jueves, enero 23, 2014


Romper esquemas obsoletos
¡QUIERO LÍO!
Con mucha fuerza el Papa Francisco exhorta a los jóvenes en Brasil para que se enfrenten a todo lo que sea mundano y recuperen el sentido cristiano de la sociedad. Los lanza a que vayan por delante y con valentía lleven a Cristo por todos los caminos.
“¡…quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos…!” (Papa Francisco, Brasil, 25 de julio de 2013).
San Josemaría Escrivá en las reuniones multitudinarias que tenía con los jóvenes los lanzaba a meterse por todos los ambientes:  ¿Allí donde están los intelectuales? Sí –respondía él mismo, allí donde están los intelectuales… y donde están los campesinos con sus manos cayosas… ¡sois Cristo que pasa sin hacer ascos!...” (S. Josemaría, Buenos Aires, 1974). Decía que había que poner a Cristo en la cima de todas las actividades humanas y que había que darle la vuelta al mundo como a un calcetín. 
El Beato Papa Juan Pablo II, que será canonizado este año, empujaba a miles y millones de jóvenes a llevar a Cristo por todos los continentes. “¡No tengáis miedo!”  decía con fuerza, ¡Abrid las puertas del Corazón de par en par a Jesucristo!... ¡Él es el camino, la Verdad y la Vida” (Juan Pablo II, 1985)

¿Por qué los Papas y los santos nos empujan a la calle?
Porque hay una temeraria pasividad o comodidad de muchos católicos que no hacen nada frente a situaciones de violencia e inmoralidad que están invadiendo el mundo y que afectan principalmente a los más jóvenes.
Muchos católicos se acostumbra a ver a chicos y chicas borrachos los fines de semana en las discotecas, o cuando van a las playas de campamento y llegan a sus casas al día siguiente después de una noche de juerga; y no dicen nada cuando algunos piensan que esos desarreglos son normales y que son etapas de la juventud por las que debe pasar.
Hoy se puede observar, en muchos hogares, que los chicos, que no tienen ninguna experiencia, exigen de sus padres los permisos para estar en “reuniones” con sus amigos, donde corre fácilmente el licor y la droga y de donde se desprenden ambientes fáciles para las relaciones sexuales. Un católico ¿se puede quedar parado y no hacer nada?
Cuando los accidentes se multiplican por efecto del licor y mueren fácilmente jóvenes que regresaban de una fiesta; ¿se puede decir que estaban en su derecho y que murieron en su propia ley? ¿eso debe continuar así? ¿se arregla con un chofer que no haya tomado?  Eso nadie se lo cree. Los accidentes continúan a la vista y paciencia de todos.
Estamos analizando situaciones reales del presente que claman al cielo, no estamos haciendo consideraciones religiosas. Pero acaso  ¿no es lógico que el católico que ama a Dios de verdad, intervenga, para que se eviten estas situaciones y esas muertes precoces?
Cuando se ve que aumenta la violencia en las calles y también en las casas,  y el número de muertes crece por culpa de personas desadaptadas, cuando las barras bravas se convierten en hordas de delincuentes, cuando los abortos se multiplican, o van naciendo hijos de madres solteras que vienen al mundo por violación de unos libertinos, cuando la familia se deteriora y muchos ya no tienen casa, los católicos ¿se pueden cruzar de brazos, cerrar los ojos a la realidad y no decir nada?
Cuando se ve claramente que hay corrupción en la política, en las autoridades, en algunos periodistas y en algunas empresas…. los católicos ¿ pueden quedarse callados y no intervenir?

¡Espero lío!
El Papa nos pide romper esquemas para que todos salgan a las calles, a resolver estos problemas y conseguir que la sociedad sea cristiana. Muchos católicos tienen miedo de cambiar de mentalidad, les parece que deben seguir como siempre, se contentan con lo que hacen sin darse cuenta que con esa actitud están poniendo dificultades para que todos salgan a la periferia.  Con su insensibilidad para esta misión hacen como el perro del hortelano, que ni comen ni deja comer.
La mentalidad del que quiere conservar un sistema obsoleto, es una cortedad del que ha perdido o está perdiendo el sentido sobrenatural y posee solo un “sentido común” antiguo, que no responde al presente. Un carro de los años 50 puede ser muy bello pero es peligroso que continúe circulando en la carretera.
“A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una perfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y se desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del evangelio”  (Papa Francisco, Evangelli gaudium, n. 40).
Si crece el amor a Dios en una persona su conducta es “como un río que se sale de madre”  (Mons. Álvaro del Portillo, 1987) e invade todos los campos para enriquecerlos. Para esto hay que dejar la comodidad y muchas cosas buenas que, en una misión de esta naturaleza, se convierten en estorbo.
La guerra la ganan los soldados cansados, que llegan sucios y rotos habiendo abandonado la mochila, los macutos, los binoculares, las armas…” (San Josemaría Escrivá, Catequesis en España, 1972).  Es el abandono de todo lo que resultaba pesado para estar ligeros. El que quiera salir hoy a la periferia debe abandonar muchas cosas para dedicarse totalmente a esa misión.
San Josemaría insistía en el carácter divino de la misión. Es Dios el que envía y hay que estar sometidos a su plan: “no somos personas que nos juntamos a otras para hacer una cosa buena, eso es mucho pero es poco, somos apóstoles que cumplimos un mandato imperativo de Cristo”. No hay más que repasar los evangelios, allí está todo.
“Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre nueva” (Papa Francisco, Evangelli gaudium, n. 11)

Los evangelios traen desde la antigüedad la palabra de Dios y cuando se aplica todo se renueva. Ser fiel al evangelio es tener apertura para los cambios que se producen en las personas y en la sociedad,  a través del tiempo.
Del evangelio se desprenden innumerables caminos y toda una creatividad maravillosa que el Espíritu Santo suscita en los hombres. Nadie puede coger el evangelio, que es dinámico y trasformador, para convertirlo en una estructura monolítica y uniforme. La seguridad que otorga la Sagrada Escritura y la Iglesia no consiste en una “prudencia” que lleva al “quietismo” de la no intervención, sino en la “energía” y dinamismo que recibe el hombre para anunciar la palabra de Dios con audacia y valentía, a pesar de los contratiempos y con esperanza en la promesa de Jesús: “Yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt, 26)
San Josemaría jugaba con palabras para romper esquemas y transmitir criterios que a ojos humanos parecían locuras; con urgencia repetía que había que “ir de prisa, estar de vuelta y saber trigonometría” (San Josemaría Escrivá, carta a sus hijos, 1937). Era como decir: no pierdas el tiempo en objetividades, teorías, o reglamentos… cuando hay ¡mucho que hacer!, ¡cuando las almas nos están esperando!
Es lo mismo que ahora el Papa Francisco apuntala con gran acierto.
“más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ´dadles vosotros de comer´” (Mc 6,37), (Francisco, op cit. n. 49).
Es hora de dejar de lado esos mecanismos, formalidades o sistemas, que tienen como finalidad ejercer un control sobre otros tratando de buscar un rendimiento más efectivo. Ahora importan las almas con sus particularidades. La cabeza de todos debe estar en las almas que están esperando la mano del apóstol, o misionero, como le gusta decir al Papa, para que lo acerque a Jesucristo que lo está esperando.

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