viernes, noviembre 11, 2011

El mundo interior del verdadero hincha

LA SALUD DE LA HINCHADA

Cuando estábamos en el colegio los sacerdotes y los maestros nos enseñaban los gritos característicos para hacer barras a nuestros equipos: “¡jip, jip, jip, hurra, hurra, hurra!, “¡un latigazo por aquí, chajuí…un latigazo por allá, chajuá, chajuí, chajuá….!”, y gritando hasta la afonía pretendíamos ganarle a la otra barra que buscaba corear más fuerte que nosotros. Eran situaciones de competencia y alegría que nos entusiasmaban y nos hacían felices al margen de cómo quedaran los equipos en competencia.

Los que pudimos participar en alguna contienda deportiva recordamos que las barras que nos hacían desde el público nos llenaban de optimismo y de un sano coraje para vencer el partido.

Cuando asistíamos al estadio nacional para ver los partidos solía estar el famoso pecoso Ramírez, que dirigía las barras de todo el estadio con el arte y la disciplina del que sabe persuadir a las masas. Era tal el ambiente de entusiasmo por corear a favor del equipo, que se involucraba hasta el más apático. Todo era muy grato y saludable.

La corrupción de las barras

Cuando los hinchas de ayer vemos las barras bravas de hoy nos entra una amarga indignación. Es como si se hubieran colado delincuentes en nuestra propia casa, que aunque estén a favor de nuestro equipo, no los queremos, “no me defiendas compadre” con esos modos burdos, sucios y brutales.

Que alegría nos daba acudir al estadio con nuestra familia para ver los partidos en ambientes emotivos pero totalmente sanos, donde también se comía, como en los circos, palomitas de maíz, chocolates y alguna gaseosa. El que estaba con más hambre podía encontrar un pan con chicharrón, o a la salida del estadio los famosos anticuchos calientitos.

Las barras bravas que originan ambientes animalescos, con trogloditas de caras pintadas y tatuajes, que dan rienda suelta a sus instintos y pasiones, es un atraso considerable que causa indignación y protesta.

El conocimiento y las pasiones del verdadero hincha (un mundo interior intenso)

Todas las personas tenemos pasiones. Si están orientadas hacia el bien serán buenas y aceptables. Da gusto ver una persona que es hincha acérrimo de su equipo. Lo que no son hinchas pueden tener dificultades para entender las euforias de un hincha. Se puede decir que ser hincha de un equipo le aporta a la persona el poder desarrollar su capacidad de querer y de defender lo que se quiere. Forma parte de una realidad cultural que no se puede soslayar bajo ningún aspecto y que constituye también una tradición con un peso significativo y legítimo.

Ser hincha no es darle prioridad a la actividad deportiva, es conocer con la inteligencia las excelencias que se encierran en las pasiones deportivas, que son motivaciones válidas para vibrar, exultar y unir a las personas contagiadas con los mismos sentimientos de adhesión, que son en definitiva de amor.

La profesionalidad del deportista y del hincha

Para un tenista o para un saltador de garrocha es muy importante el silencio para poder concentrarse. El hincha que entiende el espíritu deportivo guardará el más estricto silencio y disfrutará viendo la concentración y el esfuerzo del deportista que admira.

Cuando un hincha está viendo un partido en el estadio, o a través de la televisión, tiene una psicología de concentración donde se juntan, al mismo tiempo, una fuerte admiración de cualidades, que percibe con unos buenos grados de pasión, que lo capacitan estar en los detalles, defendiendo con una simpática vehemencia, sus ideales deportivos, o la camiseta del equipo preferido, con verdadero cariño. Son enfoques subjetivos que tienen fundamento en la realidad. El hincha adversario verá con buenos ojos a su rival y comprenderá muy bien sus vehemencias pasionales dentro de un juego que tiene esas connotaciones. Todo se da dentro del marco de un juego que divierte.

Al que no es hincha le costará entender los movimientos y expresiones de la hinchada, además le puede parecer ridícula o exagerada la conducta del hincha acérrimo. El que no entiende demasiado las competencias deportivas suele vivir en un mundo distinto y a veces quiere acentuar una exagerada indiferencia para que quede claro que no le interesa nada. Esa actitud negativa podría alejarlo de los entusiastas hinchas que vibran con el equipo de su preferencia. Siempre serán poco atinadas las criticas contra las aficiones deportivas hechas por quienes no les gusta el deporte.

Está claro que hay asuntos más importantes que tratar y que el deporte no puede colocarse en el primer lugar. Si han ocurrido problemas por las hinchadas desbocadas habrá que buscar las soluciones adecuadas para corregir esos errores. La solución no será nunca caricaturizar el deporte o burlarse de los deportistas o de los hinchas, como si esas conducta fueran un atraso social que se debe superar.

Si el mundo está revuelto y enfermo es porque el hombre se ha alejado de los valores. Esta crisis entra también en el ámbito deportivo donde también hay bastante corrupción, tanto en los dirigentes como en los hinchas y en los mismos jugadores.

Hoy también es necesario recuperar el deporte y sus disciplinas para lograr una sociedad más ordenada y solidaria. La rectitud y honradez del deportista es la base para su competividad. Nadie debe encontrar en el deporte un medio para obtener un beneficio personal desordenado, al contrario, el buen deportista es el que está entregando siempre más de sí y gozando constantemente de su propia generosidad.

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