viernes, diciembre 17, 2010

Falta de brújula en los sistemas educativos

EDUCAR: ¿PARA TRIUNFAR O PARA SERVIR?

Hoy aparecen en los diarios y en la televisión abundantes propagandas sobre las calidades de las universidades, colegios, institutos y academias. Páginas a todo color y folletería de lujo. Muchas instituciones educativas se presentan de un modo impecable, ofreciendo a sus posibles alumnos el oro y el moro: la conquista de un status mejor, el ideal de un posesionamiento social de nivel, el éxito de una carrera universitaria y un liderazgo profesional en el mercado.

Quien mira las propuestas puede contemplar un maravilloso mundo de ofrecimientos y promesas al estilo de los programas políticos más influyentes o de las propagandas comerciales más persuasivas del mercado. Si bien es importante distinguir la calidad de las instituciones, porque hay grandes diferencias entre unas y otras, ahora quisiéramos poner la luz sobre las motivaciones, lo que se ofrece al alumnado, las metas que se deberían alcanzar para ser exitosos en la vida.

Lamentablemente la gran mayoría de ofrecimientos y motivaciones responden a un modo de ver la vida con una excesiva carga materialista y con ausencia de profundidad en los valores trascendentes, que son esenciales para el verdadero progreso de las personas.

Estos ofrecimientos de hoy, salvo honrosas excepciones, están cargados de motivaciones que inclinan la balanza hacia la conquista del beneficio personal, el gusto y la satisfacción de realizar en la vida lo que uno se propone para tener éxito.

El público que escucha las propagandas de las instituciones que ofrecen educación suele creer, al menos en un primer momento, todo lo que se promete para lograr las metas de la excelencia y el éxito. Hay más credulidad cuando los interesados son muchachos imberbes sin experiencia de la vida. Ese espacio de credulidad es hábilmente utilizado por las instituciones para su propio negocio, ofreciéndole al alumno las facilidades del caso para que ingrese y para que pueda llevar con éxito sus estudios.

La mayoría de los que empiezan, (cachimbos), sintiéndose triunfadores por haber ingresado, suelen vivir una luna de miel no muy prolongada. Sin embargo esas instituciones aprovechan también los fracasos para ofrecerles otras posibilidades de seguir adelante y así no perder al cliente. Siempre se apunta en la dirección del éxito y de la competividad.

Los alumnos que continúan sus estudios seguirán escuchando discursos sobre la excelencia, el liderazgo y el éxito, que los motiva a querer conseguir esas metas que se convierten en ideales para poder participar en el mercado vigente. A los más exitosos se les anima a sacrificar sus diversiones para decidirse por una de entrega más seria al mundo de la competividad y de la excelencia.

Lo que ocurre después podría ser algo semejante a lo que le pasa al automovilista que ingresa al tráfico de Lima; aunque lo haga con el firme propósito de manejar muy bien, poco a poco el sistema lo volverá agresivo, ambicioso, “mosca”, y a veces hasta tosco y grosero. Llega un momento en el que para sobresalir, tiene que pasar por encima los demás, aunque todas las reglas escritas le inviten al orden y al buen trato. La presión lo obliga a estar a la defensiva para no perder y entonces los demás se convierten en rivales o en temibles agresores. A la larga terminaría luchando contra los demás para poder sobrevivir. Las amabilidades serían solo medios para no contristar, o estrategias para persuadir y poder ganar. Para algunos es importante no caer mal y ser aceptados por la mayoría.

La competividad entre instituciones educativas les hace perder su finalidad

Los educadores vemos pasmados que este sesgo y deterioro se da en diversas instituciones educativas que, tal vez sin querer, se han ido mercantilizando y materializando. Afirman, de un modo teórico, lo que se debería hacer y terminan haciendo cosas distintas, que comprometen su finalidad. Los criterios sobre las virtudes y la moral se quedan para los discursos que adornan muy bien el marketing para la competencia, algo parecido a los adornos de Navidad en las tiendas. Lo que importa es el negocio y no el significado de fondo.

Hoy por hoy, muchos colegios y universidades quieren ser cabeza de grandes proyectos exitosos que sean rentables. Los temas formativos propios de le educación se estrellan con la trampa del triunfalismo protagónico de las instituciones que buscan competir con la educación para escalar puestos en el mercado. Todos quieren tener a los mejores y ganar espacios, se jactan continuamente de sus triunfos y se colocan en la lista de los más emblemáticos. La competencia ya no es para ser mejores sino para estar en el mercado. Hoy se le llama mejor al más exitoso y no al más bueno.

Al más bueno no se le llama porque le faltan grados de “malicia” para la competividad, para aceptar unas “reglas” del juego torcidas, para una suerte de viveza que utilice la trampa y la esconda. Pasar desapercibido para servir, sin buscar recompensa, no parece ser vocación de ninguno, en los ambientes de la competividad. Aunque parezca paradójico, también en educación se están arrojando serpentinas de carnaval con mensajes sugerentes que invitan al espectáculo mediático, al show, con mucho ruido y pocas nueces.

Hoy es fácil encontrarse a jovenzuelos que frisan los 30 años y oírles hablar de las mejores marcas y de los últimos negocios, y muchos de ellos haciendo reverencias a los mundos fantásticos de la ciencia-ficción donde señalan héroes exitosos, que son, salvo honrosas excepciones, gente desaliñada y sin criterio moral. Es un modo de estar en la luna que parece de nivel.

Es muy fácil hablar de educación cuando se la confunde con un negocio de competencia. Se pueden adquirir los conocimientos de sistemas educativos exitosos, e incluso optar por uno de ellos para sacar adelante una empresa educativa, pero con óptica mercantilista, la educación se transforma en una discreta capacitación o instrucción. Se pierde la formación de las personas para ser personas.

Lamentablemente muchas instituciones educativas se encuentran sumergidas en estas corrientes sesgadas que están llevando la educación al despeñadero. Contrasta lo que ofrecen las propagandas educativas con la realidad. El hombre de hoy no está educado está herido. La educación está en crisis. Todos se lamentan de estas carencias y deterioros.

Es fácil hablar de educación en el mercado y proyectarse a metas de competividad. Lo difícil es estar con los alumnos en el día a día y conducirlos bien, con dominio y llegada. Para conocer hay que estar. La educación es la única ciencia que no se puede enseñar sin el contacto profesor-alumno. Para formar al alumno como debe ser hay que estar con él, conocerlo y quererlo. No hay otro sistema. Y el tema principal de la educación es formar las virtudes y desarrollar las capacidades para que las personas puedan servir amando. Educar para el egoísmo es un contrasentido. El alumno debe ver en el profesor la persona buena que siempre está buscando lo mejor para ser bueno con los demás.

Es necesario que los sistemas educativos vigentes revisen sus metas y vean bien si las motivaciones que están ofreciendo corresponden realmente a la formación de sus alumnos.

Agradecemos sus comentarios

1 comentario:

Anónimo dijo...

La educacion se orienta dentro de un marco de mercado que la va desvalorizando con ofertas sobredimensionadas, para reencauzarla en el marco de servicio se debe orientar a una relacion personalizada que valore altamente en respeto y florecimiento de capacidades del educado.