jueves, octubre 30, 2014

¡Por qué es más bacán disfrazarse de diablo que de ángel?

EL HALLOWEEN y el relativismo cultural


Cada año se extienden más y cobran más realce las fiestas de Halloween. Participan en ellas miles de niños y adolescentes que se divierten con los estrambóticos disfraces que llevan y las golosinas que piden de puerta en puerta en las casas de la ciudad.

En las casas se suele preparar una buena reserva de dulces para entregar a los niños y evitar que éstos, si no se les da nada, manchen las paredes exteriores con pintas despectivas por ser “tacaños” Los papás apoyan esta costumbre porque ven que sus hijos disfrutan en esos afanes “locos”  del día de las brujas.

Halloween significa "All hallow's eve", palabra que proviene del inglés antiguo, y que significa "víspera de todos los santos", ya que se refiere a la noche del 31 de octubre, víspera de la Fiesta de Todos los Santos. Sin embargo, la antigua costumbre anglosajona le ha robado su estricto sentido religioso para celebrar en su lugar la noche del terror, de las brujas y los fantasmas. Halloween marca un retorno al antiguo paganismo, tendencia que se ha propagado también por todo el mundo.
Parece que los significados de fondo importan poco. Hoy los jóvenes pueden jugar con calaveras, máscaras del diablo, monstruos, animales salvajes, y no pasa nada, para ellos es solo una diversión que está de moda, incluso podemos observar, que en estas ocasiones, lo más irreverente se convierte en lo más atractivo. Hay una suerte de gusto por lo esotérico, terrorífico, brutal, informal y hasta satánico.

Los juegos fabricados para los niños tienen ahora esas características. Parece que estuvieran dirigidos a motivar la malicia de la naturaleza humana, de una manera atractiva y divertida, para romper esquemas de buenas costumbres y disciplina.


La vida cristiana y el halloween

Ante todos estos elementos que componen hoy el Halloween, vale la pena reflexionar y hacerse las siguientes preguntas:

¿Es que, con tal que se diviertan, podemos aceptar que los niños, al visitar las casas de los vecinos, exijan dulces a cambio de no hacerles un daño: pintar muros, romper huevos en las puertas, etc.?
¿Qué experiencia (moral o religiosa) queda en el niño que para "divertirse" ha usado disfraces de diablos, brujas, muertos, monstruos, vampiros y demás personajes relacionados principalmente con el mal y el ocultismo, sobre todo cuando la televisión y el cine identifican estos disfraces con personajes contrarios a la sana moral, a la fe y a los valores del Evangelio.?

Con los disfraces y la identificación que existe con los personajes del cine ¿no estamos promoviendo en la conciencia de los pequeños que el mal y el demonio son solo fantasías,  un mundo irreal que nada tiene que ver con nuestras vidas y que por lo tanto no nos afectan?¿No es Halloween otra forma de relativismo religioso con la cual vamos permitiendo que nuestra fe y nuestra vida cristianas se vean debilitadas?
Si aceptamos todas estas ideas y las tomamos a la ligera en "aras de la diversión de los niños" ¿qué diremos a los jóvenes cuando acudan a los brujos, hechiceros, médiums, y los que leen las cartas; a los que frecuentan las fiestas semáforo, donde no faltan  borracheras, pornografía, drogas? Son cientos y miles de jóvenes metidos todas las semanas en diversiones contrarias a lo que nos enseña la moral cristiana.


Algunos datos de la historia  (en relación con el Halloween)


Sobre la calabaza encendida
La costumbre de ahuecar y tallar una calabaza para convertirla en un farol llamado Jack-o-lantern tiene su origen en el folklore irlandés del siglo XVIII. Según se cuenta, Jack era un notorio bebedor, jugador y holgazán que pasaba sus días tirado bajo un roble. La leyenda cuenta que en una ocasión, se le apareció Satanás con intenciones de llevarlo al infierno. Jack lo desafió a trepar al roble y, cuando el diablo estuvo en la copa del árbol, talló una cruz en el tronco para impedirle descender. Entonces Jack hizo un trato con el diablo: le permitiría bajar si nunca más volvía a tentarlo con el juego o la bebida.
La leyenda dice que cuando Jack murió no se le permitió la entrada al cielo por sus pecados en vida, pero tampoco pudo entrar en el infierno porque había engañado al diablo. A fin de compensarlo, el diablo le entregó una brasa para iluminar su camino en la helada oscuridad por la que debería vagar hasta el día del Juicio Final. La brasa estaba colocada dentro de una cubeta ahuecada "llamada nabo" para que ardiera como un farol durante mucho tiempo.
Los irlandeses solían utilizar nabos para fabricar sus "faroles de Jack", pero cuando los inmigrantes llegaron a Estados Unidos advirtieron que las calabazas eran más abundantes que los nabos. Por ese motivo, surgió la costumbre de tallar calabazas para la noche de Halloween y transformarlas en faroles introduciendo una brasa o una vela en su interior. El farol no tenía como objetivo convocar espíritus malignos sino mantenerlos alejados de las personas y sus hogares.

