La esperanza de
Noviembre (mes de los difuntos)
TRABAJAR
PARA LOS QUE VIENEN CON LA GLORIA DE LOS QUE SE FUERON
La
vida es un constante cambio que nos incluye. Somos aves de paso que debemos dejar algo valioso que continúe. El éxito
de nuestra vida en la tierra es el poder darle gloria a Dios con nuestra
existencia. Para este objetivo recibimos la herencia de un tesoro espiritual de
incalculable valor, que solo los que saben amar lo pueden encontrar y apreciar.
Si somos aptos para recibir este magnífico legado, tendremos también facultades
para hacerlo crecer y lograr que continúe
su andadura para que llegue a miles, con la misma calidad y valor que posee.
Esta apreciada mercancía no tiene nada que ver con la economía ni con nada material.
Permanece en el corazón de los que la reciben, aunque la entreguen íntegra a
los demás, con las diversas manifestaciones del cariño humano.
Un grato recuerdo de antaño
Era
un día de sol radiante del ferragosto
italiano, la temperatura llegaba a 40 grados, salíamos por las tardes a regar
miles de pinos enanitos (20
cm) de la casa de retiro.
Sudábamos la gota gorda con la incomodidad de los tábanos que se multiplicaban
a esas horas, tal vez por el bullir de la sangre en nuestras venas juveniles.
Mientras nos encontrábamos en esas fatigosas faenas, un día pasó San Josemaría
Escrivá y nos dijo: “de la sombra de estos pinos que vosotros regáis van a gozar los que
vengan después” Han pasado los años y ahora la casa tiene una gran pineta con árboles frondosos y muy altos. Quienes están allí, en
los meses de verano, escapan del calor, gozando de la sombra de esos
gigantescos pinos, y así pueden contemplar cómodamente los bellos paisajes del Abruzzo italiano.
Una herencia de amor
No
se trata de los árboles altos ni del viento fresco de los Alpes, se trata de la
siembra de amor de unos chicos que regábamos la plantita inerme pensando en los
muchachos del futuro que se encontrarían la sombra que los cobija y los protege
de las inclemencias del clima.
Era el amor para los que
vienen después, para los que nos van a sustituir, para los que van a ocupar
nuestros puestos, para los que van a continuar la labor que pudimos hacer con
nuestro esfuerzo.
Esto
se cumple cuando somos conscientes de que nosotros no empezamos las cosas,
fueron otros, los que nos precedieron e
hicieron lo posible, para que gocemos en el presente. Comprobar que podemos
gozar es signo de haber recibido amor. Fuimos amados por otros y debemos
continuar amando a otros, sin pensar en nosotros.
Es
así como surge la motivación principal: conocer de dónde venimos y quiénes
fueron los que, con su trabajo,
sacrificio y esfuerzo, hicieron posible nuestro gozo. Cuando nos ponemos a investigar el pasado
no tardamos en descubrir
verdaderos derroches de amor que nos llegan limpios. Un amor dirigido a nuestra
individualidad, aunque a alguno le
pueda parecer que se encuentra solo y olvidado o piensa que alguien lo maltrata,
o lo maltrató en el pasado. Si no
se ve esa rica herencia de amor, es por un exceso de amor propio que ciega.
Toda persona, aunque no le parezca,
ha sido muy querida.
También
las envidias y rivalidades de otros impiden ver el cariño de los que
verdaderamente nos quieren. Estos últimos pueden ser familiares o personas
lejanas que se han portado ¡tan bien!
que su influjo llega a lo más íntimo de nuestro ser, como un tesoro de infinito
valor. Puede ser que a esas personas las encontremos al estudiar la historia de
los que nos precedieron. No importan los años o siglos que pasaron.
Si
sabemos amar de verdad, experimentamos en carne
propia, que la gloria de los que se fueron es
nuestro gozo en el presente. Gloria que solo la podemos declarar nosotros,
cuando apreciamos el amor y sentimos automáticamente el gozo.
Glorias compradas y glorias
reales
La
gloria humana de los prestigios señalados por los hombres en el mundo de la
competitividad no le llega ni al tobillo a
la gloria alcanzada por una herencia noble de amor. Qué fácil resulta hoy comprar una gloria con el poder del
dinero y colocarse en un status
prestigioso cara a los que miran las cosas con intereses particulares o de
grupo.
Cuando
se trata de la gloria real observamos que el amor se cultiva y se descubre. Se
cultiva cuando no se busca amor sino amar. Es entonces cuando se descubre el
amor de los que nos aman, allí está la herencia. Se descubre porque el que ama
no nos pone en las narices su obra
para que le hagamos un homenaje. Al contrario, para nosotros puede pasar
desapercibida, incluso muchos años,
aunque su influjo en nuestra vida haya sido considerable. Es un amor que
penetra en nuestra interioridad con mucha más fuerza de la que nos podíamos
imaginar.
Algunas
veces los padres mueren antes de ver el fruto del amor que sembraron en sus
hijos. En la tierra sufrieron por ellos y luego el en cielo gozan con Dios del
fruto de lo que sembraron. Los hijos conversos viven con la esperanza de
encontrarse con sus padres en el cielo y gastan los años que les quedan en una
continua acción de gracias, venerando la gloria de sus progenitores.
La alegría de ser
sustituidos por los que amamos
Cuando
durante la vida gozamos de las oportunidades
que tenemos en nuestros trabajos y actividades, debemos agradecer a los que nos
precedieron y al mismo tiempo preparar bien a los que nos van a sustituir.
También
la experiencia nos hace ver que gozamos de lo que tenemos cuando se lo pasamos
a los que vienen después, de un modo generoso y gratuito. El querer que los
otros tengan las oportunidades y los gozos que nosotros tuvimos, es una actitud
noble que enriquece el corazón y mejora cien por ciento las relaciones con el
prójimo.
Vale
la pena trabajar, con la gloria real de
los que se fueron, para transmitirla a los que vienen después. Lograr una
sucesión de amor, marcada por la sangre que nos hace hijos de Dios. Transmitir a
los demás los tesoros que nos dieron, para que gocen del valor de esa herencia
de amor. Ellos, luego harán lo mismo, con los que vienen después.
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