jueves, octubre 06, 2011

Persuasión o imposición

AUTORIDAD & AUTORITARISMO

Son autoridades los que gobiernan o ejercen un mando. La autoridad es una forma de dominación que exige o pide la obediencia de los gobernados. Sin obediencia, no existe la autoridad. Al que tiene el mando (potestad) se le debe obedecer.

La autoridad es necesaria para educar y formar a los seres humanos, ordenándolos y guiándolos con pautas claras para que puedan desempeñar diferentes roles dentro de la sociedad, con el cumplimiento de las leyes establecidas para el bien común y el bien individual de las personas.

Etimológicamente, "autoridad" viene del latín auctoritas, cuya raíz es augere, que significa aumentar, promover, hacer progresar, e indica algo que se agrega al poder. Se aplica también al prestigio moral de una persona.

¿Y qué le agrega la autoridad al poder? Le agrega razones, conocimientos, ilustraciones, experiencias, sugerencias, persuasiones, para encontrar la verdad y el bien; da indicaciones para que se cumplan las leyes y para defender el orden. Quien tiene autoridad sabe unir a las personas.

Lamentablemente asistimos a una profunda crisis de autoridad en el mundo entero. Los mismos que la reclaman, se rebelan contra ella porque no saben diferenciar la autoridad del "autoritarismo".

La caricatura de la autoridad: el autoritarismo

El autoritarismo es la negación de la autoridad de quien abusa de su potestad; es la vanidad del que se cree poderoso y busca aprovecharse de un poder que ha obtenido para beneficio propio y de sus allegados. La persona autoritaria genera fácilmente un tráfico de influencias para conseguir prebendas y con su voz de mando impone criterios dogmáticos en asuntos que son opinables. Es fácil que una persona autoritaria desprecie y maltrate a los inferiores, impidiéndoles con un personalismo irritante, que se desenvuelvan con soltura y libremente.

La apetencia y la búsqueda del poder es propia de personas autoritarias que convocan a partidarios para ofrecerles sustanciosas ganancias en contacto con fuentes de influencia. No suelen ser personas con un espíritu de servicio desinteresado, sino allegados a un líder que los tiene sujetos con promesas de beneficio personal para ser cómplices de una repartija. También pueden presentarse como una fuerza de choque de voluntaristas que, con una obediencia obcecada, defienden, a como de lugar, intereses partidarios.

Una persona autoritaria no suele reunirse con personas competentes y honradas sino con las que puede hacer “política” (acuerdos para obtener beneficios mutuos). Se llena de seguidores de su misma cuerda (todos buscan un trozo de la torta que se reparte).

El autoritario suele ser utilitarista con las personas que trabaja, (solo ve cómo puede aprovecharse de alguien, si es útil para lo que él quiere). Al autoritario no le importa mentir con tal de ganar; manipula a la gente para que lo apoyen, exagera y solventa a las masas causando desunión y peleas para eliminar a los que ve peligrosos para sus intereses. Suele ver a sus adversarios como enemigos que hay que derrotar.

Autoridad y potestad

Es importante para nuestro análisis hacer una distinción entre la autoridad y la potestad. El primer término tiene que ver con el prestigio de la persona y el segundo con el puesto que tiene. Un padre de familia tiene potestad por ser cabeza de la familia pero tendrá autoridad solo si ejerce bien su potestad. Lo mismo podríamos decir de cualquier persona que tenga un cargo.

No basta que un padre de familia le diga a su hijo: “¡tú debes obedecerme porque soy tu padre!” cuando habla así puede estar ejerciendo su potestad pero no necesariamente tiene autoridad. La autoridad es un prestigio frente a los hijos.

Hoy a nivel familiar, se encuentra cuestionada la autoridad paterna, y esta crisis afecta en primer lugar a los padres mismos y luego a toda la familia. La familia para caminar necesita de una cabeza que la guíe de un modo razonable y convincente. No hay autoridad paterna sin convicciones, sin ideales, sin vocación.

