El día de la beatificación de Mons. Álvaro del
Portillo
EL CARIÑO DEL PAPA FRANCISCO AL OPUS DEI
(*Fuente: Aleteia)
El sábado 27 de setiembre Mons. Álvaro del
Portillo se convirtió en beato, reconocido por la Iglesia Católica, y junto a
su recuerdo, pues hace ya veinte años que
falleció, quisieron acompañarle 200.000 fieles venidos de todas las partes
del mundo, concretamente de 88 países, que llegaron desde todos los rincones de
la Tierra motivados por una gran devoción.
Sorprendía la cantidad de peregrinos de Corea, Japón,
Honmk-Kong, Filipinas, Dubai y Emiratos Árabes, Líbano, y de toda la América
Latina. Desatacaban muchos niños y niñas de muchos países. En realidad muchos
de los asistentes eran familias que venían con sus hijos. Fue un encuentro marcado por el ambiente internacional, las banderas de
todos los países adornaban las vallas de las distintas secciones.
La ceremonia fue presidida por el cardenal Ángelo Amato,
prefecto de la congregación para las causas de los santos, enviado especial del
papa Francisco, estaban a
su lado en el altar el arzobispo emérito de Madrid, Mons. Antonio Rouco Varela
y Monseñor Javier Echeverría, obispo Prelado del Opus Dei. Participaron en la ceremonia 17
cardenales, 120 arzobispos y obispos y 1.500 sacerdotes. Venían de todo el
mundo, de los cinco continentes. Entre los cardenales presentes destacan
el prefecto para la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller y el cardenal prefecto
para los asuntos económicos, G. Pell. Entre las autoridades civiles presentes
estaban los ministros españoles del Interior, Jorge Fernández Díaz, y de
Economía y Competitividad, Luis de Guindos.
El Papa Francisco se unió a la ceremonia de
beatificación de Álvaro del Portillo, enviándole al Obispo Prelado del Opus
Dei, Mons. Javier Echevarría, el siguiente mensaje:
Querido hermano:
La beatificación del siervo de Dios Álvaro del
Portillo, colaborador fiel y primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente
del Opus Dei, representa un momento de especial alegría para todos los fieles
de esa Prelatura, así como también para ti, que durante tanto tiempo fuiste
testigo de su amor a Dios y a los demás, de su fidelidad a la Iglesia y a su
vocación. También yo deseo unirme a vuestra alegría y dar gracias a Dios que
embellece el rostro de la Iglesia con la santidad de sus hijos.
Su beatificación en Madrid, la ciudad en la que
nació y en la que transcurrió su infancia y juventud, con una existencia
forjada en la sencillez de la vida familiar, en la amistad y el servicio a los
demás, como cuando iba a los barrios para ayudar en la formación humana y
cristiana de tantas personas necesitadas. Y allí tuvo lugar sobre todo el
acontecimiento que selló definitivamente el rumbo de su vida: el encuentro con
san Josemaría Escrivá, de quien aprendió a enamorarse cada día más de Cristo.
Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de santidad que ha de recorrer todo
cristiano: dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que
sea él el que guíe nuestra vida.
Me gusta recordar la jaculatoria que el siervo de
Dios solía repetir con frecuencia, especialmente en las celebraciones y
aniversarios personales: «¡gracias, perdón, ayúdame más!».
Son palabras que nos acercan a la realidad de su vida interior y su trato con
el Señor, y que pueden ayudarnos también a nosotros a dar un nuevo impulso a
nuestra propia vida cristiana.
En primer lugar, gracias. Es la reacción
inmediata y espontánea que siente el alma frente a la bondad de Dios. No puede
ser de otra manera. Él siempre nos precede. Por mucho que nos esforcemos, su
amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos primerea. Álvaro del Portillo era consciente de los muchos dones
que Dios le había concedido, y daba gracias a Dios por esa manifestación de
amor paterno. Pero no se quedó ahí; el reconocimiento del amor del Señor
despertó en su corazón deseos de seguirlo con mayor entrega y generosidad, y a
vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su
amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado
de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando
siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja
o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como
había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón,
la comprensión, la caridad sincera.
