¡Por qué es más bacán
disfrazarse de diablo que de ángel?
EL
HALLOWEEN y
el relativismo cultural
Cada año se extienden
más y cobran más realce las fiestas de Halloween.
Participan en ellas miles de niños y adolescentes que se divierten con los
estrambóticos disfraces que llevan y las golosinas que piden de puerta en
puerta en las casas de la ciudad.
En las casas se suele
preparar una buena reserva de dulces para entregar a los niños y evitar que
éstos, si no se les da nada, manchen
las paredes exteriores con pintas despectivas por ser “tacaños” Los papás apoyan esta costumbre porque ven que sus hijos
disfrutan en esos afanes “locos” del día de las brujas.
Halloween significa "All hallow's eve", palabra
que proviene del inglés antiguo, y que significa "víspera de todos los santos", ya que se refiere a la
noche del 31 de octubre, víspera de la Fiesta de Todos los Santos. Sin embargo,
la antigua costumbre anglosajona le ha robado su estricto sentido religioso
para celebrar en su lugar la noche del terror, de las brujas y los fantasmas. Halloween marca un retorno al antiguo
paganismo, tendencia que se ha propagado también por todo el mundo.
Parece que los
significados de fondo importan poco. Hoy los jóvenes pueden jugar con calaveras, máscaras del diablo,
monstruos, animales salvajes, y no pasa nada, para ellos es solo una
diversión que está de moda, incluso podemos observar, que en estas ocasiones, lo más irreverente se convierte en lo más
atractivo. Hay una suerte de gusto por lo esotérico,
terrorífico, brutal, informal y hasta satánico.
Los juegos fabricados
para los niños tienen ahora esas características. Parece que estuvieran
dirigidos a motivar la malicia de la
naturaleza humana, de una manera atractiva
y divertida, para romper esquemas de buenas costumbres y disciplina.
La
vida cristiana y el halloween
Ante todos estos
elementos que componen hoy el Halloween,
vale la pena reflexionar y hacerse las siguientes preguntas:
¿Es
que, con tal que se diviertan, podemos aceptar que los niños, al visitar las
casas de los vecinos, exijan dulces a cambio de no hacerles un daño: pintar
muros, romper huevos en las puertas, etc.?
¿Qué
experiencia (moral o religiosa) queda en el niño que para
"divertirse" ha usado disfraces de diablos, brujas, muertos,
monstruos, vampiros y demás personajes relacionados principalmente con el mal y
el ocultismo, sobre todo cuando la televisión y el cine identifican estos
disfraces con personajes contrarios a la sana moral, a la fe y a los valores
del Evangelio.?
Con los disfraces y la
identificación que existe con los personajes del cine ¿no estamos promoviendo en la conciencia de los pequeños que el mal y
el demonio son solo fantasías, un mundo irreal que nada tiene que ver con
nuestras vidas y que por lo tanto no nos afectan?¿No es Halloween otra forma de
relativismo religioso con la cual vamos permitiendo que nuestra fe y nuestra
vida cristianas se vean debilitadas?
Si aceptamos todas
estas ideas y las tomamos a la ligera en "aras de la diversión de los
niños" ¿qué diremos a los jóvenes
cuando acudan a los brujos, hechiceros, médiums, y los que leen las cartas; a
los que frecuentan las fiestas semáforo, donde no faltan borracheras, pornografía, drogas? Son
cientos y miles de jóvenes metidos todas las semanas en diversiones contrarias
a lo que nos enseña la moral cristiana.
Algunos datos de la historia (en
relación con el Halloween)
Sobre la calabaza encendida
La
costumbre de ahuecar y tallar una calabaza para convertirla en un farol llamado
Jack-o-lantern tiene su origen en el
folklore irlandés del siglo XVIII. Según se cuenta, Jack era un notorio
bebedor, jugador y holgazán que pasaba sus días tirado bajo un roble. La
leyenda cuenta que en una ocasión, se le apareció Satanás con intenciones de
llevarlo al infierno. Jack lo desafió a trepar al roble y, cuando el diablo
estuvo en la copa del árbol, talló una cruz en el tronco para impedirle
descender. Entonces Jack hizo un trato con el diablo: le permitiría bajar si
nunca más volvía a tentarlo con el juego o la bebida.
La
leyenda dice que cuando Jack murió no se le permitió la entrada al cielo por
sus pecados en vida, pero tampoco pudo entrar en el infierno porque había
engañado al diablo. A fin de compensarlo, el diablo le entregó una brasa para
iluminar su camino en la helada oscuridad por la que debería vagar hasta el día
del Juicio Final. La brasa estaba colocada dentro de una cubeta ahuecada
"llamada nabo" para que ardiera como un farol durante mucho tiempo.
Los
irlandeses solían utilizar nabos para fabricar sus "faroles de Jack", pero cuando los inmigrantes llegaron a
Estados Unidos advirtieron que las calabazas eran más abundantes que los nabos.
Por ese motivo, surgió la costumbre de tallar calabazas para la noche de Halloween y transformarlas en faroles
introduciendo una brasa o una vela en su interior. El farol no tenía como
objetivo convocar espíritus malignos sino mantenerlos alejados de las personas
y sus hogares.