La costumbre de pedir dulces
La costumbre de pedir dulces de puerta en puerta (trick-or-treating) se popularizó alrededor de 1930. Según se cree, no se remonta a la cultura celta sino que deriva de una práctica que surgió en Europa durante el siglo IX llamada souling, una especie de servicio para las almas. El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, los cristianos primitivos iban de pueblo en pueblo mendigando "pasteles de difuntos" (soul cakes), que eran trozos de pan con pasas de uva. Cuantos más pasteles recibieran los mendigos, mayor sería el número de oraciones que rezarían por el alma de los parientes muertos. Las oraciones, incluso rezadas por extraños, podían acelerar el ingreso del alma al cielo.
La práctica se difundió en Estados Unidos como un intento de las autoridades por controlar los desmanes que se producían durante la noche de Halloween. Hacia fines del siglo XIX, algunos sectores de la población consideraban la noche del 31 de octubre como un momento de diversión a costa de los demás, probablemente inspirado por la "noche traviesa" (Mischief Night) que formaba parte de la cultura irlandesa y escocesa . La diversión consistía en derribar cercos, enjabonar ventanas y taponar chimeneas, pero gradualmente dio lugar a actos de crueldad contra personas y animales, llegando a su punto máximo en la década de 1920 con las masacres perpetradas por los enmascarados del Ku Klux Klan.
Diversos grupos de la comunidad comenzaron a proponer alternativas de diversión familiar para contrarrestar el vandalismo: concursos de calabazas talladas y disfraces o fiestas para niños y adultos. De este modo, se proponían retomar el espíritu de los primitivos cristianos, que iban casa por casa disfrazados o con máscaras ofreciendo una sencilla representación o un número musical a cambio de alimento y bebida.




La mentalidad relativista de la época

El relativismo cultural y religioso del mundo contemporáneo es cien por ciento permisivista y tremendamente superficial. Hoy todo se puede porque no pasa nada: se puede leer cualquier libro, ver todo tipo de películas, se puede ser amigo del diablo y de San Pedro. Para quienes están imbuidos en el relativismo la fiesta de Halloween es inocua y se puede permitir sin que pase absolutamente nada.

Sin ir muy lejos, cuando se trata del cine, para un considerable sector de la población, incluidos los mayores, las películas cargadas de sangre y violencia las tienen como preferidas para pasar el tiempo y no pensar mucho. En cambio las que tienen valores éticos les parecen insulsas, propia de un público dependiente o cucufato y por supuesto ni las miran.  Es el mismo criterio que se utiliza para las fiesta de Halloween,  dicen con toda paz: “es solo para la diversión de los niños y jóvenes, ¡no pasa nada! que se disfracen de diablos o de ángeles!”. Aquí tenemos un criterio propio de una mentalidad relativista.

En el otro extremo, exagerado por cierto, están los que piensan que las fiestas de halloween son una ofensa al cristianismo porque se hacen con el propósito de venerar al diablo o a los demonios. Lo cierto es que se ha convertido en una fecha para la diversión infantil con disfraces de terror o muerte, algo desagradable e inapropiado para la formación de los chicos.
Aunque los sucesos históricos, que dieron origen a estas fiestas, hayan sido oscuros y truculentos, tampoco tienen mucho sentido las prohibiciones o censuras, que en vez de resolver empeorarían las cosas.


Enseñar a pensar con coherencia

En cambio sí es importante enseñar a pensar y señalar los influjos de las corrientes en boga que desvían al hombre de los caminos correctos. No se puede decir que todo es bueno o que todo es malo. Los seres humanos deben saber distinguir el bien del mal y portarse de acuerdo a una regla de conducta que responda a la verdad.

La educación de los niños, que debe darse en la casa y en el colegio, no se puede reducir a los aspectos académicos, es necesario formar bien la conciencia y estar atento a las distintas actividades que hacen los chicos, incluso la de los aspectos lúdicos. No porque sea juego se puede permitir. Es absurdo, por ejemplo, que se difunda como juego la guija, que hace referencia al espiritismo (llamar a los difuntos y hacerlos intervenir). En los lugares donde se realiza el espiritismo hay intervenciones diabólicas.

De esos juegos infantiles que parecen  “muy divertidos” se podría pasar a la realidad de una amistad con el diablo por un pecado arraigado que no se quiere curar y que produciría en la persona una inclinación fuerte hacia el mal, con un odio creciente a todo lo que es de Dios. El mundo sufre los estragos del mal, que se va extendiendo, porque los hombres se alejan de Dios y van ingresando en esos mundos esotéricos donde la maldad primero se tolera y después adquiere carta de ciudadanía. El que no vive como debería pensar termina pensando como está viviendo.

Se podrían reorientar las fiestas de Halloween hacia los valores y fines buenos que toda persona debe alcanzar. En algunos lugares las han recuperado nuevamente, dejando de lado los significados y las manifestaciones anticristianas.

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