viernes, agosto 09, 2013


Combatir al peor enemigo
EL DESIERTO DEL YO

Caminar en un desierto debe ser sofocante y angustiante, donde el espejismo del agua es una falsa esperanza que termina en frustración. Así le pasa al hombre que se deja llevar por su propio yo en el camino de la vida.

El yo es más peligroso de lo que parece. Hacerlo crecer lleva a la ruina y a la destrucción de uno mismo y de los demás. Si algo hay que custodiar para no perder la seguridad personal y social es el yo. Al yo se le controla y se le combate con la propia voluntad.

Es necesario que la voluntad, unida íntimamente al querer, frene los ímpetus del yo tirano que quiere mandar y poseer, buscando que todo gire en torno a la propia individualidad. El querer debe estar ordenado para que la voluntad funcione, porque sino ésta se pierde. Una persona sin voluntad o con una voluntad débil está perdida, tiene inseguridad, se llena de dudas y desánimos. Es entonces cuando se cierra en sí misma, para desgracia suya, optando por la indiferencia (no quiere saber nada con nadie) o por una intervención hiriente (atropella y maltrata donde interviene).


Cuando no se combate el yo se corrompe la voluntad
La corrupción de la voluntad es la corrupción del querer. Es la peor corrupción que puede existir porque afecta lo más íntimo de la persona, lo que es indispensable para la armonía en las relaciones humanas.

Una persona con la voluntad dañada hiere, ataca, rechaza, no puede controlarse y se llena de confusión. Si no se corrige vivirá adornando la mentira para que se vea simpática y así justificar su conducta.  Afirmará que lo que dice es lo correcto y que los demás se equivocan, juzgará drásticamente a las personas calificándolas de agresivas y mal intencionadas, exagerando la nota.

Será una persona con secreteos y medias verdades que no dice claramente lo que tiene dentro porque le avergüenza o  porque ve que no posee los argumentos suficientes. Su pobre interioridad la conduce  al pesimismo y puede ser que a la depresión; en ese estado su yo reclama con urgencia autoestima, quiere salir de la pesadumbre a toda costa, buscando los “paños calientes” de una falsa comprensión y exagerando la nota para llamar la atención. El mayor negocio del mundo es comprar a las personas por lo que valen y venderlas por lo que se creen que valen. La vanidad es una mentira muy cara sobre la valía personal y solo conduce al desierto.

La ayuda de los demás para combatir al yo
La única manera de combatir al yo es con una fuerte voluntad. Solo se puede conseguir cuando se deja intervenir en la propia vida a personas cercanas que saben amar y por lo tanto pueden corregir.

El primero corrige es Dios, que nos envía a su Hijo Jesucristo (funda la Iglesia e instituye los sacramentos).  Jesucristo dice: “Yo corrijo y reprendo a los que amo”. Allí se encuentra la fuerza para la voluntad.  Jesucristo afirma con su prédica la realidad del hombre pecador  que necesita corregirse para poder estar cerca de Dios y de los demás.

Los padres y la familia, son instrumentos de Jesucristo, para que el hombre pueda corregirse y no dejar que el yo se desvíe y destroce el camino que lleva a la felicidad. Los seres queridos colaboran con los medios necesarios para el hombre pueda combatir el yo y ganar en humildad.

La Iglesia fundada por Jesucristo como arca de salvación nos entrega un  medio esencial para corregirnos: el sacramento del perdón. Para acudir a él nos enseña que somos pecadores, culpables de nuestras faltas y debemos pedir perdón. Así empezamos a combatir el yo.

La humildad es la verdad. Es reconocer lo poco que somos y al mismo tiempo reconocer la grandeza de los medios, que recibimos de los que nos quieren, para reforzar nuestra voluntad y poder amar con libertad. Gracias a lo que recibimos podemos amar. Ese es el amor que nos hace libres y felices de verdad.

Con la virtud de la humildad podemos aplastar diariamente al yo para que no salga y no cauce destrozos. Ese dominio es fundamental para que las relaciones humanas sean armoniosas.

Las personas que tienen su yo descontrolado sufren las consecuencias de la soberbia: se calientan, se pelean, se llenan de resentimientos, viven heridas y  a la larga se quedan sin nada, lo pierden todo y aunque vivan muchos años, si no combaten al yo, solo podrán comprobar que están en el desierto, perdidos con una gran soledad.

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