Perdón. A menudo confesaba que se veía
delante de Dios con las manos vacías, incapaz de responder a tanta generosidad.
Pero la confesión de la pobreza humana no es fruto de la desesperanza, sino de
un confiado abandono en Dios que es Padre. Es abrirse a su misericordia, a su
amor capaz de regenerar nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el
abismo de la culpa, sino que nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos
hace caminar con más determinación y alegría. El siervo de Dios Álvaro sabía de
la necesidad que tenemos de la misericordia divina y dedicó muchas energías
personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de
la confesión, sacramento de la alegría. Qué importante es sentir la ternura del
amor de Dios y descubrir que aún hay tiempo para amar.
Ayúdame más. Sí, el Señor no nos abandona nunca, siempre
está a nuestro lado, camina con nosotros y cada día espera de nosotros un nuevo
amor. Su gracia no nos faltará, y con su ayuda podemos llevar su nombre a todo
el mundo. En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva
a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de
evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los
hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La
primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los
ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro
de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe
para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo
con los demás.
¡Gracias, perdón, ayúdame! En estas palabras se expresa
la tensión de una existencia centrada en Dios. De alguien que ha sido tocado
por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor. De alguien que, aun
experimentando sus flaquezas y límites humanos, confía en la misericordia del
Señor y quiere que todos los hombres, sus hermanos, la experimenten también.
Querido hermano, el beato Álvaro del Portillo nos
envía un mensaje muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que él es
nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro
lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por
anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de
nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad.
Pido, por favor, a todos los fieles de la
Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus
actividades, que recen por mí, a la vez que les imparto la Bendición
Apostólica.
Que Jesús los bendiga y que la Virgen Santa los
cuide.
Fraternalmente,
Franciscus
El mensaje del Santo Padre fue acogido con
gran júbilo y emoción entre los fieles que se encontraban en la explanada
asistiendo a la Santa Misa.
Luego, en su homilía, el cardenal Ángelo Amato
destacó la fidelidad, la humildad y el amor a la Iglesia del nuevo beato. "La Iglesia y el mundo –dijo--
necesitan del gran espectáculo de la santidad, para purificar, con su aroma
agradable, los miasmas de los muchos vicios alardeados con arrogante
insistencia. Ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar
la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a
introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia
de Dios, que renueva la faz de la Tierra".
Sorprendentemente,
en la oración de los fieles antes de las ofrendas, la joven que rezó en lengua
polaca, pidió a los presentes que rezáramos por Lorenzo, un niño que se debatía
en estos momentos entre la vida y la muerte. ¿Se habrá salvador Lorenzo? Fue milagrosa su curación según las últimas
noticias.
La ceremonia
terminó con una locución en la que el prelado del Opus Dei, Mons. Javier
Echevarría, dio las gracias al papa Francisco –muy aplaudido-- por esta
beatificación, y también extendió agradecimientos a los papas Benedicto XVI,
san Juan Pablo II y san Juan XXIII, y también al papa Pablo VI con quien le
unía una gran amistad. Todos los papas al ser citados recibieron los aplausos
de los allí congregados. La ceremonia terminó con el rezo de una Salve a la
Virgen, a la que tanto quería el Beato Álvaro, siguiendo en eso también
fidelísimamente los pasos de San Josemaría.
No ha pasado
desapercibido el buen número de fieles inválidos situados en la parte frontal,
los recuerdos en los distintos discursos del sufrimiento y persecución de los
cristianos en Oriente Medio, en Iraq y Siria especialmente, y en todos los
lugares del mundo donde haya sufrimiento por causa de la fe. También se han
racaudado limosnas para el proyecto social en África, Harambee, que ha elevado
centros en Uganda, Congo y Costa de Marfil. (Fuente: Aleteia)
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