viernes, agosto 30, 2013


LA POLTRONA DEL RELATIVISTA
La nueva civilización del siglo XXI trae como personaje central al relativista que se ha ido deslizando hacia un status que a primera vista parece cómodo y tranquilo, pero conforme pasa el tiempo, cuando las cosas se le van complicando de una manera inesperada, e incluso sorpresiva, no sabe qué hacer, y puede caer en una severa depresión.
Además resulta que relativistas son miles o millones de personas que, aunque no se lo crean, no han conquistado un nuevo sistema de vida sino que se han deslizado o se han dejado caer en una especie de estuche, o trinchera, donde les parece estar seguros. Su lema podría ser: evitar compromisos y no complicarse la vida.
Quienes tienen cierta solvencia económica (muchos se han visto privados de ella) pueden sentarse en una poltrona para descansar oyendo música y saboreando unas chelitas o un buen wisky de etiqueta, solos o acompañados.  Suelen ser personas que procurarán limitar al máximo sus responsabilidades para tener “tiempo libre”, pensando que tienen libertad cuando pueden hacer lo que le da la gana con su tiempo sin mayores compromisos. Se cuidan de no quedarse atados, ni con nadie ni con nada, para disfrutar de las bondades que, por ahora, les da una acariciada “independencia” que poco a poco se ira convirtiendo en soledad, que puede ser incluso grata en sus inicios, pero después ya no.
El relativista de marras, por la presión social, se vería obligado a renunciar a ciertos criterios que responderían a la moral objetiva, (la que marca las diferencias entre el bien y el mal); y si los tiene, no quisiera manifestarlos externamente, prefiere guardárselos para no contristar, porque así podría parecer abierto y tolerante con todas las personas, sin hacerse problemas para respetar las distintas opciones de vida que elijan. Por este motivo, hace feo a las censuras o a intervenciones en la vida de otros; suele estar contra la violencia, aunque puede gustarle películas de acción con muchas balas y sangre, o las noticias amarillas de los diarios que cuentan historias escabrosas.
La mayor parte de relativistas son  de aquellas personas que viven criticando conductas  de los que a su criterio se portan mal, pero no hacen nada para corregirlas; siguen en su inacción buscando siempre lo más cómodo, lo que creen que es “seguro” y lo placentero.
Es lógico que tengan temor de aconsejar a sus hijos y a sus amigos, para no parecer intolerantes o impositivos. Prefieren callar y no decir nada hasta que llega el día en que explotan y rompen hasta lo más sagrado, luego lloran sobre la leche derramada sin que se llegue a ninguna solución que indique una conquista de algo mejor.
Generalmente se observa en sus vidas, de un modo casi habitual: deslizamientos y caídas por asuntos banales, huidas de compromisos y deberes, separaciones por preferir ir por cuenta propia, inacciones: lavarse las manos y no sentirse comprometidos, permisivismo: dejar que cada uno haga lo que quiera, dar una imagen de “tolerancia”, junto a desánimos o desesperaciones; dejar que crezca una bola de nieve y se junte con otras, para hacer un alud, que caerá causando estragos.
Algunos de estos relativistas, para tranquilizar sus conciencias, dicen que en política son   partidarios de las izquierdas, unos porque está de moda y otros porque creen que la “preocupación social”, que dicen tener, (muy sesgada por cierto), es el auténtico amor al prójimo que reclama el cristianismo, sin entender lo que es y significa la Iglesia en el mundo, ni la prédica de la verdad que hace Jesucristo y que luego encargará a sus sucesores para difundirla por todas partes.
Dicen aceptar todas las opiniones y la propia la dogmatizan otorgando siempre, en un ambiente de permisivismo liberal, una patente de corzo para que sus hijos actúen sin complejos, tragándose el miedo para no quedar mal ni con ellos, ni con el consenso general de  la época. Prefieren no hablar de los temas espinosos y dejar que cada uno haga lo que le parezca. Su irresponsabilidad es tan grande como su cobardía. Después vienen las consecuencias.
La permisividad como mentalidad expulsa al responsable que quiere arreglar las cosas y al mismo tiempo aumenta el desorden con la informalidad  generándose una situación de caos y abandono. Todo se vuelve desagradable y para no reconocer los propios errores se le echa la culpa a lo formal y a lo ordenado, a las leyes que señalan el camino correcto.  
Con esta mentalidad es fácil  sumergirse en la mentira, y quedar impregnados por ella perdiendo la noción de lo real y sin otra opción que huir hacia lo placentero, que suelen ser las diversiones a todo meter. El exceso de diversiones es como la droga para huir de una realidad caótica y desagradable.
Desde los años 60 ha ido creciendo en el mundo un proceso de descomposición moral que ataca fundamentalmente a la familia y crea una multiplicación de situaciones de infidelidad y rupturas de compromisos como si fuera lo más normal del mundo y no pasara nada.  La gente la pasa muy mal.
Los que han nacido después de los 60 han tenido una presión social con fuertes ofertas de materialismo que ha influido en sus vidas al punto de estar convencidos de tener necesidad, ellos y todos, de buenos espacios para la diversión, o dicho en otras palabras: les parece que todo debe ser divertido y piensan que de no ser así se caería en un aburrimiento existencial.
Esta mentalidad ha ingresado incluso en algunos programas educativos, y la sustentan algunos psicólogos, que piensan más en contentar a sus clientes y así resolver sus problemas, que en el conocimiento real de la antropología del ser humano, que llevaría a decirles la verdad y no engañarles con una “solución” de escaso tiempo. Quienes caen en los efectos del relativismo contemporáneo podrían estar incapacitados para entender el amor al sacrificio y a la cruz de los cristianos. Amor auténtico que les hace perseverar siendo fieles a sus compromisos. Allí está la clave para lograr auténtica felicidad que se busca.
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