La persona con autoridad se gana a la gente con el ejemplo de una vida recta y con convicciones serias. El autoritario, en cambio, al manipular con artilugios y engañifas: ofreciendo dinero o algún regalo, prometiendo poder o fama a quienes busca convencer, etc., no tiene prestigio y pierde como autoridad. Si es padre de familia chantajeará a sus hijos : yo te doy ahora para que tú me des después. No los sabrá educar con una auténtica libertad y sin buscar nada para él.

Cuando el hijo percibe en su padre arbitrariedad, falta de convicciones, o intereses egoístas y frívolos, puede contagiarse con los mismos microbios y entonces buscará “negociar” con él para “sacarle” todo lo que pueda. Si no es así, lo natural será la rebeldía. La paternidad, la filiación y el respeto se rompen en ambientes donde campea el autoritarismo.

¿Cómo se puede exigir que los hijos respeten a sus padres si éstos han perdido la autoridad frente a ellos por tener una conducta desordenada o irregular? Los padres temerosos no se atreven a corregir. Prefieren el silencio. Entonces se arma un círculo vicioso: padres atados de manos para corregir a unos hijos convertidos en tiranos y autoritarios, que también están buscando el “poder” y la autonomía, con el disfraz de aceptar solo argumentos convincentes, de acuerdo a sus propios “criterios”

Ni la familia ni la escuela pueden ser democráticas

Es un error dejar que los niños y jóvenes se formen sin conocer las leyes morales que deben regular sus conductas. Es necesario que quieran y respeten una autoridad: los padres en la casa y los maestros en la escuela. Fomentar una democracia en la casa o en la escuela es un error de consideración, que tendrá luego consecuencias fatales para la formación de las personas.

Educar para la democracia no es lo mismo que establecer una democracia para educar: Conseguir que las personas tengan sus propias convicciones y que respeten las de los demás es consecuencia de una formación sólida que procede de una autoridad con prestigio. El aprecio, la confianza y la amistad se deberían dar en una relación normal con la autoridad de los padres y maestros. No es lógico que un niño o adolescente en formación ponga en tela de juicio los criterios que recibe de la autoridad sus padres o maestros. Si la autoridad se equivoca no son los niños quienes deben advertirlo.

Es de muy buen criterio y de sentido común darle siempre la razón a los padres y maestros en el ejercicio de su potestad y nunca desautorizarlos delante de los niños o jóvenes. Existen otras instancias para ayudar a los padres y a las demás autoridades en el ejercicio correcto de sus potestades.

Transmisión de valores

En nuestra sociedad relativista parece que pensar en la verdad es ya "autoritario". Pero, sin embargo, hoy más que nunca necesita la sociedad, y en especial los jóvenes, personas que, habiendo descubierto un valor, estén dispuestos a dar su vida por él. «Sólo vale la pena vivir por aquello que vale la pena morir.» Es esta convicción, esta fortaleza que surge de la adhesión generosa y desinteresada a un sentido que nos trasciende, lo que nos permite superar el nihilismo y ser verdaderos signos de que la vida merece ser vivida. Por supuesto que "convicción" no implica necesariamente "intolerancia".

Es verdad que se han cometido muchos atropellos en nombre de las propias convicciones pero también es verdad la urgente necesidad de generar adhesión, de despertar admiración, de transmitir valores y entusiasmo. No se debe "conquistar" a los hijos haciéndoles la vida "más fácil", dejándolos hacer lo que les plazca. Ellos captan de inmediato que si todo se puede es porque nada vale.

La paternidad exige, en primer lugar, tener profundas convicciones respecto de lo que es el hombre y lo que debe ser la educación. De las convicciones y ejemplos de una prestigiosa autoridad se nutrirán los hijos que necesita la sociedad. Ellos sabrán agradecer con el tiempo a quienes asumieron un rol indelegable y supieron conducirlos hacia el ejercicio pleno de su libertad.

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