La costumbre de pedir dulces
La
costumbre de pedir dulces de puerta en puerta (trick-or-treating) se popularizó alrededor de 1930. Según se cree,
no se remonta a la cultura celta sino que deriva de una práctica que surgió en
Europa durante el siglo IX llamada souling,
una especie de servicio para las almas. El 2 de noviembre, Día de los Fieles
Difuntos, los cristianos primitivos iban de pueblo en pueblo mendigando
"pasteles de difuntos" (soul
cakes), que eran trozos de pan con pasas de uva. Cuantos más pasteles
recibieran los mendigos, mayor sería el número de oraciones que rezarían por el
alma de los parientes muertos. Las oraciones,
incluso rezadas por extraños, podían acelerar el ingreso del alma al cielo.
La
práctica se difundió en Estados Unidos como un intento de las autoridades por
controlar los desmanes que se producían durante la noche de Halloween. Hacia fines del siglo XIX, algunos sectores de la
población consideraban la noche del 31 de octubre como un momento de diversión
a costa de los demás, probablemente inspirado por la "noche traviesa"
(Mischief Night) que formaba parte de
la cultura irlandesa y escocesa . La diversión consistía en derribar cercos,
enjabonar ventanas y taponar chimeneas, pero gradualmente dio lugar a actos de
crueldad contra personas y animales, llegando a su punto máximo en la década de
1920 con las masacres perpetradas por los enmascarados del Ku Klux Klan.
Diversos
grupos de la comunidad comenzaron a proponer alternativas de diversión familiar
para contrarrestar el vandalismo: concursos
de calabazas talladas y disfraces o fiestas para niños y adultos. De este
modo, se proponían retomar el espíritu de los primitivos cristianos, que iban
casa por casa disfrazados o con máscaras ofreciendo una sencilla representación
o un número musical a cambio de alimento y bebida.
La
mentalidad relativista de la época
El relativismo cultural
y religioso del mundo contemporáneo es cien por ciento permisivista y
tremendamente superficial. Hoy todo se puede porque no pasa nada: se puede leer cualquier libro, ver todo tipo
de películas, se puede ser amigo del diablo y de San Pedro. Para quienes
están imbuidos en el relativismo la fiesta de Halloween es inocua y se puede permitir sin que pase absolutamente
nada.
Sin ir muy lejos,
cuando se trata del cine, para un considerable sector de la población, incluidos los mayores, las películas
cargadas de sangre y violencia las
tienen como preferidas para pasar el tiempo y no pensar mucho. En cambio las
que tienen valores éticos les parecen insulsas, propia de un público
dependiente o cucufato y por supuesto
ni las miran. Es el mismo criterio que se utiliza para las
fiesta de Halloween, dicen con toda paz: “es solo para la diversión de los niños y jóvenes, ¡no pasa nada! que
se disfracen de diablos o de ángeles!”. Aquí tenemos un criterio propio de una mentalidad
relativista.
En el otro extremo, exagerado por cierto, están los que
piensan que las fiestas de halloween son
una ofensa al cristianismo porque se hacen con el propósito de venerar al
diablo o a los demonios. Lo cierto es que se ha convertido en una fecha para la
diversión infantil con disfraces de terror o muerte, algo desagradable e
inapropiado para la formación de los chicos.
Aunque los sucesos
históricos, que dieron origen a estas
fiestas, hayan sido oscuros y truculentos, tampoco tienen mucho sentido las
prohibiciones o censuras, que en vez de resolver empeorarían las cosas.
Enseñar
a pensar con coherencia
En cambio sí es
importante enseñar a pensar y señalar los influjos de las corrientes en boga
que desvían al hombre de los caminos correctos. No se puede decir que todo es bueno
o que todo es malo. Los seres humanos deben saber distinguir el bien del mal y
portarse de acuerdo a una regla de conducta que responda a la verdad.
La educación de los
niños, que debe darse en la casa y en el
colegio, no se puede reducir a los aspectos académicos, es necesario formar
bien la conciencia y estar atento a las distintas actividades que hacen los
chicos, incluso la de los aspectos lúdicos. No porque sea juego se puede
permitir. Es absurdo, por ejemplo, que se difunda como juego la guija, que hace referencia al
espiritismo (llamar a los difuntos y
hacerlos intervenir). En los lugares donde se realiza el espiritismo hay
intervenciones diabólicas.
De esos juegos
infantiles que parecen “muy divertidos”
se podría pasar a la realidad de una amistad con el diablo por un pecado
arraigado que no se quiere curar y que produciría en la persona una inclinación
fuerte hacia el mal, con un odio creciente a todo lo que es de Dios. El mundo
sufre los estragos del mal, que se va
extendiendo, porque los hombres se alejan de Dios y van ingresando en esos
mundos esotéricos donde la maldad
primero se tolera y después adquiere carta de ciudadanía. El que no vive como
debería pensar termina pensando como está viviendo.
Se podrían reorientar
las fiestas de Halloween hacia los
valores y fines buenos que toda persona debe alcanzar. En algunos lugares las
han recuperado nuevamente, dejando de lado los significados y las
manifestaciones anticristianas.
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