La distorsión
fatal del amor
LOS
PARRICIDIOS DE HOY
Muchos
dicen que hoy se ven cosas horribles que no se veían antes: los coches bombas de oriente que matan a
cientos, algunos estudiantes en occidente que ametrallan en una universidad,
violadores que encierran a sus víctimas durante años, las barras bravas que
destrozan lo que encuentran en el camino, los hombres que golpean y matan a sus
esposas, los terroristas que asesinan sin piedad, los abortos que se cometen en
todo el mundo, los suicidios de los deprimidos y los hijos que matan a sus
padres.
El
mundo de la modernidad y del progreso tecnológico no deja de ser también el de
la maldad y el de la inseguridad. El veneno de la malicia embrutece al
hombre llenándolo de odio e ira,
lo vapulea de tal modo que lo hace capaz de cometer, en un minuto, el crimen más abominable. No hace falta un prontuario
de delincuencia, el más pintado, el que nunca hizo nada y que aparentemente
parece muy normal, podría ser un terrible y peligroso asesino.
Las consecuencias de la
falta de amor
Algunos
dicen que se trata de casos especiales y de enfermos mentales. Los educadores, que estamos en contacto con las familias y
los jóvenes, decimos que estos desarreglos suceden cuando falta amor en la
familia y por el influjo social enfermizo cargado de porquerías (borracheras, sexo, drogas) y violencia.
Es
cierto que en todas las ciudades hay zonas intransitables y muy peligrosas.
También hay países y ciudades donde la violencia está a la orden del día. En
esos lugares las estadísticas señalan, incluso
cada semana, altos índices de criminalidad. En las mismas estadísticas se
puede constatar, cada vez con más
frecuencia, la violencia familiar, con personas, no necesariamente con trastornos mentales, que son causa, en su propia familia, de angustias,
temores y de una gran inseguridad. También se puede afirmar que algunas
enfermedades mentales se originan en esas situaciones de presión y de miedo,
donde el amor está ausente.
Cuando
alguien mata a un pariente lo primero que piensa la colectividad es que el
autor del crimen es un demente con alteraciones psicológicas que debe ser
tratado por un psiquiatra. Los medios de comunicación siempre alarman con el
escándalo y fomentan la indignación y el temor de la población. Es verdad que
esos actos criminales indignan y atemorizan a cualquiera, sobre todo a quienes
no viven dentro de esas situaciones de barbarie, pero lamentablemente los
crímenes, dentro de la misma familia,
se están multiplicando.
Lo
tremendo es cuando las grandes mayorías saben, aunque hagan el ademán de escandalizarse, que estos desarreglos los
puede tener cualquiera y que es milagroso que no ocurran con más frecuencia. Si se hicieran estadísticas de
las personas que han estado a punto de matar a un familiar, se nos pondría la piel de gallina del susto. Se puede
afirmar que las grandes mayorías caminan en el umbral de la criminalidad, algunos con grandes equilibrios, para no
caer en situaciones dramáticas de consecuencias lamentables.
Es
fácil advertir que en muchos hogares ya no existe una vida de familia de
personas que se quieran de verdad y manifiesten su cariño externamente. Hay
casas vacías, sin vida, que están
todo el día abandonadas, porque quienes viven allí están en diversos
compromisos sociales, lejos de la familia.
Cada
vez son más los que viven independientes, incluso
es su propia casa, suelen estar habitualmente aislados en sus cuartos, metidos en sus cosas; cruzan sus
familiares un ralo saludo con una sonrisa gastada y nada más. Así pueden pasar
años. Otros se fueron de la casa y no participan nunca en las reuniones
familiares, porque se pelearon un día o porque desean una independencia total.
También existen hogares con personas lesionadas que viven heridas, aisladas en sus problemas y descomponiéndose con una triste soledad. Otras, en cambio,
viven creando, en su propia casa, un
ambiente hostil y desagradable que se hace insoportable para los demás.
Cuando
desaparece el amor familiar intenso en una casa, las personas se tuercen y poco
a poco se van desencadenando una serie de conflictos que ponen en peligro la
estabilidad social. Las primeras heridas se producen en el mismo hogar alterando
las conductas de los miembros de esa familia con unas rivalidades y mecanismos
de defensa originales, que proyectan un cuadro familiar penoso, donde no hay
entendimientos entre unos y otros. Es una suerte de “guerra fría” donde todos se mantienen cogidos por un hilo que en cualquier
momento se puede romper, y cuando
ocurre, se da inicio a una guerra sin cuartel de indiferencias y odios que clama al cielo.
Son
esas situaciones en las que cada uno empieza a defender lo suyo, con una
vehemencia cerril. La rivalidad entre hermanos puede llevarlos a desencadenar
una guerra a muerte con odios y venganzas que duran toda la vida. A lo largo de
la historia han sido frecuentes los casos de príncipes que mataban a sus padres
para heredar sus reinos, lo vemos también en algunas empresas familiares cuando
el dinero está de por medio. La codicia por los bienes materiales puede crear
esas horribles rivalidades que originan en el hogar distancias o peleas
mortales entre unos y otros.
Valgan
para nuestra reflexión las palabras de Jesucristo en el evangelio de san Lucas:
“¿Piensan
ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a
traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán
divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre
contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera
contra la suegra" (luc, 12, 50-52)
Las contradicciones que tuvo Jesucristo
en su paso por la tierra las van a tener también sus discípulos. Él vino a
sembrar la paz y el amor y recibió a cambio el odio y la calumnia.
Con esa persistente siembra de amor, en medio de adversidades y persecuciones,
Jesucristo consigue, con la Iglesia
fundada por Él, que los hombres sean libres para alcanzar la felicidad
total en el Reino de los Cielos. Aunque muchos se porten mal, siempre hay un
Dios que continúa haciendo la Redención. Un Dios que perdona y que es
misericordioso.
Todos pueden adquirir esa libertad si se
arrepienten de sus pecados, también los parricidas. Recemos con la Iglesia,
dentro de la comunión de los santos, por la conversión y salvación de los
pecadores.
Agradecemos
sus comentarios.
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