viernes, noviembre 15, 2013


La distorsión fatal del amor
LOS PARRICIDIOS DE HOY
Muchos dicen que hoy se ven cosas horribles que no se veían antes: los coches bombas de oriente que matan a cientos, algunos estudiantes en occidente que ametrallan en una universidad, violadores que encierran a sus víctimas durante años, las barras bravas que destrozan lo que encuentran en el camino, los hombres que golpean y matan a sus esposas, los terroristas que asesinan sin piedad, los abortos que se cometen en todo el mundo, los suicidios de los deprimidos y los hijos que matan a sus padres.
El mundo de la modernidad y del progreso tecnológico no deja de ser también el de la maldad y el de la inseguridad. El veneno de la malicia embrutece al hombre  llenándolo de odio e ira, lo vapulea de tal modo que lo hace capaz de cometer, en un minuto, el crimen más abominable. No hace falta un prontuario de delincuencia, el más pintado, el que nunca hizo nada y que aparentemente parece muy normal, podría ser un terrible y peligroso asesino.

Las consecuencias de la falta de amor
Algunos dicen que se trata de casos especiales y de enfermos mentales. Los educadores, que estamos en contacto con las familias y los jóvenes, decimos que estos desarreglos suceden cuando falta amor en la familia y por el influjo social enfermizo cargado de porquerías (borracheras, sexo, drogas) y violencia.
Es cierto que en todas las ciudades hay zonas intransitables y muy peligrosas. También hay países y ciudades donde la violencia está a la orden del día. En esos lugares las estadísticas señalan, incluso cada semana, altos índices de criminalidad. En las mismas estadísticas se puede constatar, cada vez con más frecuencia, la violencia familiar, con personas, no necesariamente con trastornos mentales, que son causa, en su propia familia, de angustias, temores y de una gran inseguridad. También se puede afirmar que algunas enfermedades mentales se originan en esas situaciones de presión y de miedo, donde el amor está ausente.
Cuando alguien mata a un pariente lo primero que piensa la colectividad es que el autor del crimen es un demente con alteraciones psicológicas que debe ser tratado por un psiquiatra. Los medios de comunicación siempre alarman con el escándalo y fomentan la indignación y el temor de la población. Es verdad que esos actos criminales indignan y atemorizan a cualquiera, sobre todo a quienes no viven dentro de esas situaciones de barbarie, pero lamentablemente los crímenes, dentro de la misma familia, se están multiplicando.
Lo tremendo es cuando las grandes mayorías saben, aunque hagan el ademán de escandalizarse, que estos desarreglos los puede tener cualquiera y que es milagroso que  no ocurran con más frecuencia. Si se hicieran estadísticas de las personas que han estado a punto de matar a un familiar, se nos pondría la piel de gallina del susto. Se puede afirmar que las grandes mayorías caminan en el umbral de la criminalidad,  algunos con grandes equilibrios, para no caer en situaciones dramáticas de consecuencias lamentables.
Es fácil advertir que en muchos hogares ya no existe una vida de familia de personas que se quieran de verdad y manifiesten su cariño externamente. Hay casas vacías, sin vida, que están todo el día abandonadas, porque quienes viven allí están en diversos compromisos sociales, lejos de la familia.
Cada vez son más los que viven independientes, incluso es su propia casa, suelen estar habitualmente aislados en sus cuartos, metidos en sus cosas; cruzan sus familiares un ralo saludo con una sonrisa gastada y nada más. Así pueden pasar años. Otros se fueron de la casa y no participan nunca en las reuniones familiares, porque se pelearon un día o porque desean una independencia total. También existen hogares con personas lesionadas que viven heridas, aisladas en  sus problemas  y  descomponiéndose con una triste soledad. Otras, en cambio, viven creando, en su propia casa, un ambiente hostil y desagradable que se hace insoportable para los demás.
Cuando desaparece el amor familiar intenso en una casa, las personas se tuercen y poco a poco se van desencadenando una serie de conflictos que ponen en peligro la estabilidad social. Las primeras heridas se producen en el mismo hogar alterando las conductas de los miembros de esa familia con unas rivalidades y mecanismos de defensa originales, que proyectan un cuadro familiar penoso, donde no hay entendimientos entre unos y otros. Es una suerte de “guerra fría” donde todos se mantienen cogidos por un hilo que en cualquier momento se  puede romper, y cuando ocurre, se da inicio a una guerra sin cuartel de indiferencias y odios que clama al cielo.   
Son esas situaciones en las que cada uno empieza a defender lo suyo, con una vehemencia cerril. La rivalidad entre hermanos puede llevarlos a desencadenar una guerra a muerte con odios y venganzas que duran toda la vida. A lo largo de la historia han sido frecuentes los casos de príncipes que mataban a sus padres para heredar sus reinos, lo vemos también en algunas empresas familiares cuando el dinero está de por medio. La codicia por los bienes materiales puede crear esas horribles rivalidades que originan en el hogar distancias o peleas mortales entre unos y otros.
Valgan para nuestra reflexión las palabras de Jesucristo en el evangelio de san Lucas:
“¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:  el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra" (luc, 12, 50-52)
Las contradicciones que tuvo Jesucristo en su paso por la tierra las van a tener también sus discípulos. Él vino a sembrar la paz y el amor y recibió a cambio el odio y la calumnia.
Con esa persistente siembra de amor, en medio de adversidades y persecuciones, Jesucristo consigue, con la Iglesia fundada por Él, que los hombres sean libres para alcanzar la felicidad total en el Reino de los Cielos. Aunque muchos se porten mal, siempre hay un Dios que continúa haciendo la Redención. Un Dios que perdona y que es misericordioso.
Todos pueden adquirir esa libertad si se arrepienten de sus pecados, también los parricidas. Recemos con la Iglesia, dentro de la comunión de los santos, por la conversión y salvación de los pecadores.
Agradecemos sus comentarios.


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