viernes, abril 15, 2011

En los mundos donde reina la indiferencia (escaso amor al prójimo)

EL CASTIGO POR LOS ODIOS (la impertinencia de la soberbia)

Cuando crecen los odios la indiferencia se extiende. Preocupa solo lo que enciende la ira, mientras los resentimientos se estancan apuntando siempre a lo mismo. Las mismas peroratas expresadas como argumentos buscan acomodarse en los códigos y reglamentos, para que parezcan legales, y así persuadir a la gente para que piensen que es correcto ese modo de proceder.

Castigar con odio en el corazón y utilizar la ley para justificar, o blanquear, una actuación, es inmoral desde todo punto de vista. Se llama venganza. El odio no debe existir en el corazón del hombre.

A cada uno le toca cuidar su corazón para que no aniden en él resentimientos que lo hagan reaccionar con ira y lo conviertan en un castigador vengativo con juicios, bruscos e hirientes que salen de una lengua viperina, que ataca siempre a sus adversarios y no quiere comprenderlos

El soberbio además suele ser una persona indiferente para lo que sea ajeno a sus propios intereses. Piensa tanto en él que se cree la divina pomada, y no percibe el error más grande que posee: no luchar contra su propia soberbia.

La ausencia de un razonamiento coherente en el soberbio se debe a la presencia terquedades, que se estancan en la cabeza impidiendo una reflexión serena, para luego proyectarse en voluntarismos que defienden caprichos y rechazan lo que se ve como una contradicción para las propias ideas o gustos personales. Es la cerrazón de no querer aceptar, de ninguna manera, otros puntos de vista.

Las consecuencias del alejamiento de la verdad

La persona que se aleja de la verdad, termina construyendo otra artificial con sus odios y resentimientos. Se vuelve en un disforzado y terco para que prevalezcan sus propias convicciones, que las ha formado más con el hígado que con la cabeza, a base de rechazos sistemáticos a la verdad. Es más, la verdad le produce escozor.

La verdad es la que debe marcar los lineamientos de la vida de todas las personas. La falta de tolerancia y comprensión con ella, termina en una rebeldía hiriente, venenosa y nada coherente, que ciega al hombre de tal manera que lo hace incapaz de reconocer los logros o frutos de los otros (cuando no piensan como él) y lo motiva para exagerar defectos ajenos: satanizar y nunca perdonar. El soberbio quisiera aplastar a su adversario y quitarlo de su camino. La desgracia del rival sería un triunfo que lo llena de alegría.

La inteligencia más lúcida se atrofia con una soberbia desmedida que solo puede causar destrozos y conflictos entre las personas (muchas peleas a lo largo de la vida). Al soberbio le parece que lo que piensa es coherente y sensato y no percibe que su conducta altanera y vanidosa le anula la capacidad para conocer la realidad y tener sensibilidad por los intereses verdaderos del prójimo. Al soberbio solo le inquieta lo que toca a sus propios intereses, todo lo demás le trae sin cuidado.

Los golpes de la vida que ayudan a descubrir la verdad

Cuando de pronto viene una tragedia o un fracaso la gente suele decir: “¡es un castigo de Dios!” y se agrega la pregunta “¿en qué he fallado?” Dios no castiga como nosotros creemos, Él no es vengativo. Lo que hace, por amor a nosotros, es permitir situaciones que nos hagan reflexionar para que conozcamos la verdad.

Cuando muere Jesucristo, el viernes santo, el cielo se oscurece y se produce un terremoto. Es entonces cuando se oye decir a sus verdugos: “¡En verdad éste era Hijo de Dios!” (Mt. 27,54).

Quienes antes se ensañaban con sadismo, golpeando con todo furor al Hijo de Dios y se creían dueños del poder y de la verdad, ahora se veían totalmente disminuidos y llenos de temor. Después de muchas mentiras, los acontecimientos les hicieron decir la primera verdad con una conducta distinta, que los pinta como son: hombres llenos de miedo e inseguridad, que antes se creían seguros, atacando vilmente al que traía la paz y la seguridad.

Esas conductas temerosas representan al hombre que descubre la verdad después de haber actuado con barbarie y con una cerrazón brutal, quizá amparado en la opinión de la mayoría. Es el hombre que empieza a darse cuenta que debe ingresar por la vía del perdón, sin tener otra alternativa distinta. Tenía que ingresar por la puerta de la humildad, que es la verdad, y reconocer al que trae para la humanidad la paz y la auténtica seguridad.

Jesucristo había sido víctima de muchos poderosos y emblemáticos que lo llamaron corrupto, embustero y amigo de gente de mal vivir. Buscaron pruebas para acusarlo y como no las encontraban, las inventaron retorciendo sus palabras y la honestidad de su vida.

Jesucristo se encontró con un Herodes lujurioso y vanidoso, un rey liberal que no soportaba competencias y por eso lo mandó matar organizando una gran persecución. Más tarde se encontrará con las principales autoridades que hicieron un consenso entre ellas para que la sentencia se de con todas las de la ley y se apoyaron en el poder mediático de la época, para que la gente, engañada por ellos, pudiera gritar: “¡crucifícale, crucifícale…!”

La soberbia humana de los hombres de hoy repite esos burdos procedimientos rechazando la verdad con argucias que mueven los sentimientos de las mayorías para que protesten y con la desinformación, propagada por ellos mismos, crean que la verdad está al lado de una promesa de comodidad y placer, con el compromiso “moral” de castigar sin perdón al que señalan como enemigo y agresor. Eso es lo que hicieron con Jesucristo y hoy continúan haciéndolo.

¿Cuál es nuestra postura y nuestra situación? ¿Vivimos bajo el influjo de un ambiente mediatizado que nos oculta la verdad y nos señala un camino construido con el odio y la venganza, o buscamos a toda costa la verdad que nos hará libres?

Que nuestro compromiso con Dios nos haga vivir una Semana Santa con la coherencia que nos pide el sentido cristiano de la vida, que es abrazar la Cruz de Cristo con valentía y amor. Ser amigos de la verdad y no dejar que en nuestro corazón hayan odios y resentimientos.

Agradecemos sus comentarios

1 comentario:

Carmen Rosa P. de Viale dijo...

PARA LOS PERUANOS EN ESTOS ULTIMOS DIAS DE CUARESMA

Cuaresma es el tiempo de conversión del corazón.
Cuaresma es el tiempo de regreso a Dios.
Esto tendría que inquietarnos para ver si efectivamente estamos regresando a Él no solamente las cosas que Él nos ha dado, sino si nosotros mismos estamos regresando a Dios.
Y ese regresar a Dios, es volver a poner a Dios en el centro de la vida.
En estos tiempos de mucha inquietud deberíamos exigirnos adherirnos al UNICO en quien de veras se puede confiar.

No hemos olvidado de ser un pueblo orante y nos estamos convirtiendo en un pueblo orate! Aun podemos evitarlo, pongámonos en sus manos.