Los cantos de sí a Dios” pág XV-XVI).


La melancolía de los santos

En este cuadro podemos situar a muchos santos que han influido en el mundo desde una aparente huida con un estado de constante reflexión y sumisión a un estilo de vida sobrio de riguroso ascetismo. El santo cura de Ars sufría al ver las cantinas, los bailes frívolos y el lenguaje vulgar de los habitantes de su pueblo. Logró combatirlos, a pesar de sentirse sin condiciones para la tarea que realizaba, presentando unos ideales espirituales que parecían inalcanzables. En unos años el pueblo había cambiado. Gracias a él subió el nivel social y económico de Ars, que todo el mundo terminó reconociendo.

Santa Rosa de Lima vivía entregada a la contemplación y el sacrificio en un cuadro de silencio y aparente soledad. Su fortaleza espiritual fue para la protección de los débiles y para la alegría de todos los que escogieron un camino similar. Enseñó a conquistar los valores más altos a través del sufrimiento y del dolor. No era una enferma mental, ni una persona con problemas, al contrario, su gran realismo y deseo de bien la convierten en una mujer tremendamente lúcida y de gran fortaleza espiritual. Tenía la fuerza de la melancolía.

A San Josemaría Escrivá le gustaba un sencillo poema donde veía reflejada su vida: mi vida es toda de amor y si en amor estoy ducho, es por causa del dolor, porque no hay amante mejor, que aquel que ha llorado mucho” Él distinguía entre la alegría del animal sano y la alegría del hijo de Dios que sabía llevar el peso de la Cruz con garbo. En la expresión de su rostro se reflejaba el dolor y la alegría, la fuerza de la melancolía, como en el rostro de Jesús.

Podemos terminar nuestro comentario fijándonos en el patético cuadro de Jesucristo en el huerto de los Olivos, cuando está rezando y sudando sangre antes de ser capturado por Judas y sus amigos. Todo lo que empieza a suceder a partir de allí refleja también la fuerza de la melancolía. Luego, Jesús va a dar la vida para traernos la felicidad. Esa es la finalidad. No es el dolor por el dolor, eso sería masoquismo. Es el dolor por el amor que nos hace libres y felices. Por eso San Pablo dice más adelante “Yo vivo, pero no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mi”

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