Combatir al peor enemigo
EL
DESIERTO DEL YO
Caminar en un desierto
debe ser sofocante y angustiante, donde el espejismo del agua es una falsa
esperanza que termina en frustración. Así le pasa al hombre que se deja llevar
por su propio yo en el camino de la vida.
El yo es más peligroso
de lo que parece. Hacerlo crecer lleva a la ruina y a la destrucción de uno
mismo y de los demás. Si algo hay que custodiar para no perder la seguridad
personal y social es el yo. Al yo se le controla y se le combate con la propia
voluntad.
Es necesario que la
voluntad, unida íntimamente al querer,
frene los ímpetus del yo tirano que quiere mandar y poseer, buscando que todo
gire en torno a la propia individualidad. El querer debe estar ordenado para
que la voluntad funcione, porque sino ésta se pierde. Una persona sin voluntad
o con una voluntad débil está perdida, tiene inseguridad, se llena de dudas y
desánimos. Es entonces cuando se cierra en sí misma, para desgracia suya, optando por la indiferencia (no quiere saber nada con nadie) o por
una intervención hiriente (atropella y
maltrata donde interviene).
Cuando no se combate el yo se corrompe la voluntad
La corrupción de la
voluntad es la corrupción del querer. Es la peor corrupción que puede existir
porque afecta lo más íntimo de la persona, lo que es indispensable para la
armonía en las relaciones humanas.
Una persona con la
voluntad dañada hiere, ataca, rechaza,
no puede controlarse y se llena de confusión. Si no se corrige vivirá adornando
la mentira para que se vea simpática y así justificar su conducta. Afirmará que lo que dice es lo correcto
y que los demás se equivocan, juzgará drásticamente a las personas
calificándolas de agresivas y mal intencionadas, exagerando la nota.
Será una persona con secreteos
y medias verdades que no dice claramente lo que tiene dentro porque le avergüenza
o porque ve que no posee los
argumentos suficientes. Su pobre interioridad la conduce al pesimismo y puede ser que a la
depresión; en ese estado su yo reclama con urgencia autoestima, quiere salir de
la pesadumbre a toda costa, buscando los “paños calientes” de una falsa
comprensión y exagerando la nota para llamar la atención. El mayor negocio del
mundo es comprar a las personas por lo que valen y venderlas por lo que se
creen que valen. La vanidad es una mentira muy cara sobre la valía personal y
solo conduce al desierto.
La ayuda de los demás para combatir al yo
La única manera de
combatir al yo es con una fuerte voluntad. Solo se puede conseguir cuando se
deja intervenir en la propia vida a personas cercanas que saben amar y por lo
tanto pueden corregir.
El primero corrige es
Dios, que nos envía a su Hijo Jesucristo (funda
la Iglesia e instituye los sacramentos). Jesucristo dice: “Yo corrijo y reprendo a los que amo”. Allí
se encuentra la fuerza para la voluntad.
Jesucristo afirma con su prédica la realidad del hombre pecador que necesita corregirse para poder
estar cerca de Dios y de los demás.
Los padres y la
familia, son instrumentos de Jesucristo, para que el hombre pueda corregirse y
no dejar que el yo se desvíe y destroce el camino que lleva a la felicidad. Los
seres queridos colaboran con los medios necesarios para el hombre pueda combatir
el yo y ganar en humildad.
La Iglesia fundada por
Jesucristo como arca de salvación nos entrega un medio esencial para corregirnos: el sacramento del perdón.
Para acudir a él nos enseña que somos pecadores, culpables de nuestras faltas y
debemos pedir perdón. Así empezamos a combatir el yo.
La humildad es la
verdad. Es reconocer lo poco que somos y al mismo tiempo reconocer la grandeza
de los medios, que recibimos de los que
nos quieren, para reforzar nuestra voluntad y poder amar con libertad.
Gracias a lo que recibimos podemos amar. Ese es el amor que nos hace libres y
felices de verdad.
Con la virtud de la
humildad podemos aplastar diariamente al yo para que no salga y no cauce
destrozos. Ese dominio es fundamental para que las relaciones humanas sean
armoniosas.
Las personas que
tienen su yo descontrolado sufren las consecuencias de la soberbia: se calientan, se pelean, se llenan de
resentimientos, viven heridas y a la larga se quedan sin nada, lo pierden todo y aunque vivan
muchos años, si no combaten al yo, solo podrán comprobar que están en el desierto,
perdidos con una gran soledad.
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