jueves, agosto 07, 2014


Al cumplir 40 años de sacerdote
ELOGIO AL CELIBATO
Jesucristo, que es el fundador de la Iglesia, fue célibe y llamó a sus seguidores para que dejen todo y vayan con él prometiéndoles la felicidad y una gran recompensa: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí quedará sin recibir el ciento por uno». (Mc. 10,29).

Esta invitación de Jesucristo no está dirigida a las multitudes, sino más bien a los que llama personalmente para que difundan  y anuncien la llegada del Reino de Dios en todo el mundo.
Para esa tarea Jesucristo les pide todo, les hace ver que es necesario liberarse de cualquier vínculo terreno y humano y después les demostrará su generosidad dándoles un gran premio, que es mucho mejor que todos los tesoros que se pudieran acumular en la tierra: por cada cosa que entregaron se les devolverá 100 y luego la vida eterna de felicidad. ¿quién da mejores intereses?

Los llama para siempre

Es una entrega para toda la vida. La misión nunca se acaba, es necesaria una dedicación a tiempo completo, aún así resulta escaso el tiempo que se tiene para llegar a las metas, de allí que algunos santos pidieran más tiempo a Dios para terminar la labor que habían comenzado. En todas las épocas ha sido evidente que la misión de los seguidores de Cristo es un trabajo agotador, muchas veces riesgoso, es también urgente y requiere de una gran disponibilidad.

Jesucristo pide que se le siga firmemente con una voluntad decidida de desprendimiento, una capacidad, cada día mayor, para el sacrificio y una disposición de obediencia constante. “El que quiera venir tras de mi, ¡niéguese a sí mismo!, tome su cruz de cada día y sígame”  Con esta invitación no caben medianías o retrasos, la llamada es urgente, para hoy, para este instante, para ahora.

El que sabe escuchar la llamada y se decide a seguirle descubre unas alas para volar, que es el descubrimiento de una libertad espectacular con uno de los regalos más grande que el Señor da a sus seguidores: el ciento por uno y la vida eterna.

En los ámbitos humanos el trabajador que se entrega a una empresa podría perder fácilmente su libertad y vivir sometido bajo el mando se sus jefes y dentro del sistema que eligió para trabajar. En cambio el que responde a Dios tiene una misión sobrenatural y recibe, para llegar a los objetivos que Dios le pide, una gracia específica (vocación), que lo eleva por encima de los esquemas humanos.

El instrumento de Dios no se siente superior, al contrario se siente poca cosa, sin embargo es elevado por Dios a un espacio donde todo es libertad y por lo tanto felicidad. De allí la alegría de la fidelidad a un camino de entrega. El que sabe corresponder nunca se arrepiente de haber seguido a Dios, cada día está más contento y agradecido y su vida se convierte en un cántico de acción de gracias.

Es verdad cuando Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” el que sabe ir con Jesucristo tiene vida y aspira a la Vida eterna con una fe conmovedora, que mueve montañas. Las obras de una persona de fe son admirables.

A propósito del celibato es interesante el relato de San Pablo (1 Corintios 7, 29ss):

«Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen». Y sigue: «El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido».

Esta claro que Pablo con estas palabras expone las excelencias una entrega plena sin que exista ninguna ley sobre el celibato.

La primera ley sobre el celibato
Fue el Concilio de Elvira de 305-306 quien dio a esta práctica de origen apostólico una forma de ley. Con el canon 33, el Concilio prohíbe a los obispos, sacerdotes, diáconos y a todos los otros clérigos relaciones conyugales con la esposa y les prohíbe, también, tener hijos. Por lo tanto, en esos tiempos se pensaba que abstinencia y vida familiar eran conciliables. Así también el Santo Papa León I, llamado León Magno, alrededor del año 450 escribió que los consagrados no tenían que repudiar a sus mujeres. Tenían que permanecer junto a las mismas, pero como «si nos las tuvieran», escribe Pablo en la primera carta a los Corintios (7, 29).

Con el pasar del tiempo, se tenderá cada vez más a acordar el sacramento sólo a hombres célibes. La codificación llegará en la Edad Media, época en la que se daba por descontado que el sacerdote y el obispo eran célibes. Otra cosa es el hecho de que la disciplina canónica no siempre fuera vivida al pie de la letra, pero esto no debe asombrar. Como encontramos en la naturaleza de las cosas, también la observancia del celibato ha tenido, en los siglos, sus altos y bajos.

Es famosa, por ejemplo, la encendida disputa que tuvo lugar en el siglo XI, en tiempos de la denominada reforma gregoriana. En esa situación delicada se asistió a una rotura tan neta - sobre todo en las iglesias alemana y francesa - que llevó a los prelados alemanes contrarios al celibato a expulsar con la fuerza de su diócesis al obispo Altmann de Passau. En Francia, los emisarios del Papa encargados de insistir sobre la disciplina del celibato fueron amenazados de muerte y el santo abad Walter de Pontoise fue golpeado durante un Sínodo que tuvo lugar en París por los obispos contrarios al celibato y encarcelado. A pesar de todo ello, la reforma consiguió imponerse y se asistió a una renovada primavera religiosa.

Es interesante observar que la contestación al precepto del celibato surge siempre en concomitancia con señales de decadencia en la iglesia, mientras en tiempos de renovada fe y de florecer cultural se nota una observancia reforzada del celibato.
Y, desde luego, no es difícil extraer de estas observaciones históricas un paralelismo con la crisis actual.

Al cumplir 40 años de sacerdote puedo afirmar con plena certeza que el celibato es un tesoro muy querido en la Iglesia y quien lo vive por amor a Dios le da a su vida la estabilidad y el equilibrio necesario para querer con toda el alma su vocación de entrega plena al servicio de Dios y de las almas.  Quienes vivimos así estamos muy contentos de estar correspondiendo al querer de Dios y no lo cambiaríamos por nada del mundo.

Agradecemos sus comentarios

1 comentario:

José Antonio Benito dijo...

Agradezco al Señor y a Santa María por su vocación, por su fidelidad, por su fecundidad