jueves, noviembre 24, 2011

La contemplación del último respiro (al terminar el mes de los difuntos)

JUNTO AL QUE SE VA A MORIR

Todos nos vamos a morir sin embargo vivimos como si ese momento no fuera a llegar. No nos gusta pensar en la muerte y cuando lo hacemos nos llenamos de miedo e incertidumbre. Acostumbramos a leer en los periódicos o a escuchar en los noticieros de la televisión las muertes que ocurren en el mundo, algunas catastróficas y otras inesperadas y vemos que alrededor de cada muerto hay personas, su entorno familiar o sus amistades, con diversas reacciones y filosofías de vida.

Estar al lado del que se va a morir no deja de sorprender y estremecer a cualquiera, es un recuerdo que no se borra así no más, muchos evaden esas situaciones y prefieren recordar a sus familiares y amigos con una imagen de los mejores momentos de su existencia. Pueden no darse cuenta que esos instantes, junto al umbral de la muerte de alguien que está por partir, son esenciales para entender lo más profundo de la vida.

Un recuerdo entrañable

Tuve la dicha de estar al lado de mi padre cuando dio el último respiro y luego se apagó como una velita que deja de dar luz. Con una gran paz nos dejó con la esperanza de volvernos a ver en unos años. Mientras contemplaba su rostro, en esos primeros instantes de su deceso, mil pensamientos, estremecidos por la emoción inevitable del momento, pasaban por mi mente mezclados con las oraciones de petición pronunciadas con una fe que quería aumentar. En esos momentos me invadían muchos recuerdos, pensaba si estaría encontrándose con Dios, o si estaría dando cuenta de su vida, también pensaba cómo reaccionarían los demás al enterarse del fallecimiento, y de lo que habría que hacer después…

Traigo a colación estos recuerdos para centrar el tema de nuestro análisis en esos momentos que podemos vivir junto a un ser querido que se muere. Quisiera extender esos instantes a los días previos a la partida definitiva que constituyen el último tramo de la vida, para unos más largos que para otros.

El tiempo que no se supo aprovechar (al lado del que está por partir)

La velocidad y la prisa de los tiempos juegan en contra para la valoración de esos momentos de compañía al ser querido que está por partir. Alguna vez se oye el consejo de un padre a su hijo adolescente que suena como manotazo de ahogado: “anda a visitar a tu abuelo porque ya no lo vas a ver más”. El chico que no está acostumbrado a tratar con su abuelo porque no lo ve habitualmente, escucha y entiende que tiene por delante un deber que le cuesta, tal vez mirará al abuelo con un sentimiento herido y con ganas de que todo pase rápido para salir de esa incomodidad. Todavía no está en capacidad de valorar los espacios de los últimos momentos de la existencia en la tierra de un ser querido.

Pero antes que el nieto están los hijos y cuando éstos son padres y también mayores, suelen estar enganchados en los trajines de una modernidad desordenada, tratando de hacer compatibles sus correrías con la búsqueda espacios para estar al lado del ser querido que se está muriendo. Suelen tener conciencia de ese deber y luchan por estar allí. Lo trágico es cuando no se dan cuenta del sentido que tienen esos momentos finales, para ellos y para el que se va. Cuando todo ocurre rápido las conciencias no podrían justificar las omisiones de esos espacios para estar con el ser querido que se muere, con la realidad del escaso tiempo que se tiene. Es como el que llega tarde y busca justificarse con el tráfico “que es infernal”. Es verdad que el tráfico es terrible, pero….

Las relaciones humanas en el umbral de la muerte

Para otras personas los nerviosismos y las correrías podrían convertirse en una especie de cortina de humo para llevar esas situaciones sin mayores compromisos y apremios, con una sensación de prisa que sería más bien de huída. Hoy muchos están acostumbrados a huir de las cosas costosas y procuran adornarlo bien para que no parezca una falta.

Se podría decir que las situaciones más corrientes fluctúan entre dos extremos: el de un cumplidito al enfermo que ya no está en condiciones de conversar y luego…a salir corriendo, y el de la angustia sentimental de estar allí al lado, bloqueado con el excesivo cansancio que trae la pena de esa situación. Son dos limitaciones que impiden aprovechar ese tiempo de oro para el ser querido y para sus deudos.

Para el que se está muriendo, si tiene fe, se dará cuenta que esos momentos, antes de partir, son muy buenos para que se den, en la medida de lo posible, las mejores relaciones humanas con sus seres queridos y amistades. Hay personas que lo hacen muy bien. Sin embargo hay que tener en cuenta que el que se está muriendo padece grandes limitaciones y entonces son los seres queridos quienes deben procurar que esos momentos sean muy buenos para todos.

Si en la vida se festejan los cumpleaños y los grandes acontecimientos de las personas, al final de la vida, cuando se acerca el gran acontecimiento de la vida eterna, el ser querido que va a partir, se debería ir también con la fe y el cariño de los suyos, que en ese momento estarían a su lado enteros y con excelentes disposiciones para darle la mejor de las despedidas. No es que haya que hacer nada extraordinario, solo la conciencia de lo que está pasando en la realidad y de lo que se viene después. Es un espíritu de fe y esperanza del que pueden participar todos: grandes y chicos, los hijos, los nietos, las amistades, etc.

Los cuidados paliativos en el umbral de la muerte no se reducen a los aspectos físicos y medicinales para aliviarle el dolor al enfermo. La calidad de vida se teje también con las relaciones humanas de calidad por parte de los seres queridos y las amistades que son conscientes de esos momentos delicados y llenos de contenido. Es un esfuerzo de todos para despedir al que se va con un hasta luego lleno de esperanza y amor.

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