jueves, noviembre 07, 2013


La esperanza de Noviembre   (mes de los difuntos)
TRABAJAR PARA LOS QUE VIENEN CON LA GLORIA DE LOS QUE SE FUERON
La vida es un constante cambio que nos incluye. Somos aves de paso que debemos dejar algo valioso que continúe. El éxito de nuestra vida en la tierra es el poder darle gloria a Dios con nuestra existencia. Para este objetivo recibimos la herencia de un tesoro espiritual de incalculable valor, que solo los que saben amar lo pueden encontrar y apreciar. Si somos aptos para recibir este magnífico legado, tendremos también facultades para  hacerlo crecer y lograr que continúe su andadura para que llegue a miles, con la misma calidad y valor que posee. Esta apreciada mercancía no tiene nada que ver con la economía ni con nada material. Permanece en el corazón de los que la reciben, aunque la entreguen íntegra a los demás, con las diversas manifestaciones del cariño humano.
Un grato recuerdo de antaño
Era un día de sol radiante del ferragosto italiano, la temperatura llegaba a 40 grados, salíamos por las tardes a regar miles de pinos enanitos (20 cm) de la casa de retiro. Sudábamos la gota gorda con la incomodidad de los tábanos que se multiplicaban a esas horas, tal vez por el bullir de la sangre en nuestras venas juveniles. Mientras nos encontrábamos en esas fatigosas faenas, un día pasó San Josemaría Escrivá y nos dijo: de la sombra de estos pinos que vosotros regáis van a gozar los que vengan después” Han pasado los años y  ahora la casa tiene una gran pineta con árboles frondosos y muy altos. Quienes están allí, en los meses de verano, escapan del calor, gozando de la sombra de esos gigantescos pinos, y así pueden contemplar cómodamente los bellos paisajes del Abruzzo italiano.
Una herencia de amor
No se trata de los árboles altos ni del viento fresco de los Alpes, se trata de la siembra de amor de unos chicos que regábamos la plantita inerme pensando en los muchachos del futuro que se encontrarían la sombra que los cobija y los protege de las inclemencias del clima.
Era el amor para los que vienen después, para los que nos van a sustituir, para los que van a ocupar nuestros puestos, para los que van a continuar la labor que pudimos hacer con nuestro esfuerzo.
Esto se cumple cuando somos conscientes de que nosotros no empezamos las cosas, fueron otros, los que nos precedieron e hicieron lo posible, para que gocemos en el presente. Comprobar que podemos gozar es signo de haber recibido amor. Fuimos amados por otros y debemos continuar amando a otros, sin pensar en nosotros.
Es así como surge la motivación principal: conocer de dónde venimos y quiénes fueron los que, con su trabajo, sacrificio y esfuerzo, hicieron posible nuestro gozo.  Cuando nos ponemos a investigar el pasado no tardamos en  descubrir verdaderos derroches de amor que nos llegan limpios. Un amor dirigido a nuestra individualidad, aunque  a alguno le pueda parecer que se encuentra solo y olvidado o piensa que alguien lo maltrata, o lo maltrató en el pasado.  Si no se ve esa rica herencia de amor, es por un exceso de amor propio que ciega. Toda persona, aunque no le parezca, ha sido muy querida.
También las envidias y rivalidades de otros impiden ver el cariño de los que verdaderamente nos quieren. Estos últimos pueden ser familiares o personas lejanas que se han portado ¡tan bien! que su influjo llega a lo más íntimo de nuestro ser, como un tesoro de infinito valor. Puede ser que a esas personas las encontremos al estudiar la historia de los que nos precedieron. No importan los años o siglos que pasaron.
Si sabemos amar de verdad, experimentamos en carne propia,  que la gloria de los que se fueron es nuestro gozo en el presente. Gloria que solo la podemos declarar nosotros, cuando apreciamos el amor y sentimos  automáticamente el gozo.
Glorias compradas y glorias reales
La gloria humana de los prestigios señalados por los hombres en el mundo de la competitividad no le llega ni al tobillo a la gloria alcanzada por una herencia noble de amor.  Qué fácil resulta hoy comprar una gloria con el poder del dinero y colocarse en un status prestigioso cara a los que miran las cosas con intereses particulares o de grupo.
Cuando se trata de la gloria real observamos que el amor se cultiva y se descubre. Se cultiva cuando no se busca amor sino amar. Es entonces cuando se descubre el amor de los que nos aman, allí está la herencia. Se descubre porque el que ama no nos pone en las narices su obra para que le hagamos un homenaje. Al contrario, para nosotros puede pasar desapercibida, incluso muchos años, aunque su influjo en nuestra vida haya sido considerable. Es un amor que penetra en nuestra interioridad con mucha más fuerza de la que nos podíamos imaginar.
Algunas veces los padres mueren antes de ver el fruto del amor que sembraron en sus hijos. En la tierra sufrieron por ellos y luego el en cielo gozan con Dios del fruto de lo que sembraron. Los hijos conversos viven con la esperanza de encontrarse con sus padres en el cielo y gastan los años que les quedan en una continua acción de gracias, venerando la gloria de sus progenitores.
La alegría de ser sustituidos por los que amamos
Cuando durante la vida  gozamos de las oportunidades que tenemos en nuestros trabajos y actividades, debemos agradecer a los que nos precedieron y al mismo tiempo preparar bien a los que nos van a sustituir.
También la experiencia nos hace ver que gozamos de lo que tenemos cuando se lo pasamos a los que vienen después, de un modo generoso y gratuito. El querer que los otros tengan las oportunidades y los gozos que nosotros tuvimos, es una actitud noble que enriquece el corazón y mejora cien por ciento las relaciones con el prójimo.
Vale la pena trabajar, con la gloria real de los que se fueron, para transmitirla a los que vienen después. Lograr una sucesión de amor, marcada por la sangre que nos hace hijos de Dios. Transmitir a los demás los tesoros que nos dieron, para que gocen del valor de esa herencia de amor. Ellos, luego harán lo mismo, con los que vienen después.

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