La
compasión y la compensación
PASIÓN Y RAZÓN
Las
pasiones que mueve el fútbol podrían alterar la razón de todos los que se
encuentran en la fogocidad de las
contiendas, casi electrizados con la
furia colectiva del ambiente, y también con el peligro de dejar una estela
de heridas, que en algunos casos podrían ser irreparables.
La
filosofía y los reglamentos para esos acontecimientos apuntan a lograr un nivel
alto de virtudes humanas en todos los participantes: jugadores, entrenadores, árbitros, dirigentes, periodistas y público en
general. Las cuotas de responsabilidad y prudencia deberían ser elevadas
para evitar violencias o situaciones desagradables que desfiguren la belleza y
armonía de los partidos donde se compite para ganar.
Unidad, belleza y amistad
Los
enfrentamientos deportivos no deben crear enemigos, al contrario son ocasión
para ganar muchos más amigos y reforzar la hermandad y unidad de los seres
humanos.
En
los mundiales se puede apreciar: los
magníficos y cómodos estadios, la calidad técnica de la televisión con imágenes
impactantes llenas de belleza y colorido, la amabilidad del pueblo anfitrión
(el país y sus costumbres), la alegría y el sufrimiento del público en un clima
humano de acercamientos mutuos, a pesar de las diferencias; los sueños y las
ambiciones de los seres humanos, las técnicas magníficas de los mejores
jugadores, el acierto o desacierto de los árbitros, el último balón de fútbol
que todos desean tener, el rito de las ceremonias con protocolos y saludos, el
acompañamiento variopinto del público, la elegancia y cordura de los
entrenadores y de los narradores deportivos. Toda una sociología que
muestra personas unidas y encendidas en unos afanes que se viven al mismo
tiempo.
La
razón nos hace ver que para que las
ambiciones humanas competitivas no desemboquen en una guerra, cada uno debe
poner una cuota de prudencia, controlando sus pasiones con un nivel de conducta
donde predomine la cordura, el respeto por los demás y la amabilidad.
Para
muchos el logro de un mundial es un sueño que se cumple, para otros solo una
oportunidad, para muy pocos el dolor de un fracaso. Es una temporada corta en
la que se ven grandes cambios, saltos y sobresaltos. Unos ríen, otros lloran,
hay grandes abrazos, besos y manifestaciones exorbitantes de alegría que se
producen en el instante del gol, también se ven grandes frustraciones y
verdaderos arrepentimientos. Algunos consiguen sustanciosos contratos y otros
lo pierden todo. Se deben tener las virtudes para saber ganar y para saber
perder, una categoría humana de primer nivel, para seguir viviendo después, con agradecimiento, por esas
experiencias que marcaron la vida.
El rechazo de las malas
artes
Que
la contienda sea de fornidos y atléticos deportistas no quiere decir que pueda
permitirse la brusquedad o la bravuconería. La disciplina es propia de una
persona con fortaleza que sabe dominar sus ímpetus. Los partidos hay que
ganarlos jugando y no guerreando a base de machetazos.
El juego limpio y honrado es bello y atractivo, al público lo persuade. Los
árbitros deben ser totalmente imparciales y muy finos en sus intervenciones. Un
buen árbitro casi ni se nota, porque no busca lucirse y deja que los equipos se
luzcan. El que pone demasiadas tarjetas y paraliza mucho el juego está
demostrando sus limitaciones como juez, el que tiene preferencias y favorece a
un equipo más que al otro, tiene poco nivel profesional, el quiere arreglar las cosas en base a
compensaciones tiene poca categoría como persona y el que se vende es un
corrupto que habría que expulsar.
El
jugador debe poner todas sus virtudes en la cancha, la mejor técnica para jugar
y el mejor trato para las personas: sus compañeros y los adversarios. Tiene que
tener la suficiente entereza para no hundirse cuando va perdiendo y la
suficiente humildad para no sentirse altanero
cuando va ganando y para reconocer y enmendar los errores cometidos, o
aceptar ser cambiado por el entrenador que busca una mejor opción para el
equipo. Un buen jugador no es una persona difícil o engreída que solo piensa en
su gloria personal.
Da
gusto ver a los entrenadores bien vestidos y cercanos a sus jugadores. Ellos
deben ejercer la paternidad y preocuparse no solo del triunfo del equipo sino
también de la vida de cada uno de sus jugadores. En la cancha, como todos, debe
controlar sus pasiones. Es muy bonito ver en él la ambición de triunfo para su
equipo: las indicaciones incisivas, las decisiones
urgentes para los cambios y arengas exultantes y oportunas. Muchas veces
son ejemplo de cómo hay que llevar las cosas en situaciones límite. Maneja todo
un arte que exige un constante dominio, no pueden perder los papeles, debe
mantenerse ecuánime y tener la hidalguía de reconocer al vencedor. Es muy grato
ver dos entrenadores abrazarse al acabar el partido donde han sido rivales,
dejando de lado el resultado.
Para
un narrador deportivo debe ser difícil juzgar con imparcialidad una contienda.
Algunos lo saben hacer muy bien y otros se vuelven cargantes o inoportunos con
comentarios fuera de lugar o que denotan poco conocimiento de lo que están
diciendo. Se requiere humildad y un buen control de las pasiones para comentar
un partido de modo positivo y respetuoso. Un comentador deportivo debe saber
mucho de fútbol y tener admiración, e incluso
afecto por los futbolistas, para hacer un trabajo de calidad.
El papel de la hinchada
Los
aficionados o la hinchada vivirán la fiesta del fútbol cuando llevan las
virtudes que ellos mismos exigen a los futbolistas: amor a la camiseta, una vida ordenada, estar en forma, no ser bruscos,
jugar con todo el equipo, luchar hasta el final, saber ganar y saber perder,
tener capacidad para rectificar. El mejor jugador será para ellos un ídolo
ejemplar, digno de ser emulado.
Desde
el fútbol se pueden ver las virtudes que se tienen y las que faltan, se puede
ver el orden que necesita la vida y el esfuerzo que hay que poner para ganar
las batallas, una tras otra, hasta que llega el triunfo definitivo.
Que
este campeonato mundial nos de las pautas para ser mejores personas.
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