viernes, setiembre 17, 2010

Sobre los muertos las coronas

DEL BUENO EL RECUERDO Y DEL MALO EL OLVIDO


Para poder conocer bien a las personas la Sagrada Escritura enseña que: “todo árbol bueno da buenos frutos… todo árbol malo da malos frutos… por sus frutos los conocerán” dice categóricamente.

Aunque ahora a muchos no les guste, los libros Sagrados nos hablan de los buenos y de los malos, de los ángeles y de los demonios. Entonces decir que todos los hombres son buenos, puede ser un acto de cortesía o amabilidad pero no respondería a la realidad. Sería solo un buen deseo que todos tenemos. ¡Qué bueno que todos fueran buenos!

Decir que todos los hombres son malos tampoco es cierto, ni al hombre más malo de la tierra se le puede calificar como tal. Todos tenemos algo bueno, algo en qué destacar.

Está claro que a nosotros no nos toca juzgar a los demás, en cambio sí nos toca luchar para ser buenos. El pasaje de la Escritura está dirigido a cada uno. Cada uno tiene la responsabilidad de ser bueno y dar fruto.

Diferencias por la conducta

Sin que juzguemos las intenciones podremos ver que las personas son reconocidas por los demás de distintas maneras: unos son más queridos, más aceptados y más reconocidos que otros. A unos se les admira, a otros se les quiere y a otros se les rechaza. Existen, por mil motivos distintos, cercanías y lejanías, aceptaciones y rechazos.

Al margen de los modos de ser o de las cualidades que una persona pueda tener, se debe tener en cuenta que lo que se siembra se cosecha. Si se siembra amor se cosecha amor, si se siembra indiferencia se cosecha indiferencia, si se siembra odio se cosecha odio. Al final de la vida es cuando se nota mejor, a través de los frutos (cosecha), cómo era la persona.

El mal siempre estará presente en la vida de todas las personas. Todos somos pecadores: nos equivocamos, cometemos errores, damos mal ejemplo a los demás y tenemos que rectificar pidiendo perdón y volviendo nuevamente a recomenzar. El que lucha contra el mal es el que se hace bueno y podrá sembrar amor, para luego recoger una buena cosecha de amor. Al final de la vida es cuando mejor se comprueba si la cosecha fue buena o no.

El efecto multiplicador del bien

El bien siempre perdura, tiene calidad, es algo transmisible que produce un efecto multiplicador. Santo Tomás de Aquino decía: “el bien de por sí es difusivo” El bien de mayor calidad es el amor y es la mejor herencia que se puede dejar. Si se ha sembrado amor, tarde o temprano llegará la cosecha. La cosecha más segura y duradera es la del amor.

Un gran peligro para los hombres es no poder dejar una herencia de amor, por llevar una interioridad muy pobre o mediocre que transmitiría solo frialdad, mal humor, indiferencia o violencia. De esa manera solo se podría cosechar distancia y un desprestigio total como persona. Cuando esto sucede, llega la temible soledad.

Sobre el muerto las coronas

Cuando una persona muere se suelen recordar en los discursos los aspectos buenos y no se dice nada de los malos, tal vez por respeto y consideración con los deudos y por el momento difícil que pueden están pasando. Muchas veces sucede que cuando los seres queridos y las personas cercanas, que conocen bien al difunto, escuchan palabras de alabanza, falsas y artificiales, sufren doblemente, porque saben que no es verdad lo que se está diciendo.

Cuentan que un sacerdote estaba predicando una homilía junto al ataúd de un difunto en un velorio. La familia y las amistades escuchaban atentamente. El sacerdote después de hacer consideraciones sobre el evangelio que había leído, empezó a elogiar al difunto llenándolo de virtudes y explicando lo bueno que era. La mujer del finado sorprendida por lo que el sacerdote decía le dijo al hijo mayor que estaba a su lado: “acércate al cajón y ve si el que está dentro es tu papá” Los elogios que había hecho el Padre no correspondían a la vida del marido que ella conocía bien. Esta anécdota solo es comparable a otra donde una mujer al morir su marido le dijo a Dios en su oración: “recíbelo con la misma alegría con que te lo mando”

Las ironías de las anécdotas ponen luz sobre la realidad y nos hacen pensar en la justicia divina. Dios lo sabe todo. Las homilías y discursos que se hacen frente a los muertos, en los velorios o en los cementerios, pueden tocar los aspectos positivos de la vida del difunto, pero de ninguna manera pueden significar la aprobación de la vida de esa persona. Esto último es exclusivo de Dios.

Los sacerdotes nos podemos dar cuenta, cuando rezamos junto a los muertos, si el difunto estaba bien preparado o no. Una buena preparación se nota muchísimo en el ambiente del velorio, con los familiares allí presentes. Es realmente tonificante. El sacerdote sale feliz al notar la paz y serenidad en la familia de un difunto, que supo sembrar amor, con su vida, en la vida de los suyos.

En cambio cuando se trata de una persona que no hizo las cosas bien, el sacerdote se tiene que esforzar para elevar el nivel del ambiente hablando de la misericordia del Señor y de la conveniencia de aprovechar esa ocasión para acercarse a Dios de verdad y así poder ayudar al familiar difunto. Muchas veces el sacerdote sale con dolor de esos ambientes deprimidos donde falta la fe y no le queda más que rezar y tratar de convencer a los familiares para que descubran la oración.

Es una bonita experiencia comprobar que todos se acuerdan del bueno con agradecimiento. Vale la pena vivir bien, para morir bien, dejando una herencia de amor que nos permita conquistar el Cielo.

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