jueves, octubre 16, 2014


El día de la beatificación de Mons. Álvaro del Portillo
EL CARIÑO DEL PAPA FRANCISCO AL OPUS DEI
(*Fuente: Aleteia)

El sábado 27 de setiembre Mons. Álvaro del Portillo se convirtió en beato, reconocido por la Iglesia Católica, y junto a su recuerdo, pues hace ya veinte años que falleció, quisieron acompañarle 200.000 fieles venidos de todas las partes del mundo, concretamente de 88 países, que llegaron desde todos los rincones de la Tierra motivados por una gran devoción.

Sorprendía la cantidad de peregrinos de Corea, Japón, Honmk-Kong, Filipinas, Dubai y Emiratos Árabes, Líbano, y de toda la América Latina. Desatacaban muchos niños y niñas de muchos países. En realidad muchos de los asistentes eran familias que venían con sus hijos. Fue un encuentro marcado por el ambiente internacional, las banderas de todos los países adornaban las vallas de las distintas secciones.

La ceremonia fue presidida por el cardenal Ángelo Amato, prefecto de la congregación para las causas de los santos, enviado especial del papa Francisco, estaban a su lado en el altar el arzobispo emérito de Madrid, Mons. Antonio Rouco Varela y Monseñor Javier Echeverría, obispo Prelado del Opus Dei. Participaron en la ceremonia 17 cardenales, 120 arzobispos y obispos y 1.500 sacerdotes. Venían de todo el mundo, de los cinco continentes.  Entre los cardenales presentes destacan el prefecto para la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller y el cardenal prefecto para los asuntos económicos, G. Pell. Entre las autoridades civiles presentes estaban los ministros españoles del Interior, Jorge Fernández Díaz, y de Economía y Competitividad, Luis de Guindos.

El Papa Francisco se unió a la ceremonia de beatificación de Álvaro del Portillo, enviándole al Obispo Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, el siguiente mensaje:

Querido hermano:
La beatificación del siervo de Dios Álvaro del Portillo, colaborador fiel y primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei, representa un momento de especial alegría para todos los fieles de esa Prelatura, así como también para ti, que durante tanto tiempo fuiste testigo de su amor a Dios y a los demás, de su fidelidad a la Iglesia y a su vocación. También yo deseo unirme a vuestra alegría y dar gracias a Dios que embellece el rostro de la Iglesia con la santidad de sus hijos.

Su beatificación en Madrid, la ciudad en la que nació y en la que transcurrió su infancia y juventud, con una existencia forjada en la sencillez de la vida familiar, en la amistad y el servicio a los demás, como cuando iba a los barrios para ayudar en la formación humana y cristiana de tantas personas necesitadas. Y allí tuvo lugar sobre todo el acontecimiento que selló definitivamente el rumbo de su vida: el encuentro con san Josemaría Escrivá, de quien aprendió a enamorarse cada día más de Cristo. Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de santidad que ha de recorrer todo cristiano: dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él el que guíe nuestra vida.

Me gusta recordar la jaculatoria que el siervo de Dios solía repetir con frecuencia, especialmente en las celebraciones y aniversarios personales: «¡gracias, perdón, ayúdame más!». Son palabras que nos acercan a la realidad de su vida interior y su trato con el Señor, y que pueden ayudarnos también a nosotros a dar un nuevo impulso a nuestra propia vida cristiana.

En primer lugar, gracias. Es la reacción inmediata y espontánea que siente el alma frente a la bondad de Dios. No puede ser de otra manera. Él siempre nos precede. Por mucho que nos esforcemos, su amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos primerea. Álvaro del Portillo era consciente de los muchos dones que Dios le había concedido, y daba gracias a Dios por esa manifestación de amor paterno. Pero no se quedó ahí; el reconocimiento del amor del Señor despertó en su corazón deseos de seguirlo con mayor entrega y generosidad, y a vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera.

Perdón. A menudo confesaba que se veía delante de Dios con las manos vacías, incapaz de responder a tanta generosidad. Pero la confesión de la pobreza humana no es fruto de la desesperanza, sino de un confiado abandono en Dios que es Padre. Es abrirse a su misericordia, a su amor capaz de regenerar nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación y alegría. El siervo de Dios Álvaro sabía de la necesidad que tenemos de la misericordia divina y dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría. Qué importante es sentir la ternura del amor de Dios y descubrir que aún hay tiempo para amar.

Ayúdame más. Sí, el Señor no nos abandona nunca, siempre está a nuestro lado, camina con nosotros y cada día espera de nosotros un nuevo amor. Su gracia no nos faltará, y con su ayuda podemos llevar su nombre a todo el mundo. En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás.

¡Gracias, perdón, ayúdame! En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada en Dios. De alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor. De alguien que, aun experimentando sus flaquezas y límites humanos, confía en la misericordia del Señor y quiere que todos los hombres, sus hermanos, la experimenten también.

Querido hermano, el beato Álvaro del Portillo nos envía un mensaje muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que él es nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad.

Pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí, a la vez que les imparto la Bendición Apostólica.
Que Jesús los bendiga y que la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
Franciscus


El mensaje del Santo Padre fue acogido con gran júbilo y emoción entre los fieles que se encontraban en la explanada asistiendo a la Santa Misa.

Luego, en  su homilía, el cardenal Ángelo Amato destacó la fidelidad, la humildad y el amor a la Iglesia del nuevo beato. "La Iglesia y el mundo –dijo-- necesitan del gran espectáculo de la santidad, para purificar, con su aroma agradable, los miasmas de los muchos vicios alardeados con arrogante insistencia. Ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la Tierra".
Sorprendentemente, en la oración de los fieles antes de las ofrendas, la joven que rezó en lengua polaca, pidió a los presentes que rezáramos por Lorenzo, un niño que se debatía en estos momentos entre la vida y la muerte. ¿Se habrá salvador Lorenzo?  Fue milagrosa su curación según las últimas noticias.
La ceremonia terminó con una locución en la que el prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, dio las gracias al papa Francisco –muy aplaudido-- por esta beatificación, y también extendió agradecimientos a los papas Benedicto XVI, san Juan Pablo II y san Juan XXIII, y también al papa Pablo VI con quien le unía una gran amistad. Todos los papas al ser citados recibieron los aplausos de los allí congregados. La ceremonia terminó con el rezo de una Salve a la Virgen, a la que tanto quería el Beato Álvaro, siguiendo en eso también fidelísimamente los pasos de San Josemaría.
No ha pasado desapercibido el buen número de fieles inválidos situados en la parte frontal, los recuerdos en los distintos discursos del sufrimiento y persecución de los cristianos en Oriente Medio, en Iraq y Siria especialmente, y en todos los lugares del mundo donde haya sufrimiento por causa de la fe. También se han racaudado limosnas para el proyecto social en África, Harambee, que ha elevado centros en Uganda, Congo y Costa de Marfil.  (Fuente: Aleteia)
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